“En esta carta te dejo mi vida completa. Y te pido perdón por no haber tenido el valor de hablarlo de frente, pues no iba a soportar el verte sufrir”





 



LA CARTA DE ELISA

 


Andrey Padilla

 

Elisa y Sebastián se conocieron cuando tenían dieciocho años y se enamoraron igual o más que Romeo y Julieta. Pero su amor no era posible por una razón muy sencilla: él era rico y ella pobre. Pero eso no les importó y un día se fueron a vivir juntos. Rentaron un cuarto a la orilla de la ciudad y allí comenzaron a disfrutar de su amor. Tiempo después fueron a pedirle perdón a sus papás por haberse casado sin su autorización, y los papás, como no queriendo, los perdonaron a medias. Pues les dijeron que era necesario que les dieran nietos para que el perdón fuera completo. La parejita estuvo de acuerdo y aseguraron que trabajarían día y noche en aquella tarea y, cuando menos lo pensaran, serían abuelos.

El tiempo pasó, los días, las semanas, los meses y los años. Pasaron dos, tres, cuatro, cinco años y lo que todos esperaban que sucediera, no sucedía: Elisa no se embarazada. Al principio esta situación no parecía tener importancia, pero, a pesar de que la pareja hacía lo que se tiene que hacer para que existan los bebés, el hijo deseado por ellos y por toda la familia, no llegaba. El tema era evitado por Elisa y Sebastián sin que fuera un problema hasta que un día decidieron hablarlo. Acordaron ver a un ginecólogo para saber por qué razón Elisa no salía embarazada. Y después de hacerlo supieron que ella era estéril. Aquella noticia le pegó como un martillo en el corazón, pues uno de los mayores sueños de Elisa era ser mamá. Además, se deprimió bastante por saber que no podría darle un hijo al amor de su vida, a su Sebastián. Él le dijo que no se preocupara por eso, que él la amaba no porque pudiera darle un hijo, sino por ser ella simplemente. Aquellas palabras calmaron la tristeza y ansiedad de Elisa y, poco a poco, se fue reponiendo de la mala noticia y haciéndose a la idea de que nunca podría tener hijos propios.

Muchas veces, cuando Sebastián no estaba en casa, Elisa levantaba la voz al cielo preguntando por qué le sucedía eso a ella, pero no obtenía respuesta y lloraba desconsoladamente. Un día hubo una fiesta infantil en la casa de un familiar de Sebastián, fueron invitados y asistieron. Durante la fiesta Elisa miraba cómo las otras muchachas convivían con sus hijos, les daban de comer, les servían pastel, los regañaban o les decían que se quitaran los zapatos para subirse al brincolín. Luego las personas acercaban a Elisa y le preguntaban por qué todavía no tenían hijos si llevaban más de cinco años de casados y ella les decía la verdad. Las personas le daban una palmadita en la espalda y le decían que lo sentían mucho, luego se alejaban como si ella oliera feo. Esto era incómodo para Elisa, pero ya se estaba acostumbrando; lo que realmente le calaba en el corazón era ver cómo Sebastián, su Sebastián, jugaba con los niños pequeños y era evidente cuánto le pesaba no tener un hijo propio. Entonces, estando en casa ella habló con él y le propuso que adoptaran un hijo para criarlo como suyo. Pero Sebastián le contestó que no era necesario, que él estaba bien. Le recordó que él no estaba con ella porque le pudiera dar o no un hijo, sino porque la amaba desde la primera vez que la vio y ese amor no había cambiado hasta ese momento. Y que, si ella no podía tener un hijo, él tampoco lo tendría. Si no era con ella, entonces no, con nadie y de nadie más. Aunque muchas noches, mientras Sebastián dormía, ella se despertaba y a veces lo escuchaba hablando dormido. Y parecía hablar con un niño al que llamaba "mi hijo". Y decía que lo iba a enseñar a pescar y que lo iba a llevar al cine y a jugar.

