“¡Mucho gusto en conocerte, estoy a tus órdenes! -, mientras lo dice, se levanta el sombrero de un lado, como a la vieja usanza se reconocía y expresaba lo grato u honorable de encontrarse con ciertas compañías”





 



A LA VIEJA USANZA

 

María Madrid Zazueta

 

Cuando me subí al camión iba con la cabeza igual que siempre, con los pensamientos arremolinados. Ya estaba sentada y seguí pensando si había sido mejor tomar el minibús Campiña, o si debí abordar el Coloso o el Vegas. Decidí resignarme, total que ya iba arriba y el Campiña había avanzado lo suficiente como para que ya no pudiera tomar otra ruta. Como siempre, o casi siempre, eché un vistazo a los demás usuarios, un escaneo para identificar posibles sospechosos. Luego de tranquilizarme al desbaratar la película mental de experiencias pasadas de asaltos a mano armada. Sí, dos veces con pistola, otra con un machete, aunque sólo fue al chófer y, la última, con una navaja, o como le dicen “arma blanca”; me quedo pensando, de qué color será la pistola. Deshaciendo los pensamientos negativos, vuelco mi mirada a través de las ventanas. ¡Qué cosas descubro cada vez que recuerdo voltear a ver los países urbanos que recorro día a día! Me doy cuenta de un nuevo negocio, una casa que juraría nunca había visto, algunos personajes que me prometo recordar. Mas, en los días siguientes, sigo sintiendo que es la primera vez que veo esos negocios, casas, aunque a las personas sí suelo recordar.

En esas cosas que mi mente decide olvidar o mantener, el Campiña seguía su curso. Cuando menos pensé, ya estábamos cruzando la Aquiles Serdán sin percatarme que alguien llevaba cuadras sentado junto a mí. Cuando me decido voltear a mirar a mi acompañante de viaje urbano, ya estábamos en el primer cuadro del centro. Mi compañero de asiento era un señor entrado en lo que llaman la tercera edad. Bueno, ¿a quién se le ocurriría decidir el momento en que estamos en cada edad? Tan a gusto que muchos viviríamos si tan sólo nos permitieran contabilizar la vida por los momentos que de verdad hemos vivido, o tan por la edad biológica sin poner una etiqueta que, entre más pasa el tiempo, más deplorable somos para el colectivo social.

Pues veo a mi compañero de asiento, un hombre de piel clara y rosada, como ese güero de la sierra, alto, delgado, de ésos en los que se mantienen rastros de lo apuesto que han sido; sus brazos nervudos y torso de un delgado varonil en el que todavía anida fortaleza. Lo que más llamó mi atención fue su apariencia limpia; es lo que mi abuela diría, un hombre pulcro. Su pantalón y camisa de vestir bien planchados. El señor usa camiseta blanca con manga debajo de la camisa, como usaba mi padre. Su cabello plata con rezagos de negro estaba peinado y acomodado, con partidura por un lado y llevaba bien puesto el sombrero. Además, traía un bordón que no sabría definir entre curioso o fino, pues no era ni grueso ni tosco ni frágil ni muy delgado, del que una parte de mí dice era de madera y otra voz del inconsciente me dice que era de fierro plateado.

En resumidas cuentas, el señor era de un tipo y estilo de la antigua tradición del hombre bien vestido de los días de mis abuelos y que perpetúo mi padre. Me le quedé mirando y me pareció que el señor no alcanzaba a ver por dónde andábamos, así que le pregunté dónde se bajaría. Me contestó que en la Rubí. - ¿Y tú? - me devolvió la pregunta. – Yo me bajo más adelante, en donde pueda tomar otro camión, voy rumbo a la salida norte-. Como su cara tenía la expresión que no le había aportado nada, continué – voy para el lado del Infonavit Humaya, para allá donde antes se ponía la Feria Ganadera-. Con esta referencia, él pareció entender los rumbos de mi próximo destino. Desde ese momento surgió la conversación siguiente:

