Primer Concurso de Cuento Universitario 23


“Gigantín se sentía empoderado y al ver que tenía el control decidió acabar con el profesor”


 



GIGANTÍN

 

María Guadalupe Bernal Ramos

 

En un lugar lejano, pero taaan lejano que sólo con la imaginación se puede llegar, había un pueblo de gigantes. Los papás eran gigantes. Las mamás eran gigantes. Y los niños… sí, los niños también eran gigantes. Iban a una escuela gigante y les daba clases un maestro gigante. Había una familia formada por Papá gigante, Mamá gigante y Gigantín, el hijo gigante, un niño muy agradable, estudioso y bien portado. Un domingo, la mañana estaba agradable y como Gigantín no tenía clases, decidieron ir al bosque a pasar un rato agradable. En áese bosque los árboles eran gigantes y también los animales eran enormes, había conejos que tenían el tamaño de un oso, pero con los dientes más grandes y las orejas más largas. Se sentaron bajo la sombra gigante de un árbol gigante, porque estaba haciendo un calor gigante y como tenían un hambre que también era gigante, decidieron destapar su merienda la cual, lógicamente, era gigante, mientras Gigantín jugaba cerca de ellos con una pelota gigante. De pronto, Mamá y Papá gigantes, empezaron a conversar acerca de la educación de Gigantín. Dijo Mamá gigante: “viejo, ese maestro que le da clases a Gigantín no sirve para nada, el niño estaba mejor antes de que él llegara”. “Es cierto, vieja, responde Papá gigante, ni siquiera sabe dar clases y, además, es un flojo que no desquita lo que le pagan”. Los papás gigantes siguieron hablando pestes gigantes del Maestro gigante, pero no tomaron en cuenta que Gigantín los estaba escuchando y tampoco se percataron de que cada vez que hablaban mal del Maestro, Gigantín crecía y crecía. Menos se daban cuenta que el rostro dulce y amable de Gigantín se transformaba en un rostro que proyectaba coraje y rencor contra el nuevo concepto que formaba de su Maestro.

Otro día, en la escuela, el Maestro gigante abrió el cajón de su escritorio gigante y tomó la lista de asistencia, la cual también era gigante. Todos los alumnos gigantes ya habían llegado, menos uno, Gigantín. De repente, empezó a temblar el piso: Tas, tas, tas, tas, eran los pasos de Gigantín, el cual llegaba irreconocible, más grande, lleno de un coraje inexplicable y un rostro que provocaba temor, acompañado de una actitud retadora que intimidaba hasta al más valiente. Apenas logró entrar por la puerta gigante del salón gigante. Todos los alumnos ya se encontraban trabajando con su libro gigante. Cuando el Maestro gigante le dio indicaciones a Gigantín, éste recordó todas las cosas feas que los padres habían hablado de él y le contestó de manera grosera: “Tú te callas, yo no tengo porque seguir indicaciones de un bueno para nada”. Pero Gigantín, mira que tú eres un buen niño. “Te digo que te calles, no sabes ni enseñar”. El Maestro que hasta entonces era un gigante, quedó sorprendido de la actitud inesperada de Gigantín e intentó con palabras amables hacerlo cambiar, pero todo fue inútil, cada vez que el Maestro intentaba hablar con él, recibía un insulto y después de cada ofensa el maestro se fue haciendo más y más chiquito. Por su parte, Gigantín al recordar la plática de sus padres en el bosque, aumentaba su enojo. Llegó el momento en que la voz del Maestro casi no se escuchaba, pues los insultos de Gigantín lo fueron reduciendo hasta llegar al tamaño de una mosca. Gigantín se sentía empoderado y al ver que tenía el control decidió acabar con el profesor. Con dos dedos levantó al diminuto maestro, lo colocó en una de sus gigantes manos y con la otra agarró aviada para aplastarlo como a un mosco. En eso se escuchó un grito ensordecedor: ¡¡Noooooooo!! Eran todos los alumnos asustados por lo que estaban a punto de presenciar. Una compañerita de Gigantín le suplicó: ¡Detente Gigantín! ¡No lo hagas! El maestro es muy bueno con nosotros, nos cuida y nos enseña muchas cosas interesantes. En eso se escuchó en coro la voz de todos los alumnos ¡No lo hagas, Gigantín, no lo hagas! Gigantín, al escuchar a sus compañeros, mostró una actitud de confusión, como si estuviera despertando de un sueño desagradable, colocó al Maestro en la base del pizarrón gigante, junto a un marcador gigante, el cual era mucho más grande que el pequeño Maestro. Gigantín corrió confundido hacia su casa, derribando todo lo que se le ponía enfrente.

Cuando el Director Gigante de la Escuela Gigante se enteró de lo que había pasado, citó a los padres del alumno. Éstos acudieron a la cita y después de una larga y productiva plática, hicieron el compromiso de valorar y respetar al Maestro y el trabajo que realizaba, colaborar con la escuela en todo lo que puedan y, sobretodo, ser muy prudentes de lo que platicaran cuando Gigantín estuviera presente.

Poco a poco, Gigantín volvió a ser el mismo Gigantito bueno, respetuoso y estudioso que era antes. Los padres decidieron acompañarlo todos los días a la Escuela Gigante y ayudarle con su mochila, que también era gigante. Al despedirlo, le daban un beso gigante en su cachete gigante.

El maestro no se quedó chiquito, pues los alumnos con sus palabras, le mostraron todo el aprecio que sentían por él y poco a poco fue recuperando su tamaño.

FIN.

Comentarios


María Guadalupe, te felicito por el bonito y educativo cuento que nos regalas para pensar en la valiosa labor que realizan los Maestros y en los ingratos comentarios que, a veces, los padres hacen de ellos, sin pensar que con ello perjudican la Educación de sus hijos.

Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Buen relato María Guadalupe, la grandeza no se mide por lo que tienes o sabes , sino por lo que eres en bondad contigo mismo y con el prójimo.

Saludos

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