Pasaron los días y en uno de ellos invitaron a cenar a los papás de Sebastián. Elisa dijo que iría por algunas cosas a la tienda, pero cuando regresaba escuchó detrás de la puerta que los papás de Sebastián le decían a él que buscara otra mujer, pues Elisa era estéril y nunca podría darle un hijo. Incluso le preguntaron a Sebastián si le parecía justo que él no tuviera descendencia por estar unido a una mujer como ella. Elisa oyó con atención la respuesta de Sebastián: “Respeten mi decisión”, dijo él. Pero la señora le preguntó qué debía pasar para que él se separara de Elisa, pues ellos querían un nieto y no les parecía justo que no se lo dieran. Entonces el suegro dijo las palabras fatales: "Si Elisa realmente te amara, te dejaría libre…" Aquellas palabras le rompieron el corazón a Elisa. No porque las hubiera dicho su suegro, sino porque era cierto, parecía que la única forma de que dejaran en paz a su amado Sebastián con ese tema, era que ella desapareciera. Elisa sabía que Sebastián era el amor de su vida, pero por culpa de ella él no conocería el verdadero amor, el que se tiene por los hijos. Así que tomó la terrible decisión y, tras secarse las lágrimas que le brotaron de los ojos, entró a la casa como si no hubiera escuchado nada. La cena se llevó a cabo en paz y calma, platicaron, se rieron y por último sus suegros se marcharon.

Elisa tenía miedo de lo que iba a hacer. Y antes de dar el paso final, escribió una carta para su esposo. Luego de cenar, se acostaron.

A la mañana siguiente Sebastián intentó abrazar a Elisa y darle un beso de buenos días como todas las mañanas, pero en su lugar encontró una carta.

“Amor mío, no tengo palabras para expresarte lo que siente mi corazón por ti en este momento. Eres lo mejor que me ha pasado en la vida. Pero es injusto que no tengas descendencia por causa mía. Yo sé lo mucho que me amas. Lo he visto en tu mirada, lo he sentido en tus besos, en tus manos cuando me acarician. Lo he visto cuando has cuidado de mí. He sentido tu amor en cada instante. No tengo dudas de eso. No tengo nada que reclamarte. Aunque hemos tenido problemas, los hemos resuelto con amor. Y mis años a tu lado han sido los más hermosos que he vivido. Agradezco a Dios el haberte conocido. Por favor, que tu amor por mí no termine, que el mío por ti jamás terminará. Te dejo esta carta en mi lugar porque a partir de hoy ya no podremos seguir juntos. Yo sé que sufrirás por mi partida, pero será por un corto tiempo. Después, cuando te resignes a mi adiós y te hayas casado de nuevo y hayas tenido el hermoso hijo que tanto hemos deseado, me agradecerás esta decisión. Ya está tomada y nada podrá cambiarla. Si con mi partida sientes dolor, incluso rencor hacia mí, te pido que no dure mucho tiempo. Yo ahora soy feliz porque sé que tú serás feliz también. En esta carta te dejo mi vida completa. Y te pido perdón por no haber tenido el valor de hablarlo de frente, pues no iba a soportar el verte sufrir. Pero piensa en que todo habrá valido la pena. Te dejo mi corazón. Siempre tuya y con amor: tu Elisa”.

Comentarios

Andrey, tocas un tema muy sentido en tu cuento. Esta carta de Elisa es el dilema y la situación más difícil y dolorosa que muchas parejas afrontan en la vida, al no tener la felicidad ni la dicha que nos dan los hijos. Cada vez más, me convenzo de la pertinencia pedagógica y comunicativa de los relatos como trozos de vida, reales o imaginarios, pero siempre como emergentes de la sociedad y de los sentimientos que albergan y alimentan los diálogos y las interacciones sociales y familiares. Siempre será primero la palabra y el diálogo, antes que tomar decisiones como ésta que tomó Elisa por amor a quien amaba con locura y amores verdaderos.

Andrey, felicitaciones por tu prosa literaria. José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Ese Andrey, otro talento que pasa como estrella fugaz. Muy buen relato. Te mando un gran saludo.
Unknown dijo…
Una gran historia de demostración basada en el sentimiento del amor indispensable para el ser humano en la vida

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