“La alegría había vuelto, bueno, al menos eso decían los vecinos”





EL MUERTO AL POZO Y EL VIVO AL GOZO

 

Itzel Guadalupe Espinoza Gaxiola

 

Don Javier, un viejo tacaño y gruñón, vivía por la calle rocosa, antes de llegar a la salida del canal. En una esquina tenía su local donde vendía dulces y más porquerías. Vestía siempre con camisasPolo, que apenas cubrirán su enorme barriga, y pantalones de vestir que arrastraba por todo el piso junto a sus chanclas de vaqueta.

Todos los niños temían pasar por sus rumbos, pues si corrían de aquí para allá con su griterío habitual, el gruñón los reprimiría con un fuerte grito y dejaría salir a sus perros mordelones. Tenía dos criaturas del mal, ambos chihuahuas con enormes colmillos y sed de clavarlos en cualquier niño malcriado que se atravesara. Así los describía él.

Cuando a una pobre alma en desgracia le tocaba la misión de acudir a la tienda por órdenes de su mamá, rezaba todo el camino para que don Javier y sus perritos se encontrarán dormidos y no lo atendiera él. Muchas veces funcionaba, otras no.

Existían muchas leyendas alrededor de él, pues era el hombre más viejo (de acuerdo con los niños) que vivía ahí. Muchos aseguran que era el mismísimo Diablo en persona y es por eso que nunca sonreía; otros decían que bebía las lágrimas de bebés para mantenerse con vida y por ello los hacía llorar siempre; algunos mencionaban que tenía más finta de ser un ogro de pantano, por su gran panza y su fea cara.

El hombre era feo, eso sí, estuvo casado, pero enviudo un día y jamás volvió a encontrar a una mujer lo suficientemente ciega o tonta que le volviera a querer. O, al menos, eso comentaban por la colonia. Su esposa fallecida era una mujer demasiado buena con todos, le gustaba cuidar de sus plantitas y su local, horneaba galletas que regalaba a los niños y vestía con vestidos florales largos y lindos. Nadie supo cómo quería a un viejo tan amargo, siendo tan dulce, pero parecían funcionar bien.

Cuando la mujer dejó este mundo se llevó consigo el alma de don Javier, los vecinos rumoraban que se volvería loco.

Ya no era habitual escucharlo gritar por cualquier ruido, pero se volvió más despiadado; encerraba a las moscas, mariposas o cualquier ser con alas que logrará atrapar, para después quitarle sus alas y dejarlas morir; si algún perro de la calle se acercaba a su casa les arrojaba agua hirviendo sin piedad; cuando algún niño iba la tienda lo asustaba con una máscara de payaso fea, para después reírse de como salía huyendo y llorando; arrojaba su basura al patio de cualquier vecino que se encontraba dormido y si le gustaba alguna cosa de su patio la robaba sin pensarlo. Era tan despiadado que los dulces caducaban una vez tocaban su tienda, las Sabritas sabían rancias y las plantas, que antes rodeaban su patio, estaban todas marchitas.

La mujer se marchó, se llevó el color, el sabor y la vida. ¡Ay, pues que se lleve ya a su marido! Decía una mujer de piel bronceada, pues era la quinta vez en la semana que su criatura regresaba llorando del mandado, con la coca batida y sin tortillas.

Cómo ella, muchos vecinos tenían la misma queja con una mujer que ya no tenía presencia, pero que desde el cielo escuchaba y harta ya la tenían.

Así que un pacto con Dios ideó, si él le hacía el favor de traer a su marido con ella, le aseguraba paz y felicidad para un pueblo entero. La pensó, pero no por mucho, ya que como toda mujer tenía sus trucos por lo que no tardó conseguir su acuerdo.

Y una mañana sucedió. Don Javier no despertó de su sueño habitual en aquella mecedora que solía estar al lado de las plantas marchitas dónde los perritos solían descansar. Ninguno volvió a despertar. No hubo gritos, dolor o alguna cosa parecida.

La gente de la colonia celebró por dos semanas seguidas con banda y baile. Risas y gritos de alegría infantil podían escucharse por todo el lugar, mientras los pajaritos y mariposas volaban de aquí para allá libres. El sabor de los dulces volvió a tocar las papilas gustativas de cada habitante, el gratificante salado volvió a las frituras grasientas, pero lo más grato era ver el verde brillante del jardín de don Javier. Las flores de diferentes colores crecían y el olor de galletas recién hechas permanecía. La alegría había vuelto, bueno, al menos eso decían los vecinos.


Comentarios

Itzel, historias de gruñones alimentan el encanto de la Literatura para niños. Les encanta el temor de leer o de escuchar de señores agrios y de señoras malvadas que gozan con raptar, esclavizar y maltratar a los pequeños. Ése es uno de los misterios del encanto de la “Literatura Infantil”. Te felicito por este relato que, de seguro, muchas profesoras no contarían a sus alumnos en sus clases; pero que, sin embargo, a ellos les encantaría oír. Y con eso los acercarían más al placer de la Literatura que con las clases que les dan.

Saludos. José Manuel Frías Sarmiento
GILBERTO MORENO dijo…
Muy buen relato Itzel, se parece mucho a los cuentos de espantos de las colonias viejas. de verdad lo disfruté.

Saludos.. Gilberto M.
Marcelo Tolosa dijo…
Y eso no es TODO! Hay el rumor de que si los alumnos no comentan y comparten los texto del Blog, el alma de Don Javier se apoderara del Master Frías y habrá un reprobadero en toda la UPES.

Fuera de broma, que exquisito texto Itzel. Con un tamaño perfecto, ricas dramatizaciones. Excelente historia. En fin muy disfrutable.

Te mando un saludo.
zeel!° dijo…
Muchas gracias por sus comentarios! Los cuentos infantiles me gustan mucho y bueno de ese gusto salió este escrito que trata de retomar esa esencia de los libros con más imágenes llamativas que letras.
Saludos. Itzel Espinoza.
Y si que conseguiste tu objetivo Itzel. Este texto tuyo forma parte de aquellos que echan a volar más que la imaginación. Me da mucho gusto que tu talento escritor esté reluciendo aún más.

Felicidades Itzel. Saludos a todex como dicen los chavex.
Un gusto leerte Itzel, mucha imaginación desbordas, y creciendo cada dia en tu manera de escribir. Felicitaciones.

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