“Cada vez que la mujer se miraba en el espejo, éste hacía que se viera más vieja y fea”





LA HISTORIA DE UN ESPEJO MALO

 

Marité Ibarra

 

Hace mucho tiempo, en la época de los caballeros y las princesas, había una vez, en una remota aldea, un espejo; pero no era un espejo cualquiera, sino que éste era malo y disfrutaba mucho el hacer sus maldades. Este espejo, de una u otra forma, llegaba solo a las casas, pero las escogía muy bien, tenían que ser elegantes y ricachonas, ya que le gustaba la comodidad y los burós grandes y espaciosos para sentirse el rey.

Llegaba a esas casas siempre y cuando hubiera mujeres vanidosas y engreídas. Una vez que las dueñas del hogar lo encontraban se ponían muy contentas, ya que el espejo era demasiado hermoso y, además, era de plata pura y piedras preciosas incrustadas, así que ellas lo presumían ante sus amigas que las miraban con envidia. Pero nadie sabía que ese espejo era malvado y perverso.

Al cabo de un tiempo, empezaba a ser cruel y maldito con la actual dueña, ya que Cada vez que la mujer se miraba en el espejo, éste hacía que se viera más vieja y fea, por ejemplo, si la dueña tenía 30 años él hacía que se viera de 50 y un poquito más, y ella al ver que su reflejo había cambiado tanto de repente, se asustaba y enloquecía al poco tiempo. Ése era su despiadado objetivo y a todas las mujeres les hacía lo mismo, no se iba de esa casa hasta que lograba su cometido. Y no le importaba nada ya que era muy malo y rufián, no tenía piedad de nadie en absoluto.

Después de haber enloquecido a centenares de mujeres, el espejo decidió cambiar de estrategia, ya que como había hecho locas a tantas mujeres encopetadas y refinadas, ahora quiso buscar otros ambientes. Y fue así como llegó a una humilde choza, donde Diane, una joven doncella, lo recogió en las orillas del río. Ella y su familia eran tan pobres que no tenía ninguna posesión valiosa, por lo que para Diane el espejo llegó a ser lo más bello que pudo haber tenido en su miserable vida de pobreza y privaciones. Lo cuidaba, lo limpiaba, le hacía mimos y pasaba horas y horas mirándose en él, en pocas palabras, ella se encariñó bastante con el inesperado regalo.

Al paso de los meses, el espejo malvado decidió que ya era tiempo de empezar a jugar sucio con la dueña. En varias ocasiones había intentado hacerlo, pero por una extraña razón no podía. Sin darse cuenta, el espejo comenzó a sentir algo por Diane, porque nunca antes nadie lo había valorado tanto como ella, ni lo habían querido a tal grado, nunca antes nadie le había brindado tanto tiempo y atención como ella. El espejo no se cansaba de verla, la miraba cuando se levantaba, cuando aseaba su pequeño cuarto, cuando se desnudaba para cambiarse de ropa, cuando se arreglaba su hermoso y largo cabello, este inanimado objeto altanero simplemente se deleitaba en ella en todo momento.

El espejo malvado se empezó a enamorar profundamente de la joven plebeya, pero ella ya estaba enamorada de un apuesto joven caballero de alto rango, que había conocido en un bosque, cuando él se encontraba de cacería y ella buscando hongos y leña. Al encontrarse fortuitamente, él la asustó y ella apenas pudo hablar, pero él la trató con tanta gentileza y dignidad que la acompañó hasta su casa, ayudándole a cargar la leña y su canasta. Fue un amor a primera vista, pues Diane era extremadamente bella y delicada, así los dos comenzaron a profesarse un gran amor.

Una noche, Diane estaba dormida y el espejo mirándola como de costumbre, pero en esa lluviosa noche, llegó sorpresivamente a su ventana el joven caballero a entregarle un exclusivo regalo que había conseguido en su última batalla. Diane lo invitó a pasar y pudo ver cómo ella se le entregaba, pues su amor no pudo ser contenido más, contempló toda la escena romántica, los besos, las caricias, la pasión y la inocencia conjugadas por primera vez. El espejo muerto de coraje y odio decidió matar al joven que le había robado lo que más quería.

A la mañana siguiente, el espejo estaba más triste y desmotivado que nunca, pero Diane estaba muy feliz porque pronto se casaría con su amor. Le platicó todo lo que había sucedido en la noche, sin saber que él ya lo sabía. Le dijo que le tenía una sorpresa, que ya no estaría solo. El espejo confundido no sabía a qué se refería su dueña, entonces sacó de una bolsa una cajita musical de madera labrada muy bonita que su prometido le había regalado en esa apasionada noche.

Era una cajita musical rosita con corazones y fino encaje blanco y, al abrirla, había una muñequita danzando y un pequeño espejito que la reflejaba; además, salía de ella una hermosa melodía. El espejo malvado miró con atención esa cajita musical, pues nunca había visto nada igual ni siquiera en esas casas elegantiosas en las que había estado, pero comprendió que no era la única cosa hermosa que un artesano hubiera hecho, aun así Diane le confesó al espejo malo, que él era su consentido.

Al paso de los días el espejo estaba pensando en cómo matar al joven caballero, pero extraña y rápidamente comenzó a sentirse atraído por esa cajita musical y ésta le correspondía sin dudarlo. Pronto se enamoraron y ya no le importó Diane ni su caballero que, finalmente, se casaron.

El espejo y la cajita musical se entendieron tan bien, que decidió ya no irse nunca y dejó de enloquecer a las mujeres, porque por fin había encontrado el amor verdadero. Pasó el tiempo y ambos se quisieron tanto, se amaron con locura hasta el final, cuando la hija menor de Diane, al estar jugando, los quebró a los dos.

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