Me dijo: pues fíjate que de esos rumbos era mi tío, por allí vivía, pero no me acuerdo el nombre de la colonia. Sí, de verdad, tenía un tío que vivía por allá, y has de saber que mi tío, escarbando por allá en Las Coloradas, se encontró un “clavo”. – Debió leer en mi cara mi falta de cultura coloquial, pues dijo: -Sí, un clavo, un lugar donde encontró oro y sacó seis kilos. Pues, mira, mi tío tomó un saquito y se fue a la Ciudad de México, justo a la oficina del Presidente Manuel Ávila Camacho. Cuando llegó lo recibió una muchachita, era la secretaria del Presidente. Ésta le dijo –espere allí. Tome su lugar. Luego le hablamos-. Nombre, no, pues, qué crees que pasó todo el día sentado esperando que lo atendieran y lo pasaran a ver a Ávila Camacho. Pasó el tiempo, hasta que una secretaría lo miró y le dijo -¿Con quién viene?-, a lo que mi tío contestó que a ver al señor Presidente. – Disculpe, y ¿qué asunto quiere tratar con él? - dijo ella. –Le traigo un regalo- le contestó mi tío. –Ah, y ¿cómo qué tipo de regalo? - continuó indagando la señorita. - ¡SEIS KILOS DE ORO! – así, en ese tono fuerte le aclaró el tío a la curiosa señorita. - ¡Pase, pase, pase! - le dijo inmediatamente la secretaría, pasándolo sin ningún otro filtro, ante la persona del Presidente. El General Ávila Camacho, que también era conocido como el Presidente Caballero, como muestra de agradecimiento, le entregó a mi tío una 30-30, una súper, y una charola, y le dijo - ¡Ésta es para que nadie te detenga ni te obstaculice nada!-. Así fue como el tío llegó a explotar el mineral de Las Coloradas, Durango-.

El Campiña había dado vuelta a la derecha sobre el boulevard Madero cuando le pregunté al señor muy pulcro cómo se llamaba, me extendió su mano y tocó la mía con un tacto muy suave diciendo - me llamo Carlos Padilla, fui profesor federal, soy originario de Cosalá, pero impartí clases en las escuelas secundarias federales, la 2, 4, 5…, en la 5 de Mazatlán -. El minibús cruzó la Carranza cuando me pregunta - ¿y tus padres de dónde proceden -. Le respondo - Los míos, originalmente vienen de Durango, por allá cerca de Canelas, en Topia, donde nacieron mis abuelos y algunos de mis tíos”-. En eso le digo que estábamos sobre la Rubí. El grita - ¡Bajan! - desde el asiento, sigue sentado explicándome que se vino de Cosalá en 1965, que se jubiló por allá en el…. ¿Y por allí por los rumbos que le digo de Durango los conoce? En Canelas no ha estado, pero en Topia cree que sí. Se levanta, camina hacia la puerta, mientras camina me sigue diciendo que por allí anduvo, por Los Remedios. Parado en la puerta del Campiña, haciendo esperar al chofer, levanta la voz y con un ritmo tranquilo me dice – ¡Mucho gusto en conocerte, estoy a tus órdenes! -, mientras lo dice, se levanta el sombrero de un lado, como a la vieja usanza se reconocía y expresaba lo grato u honorable de encontrarse con ciertas compañías.

Comentarios


Estimada María, has vuelto. De verdad que me da un chingo de gusto recobrar a la María que escribía tan bien como lo demuestras en este estupendo relato de vida coloquial y cotidiana.
Algún día los que tienen la dicha y la oportunidad de mandar u decidir en las Instituciones Educativas, habrán de comprender el gran valor pedagógico de la Literatura; y, entonces, quizás, abrirán espacios para que Maestras Escritoras como tú, desplieguen su potencial educativo en áreas culturales que manejas tan bien.

Saludos, un abrazo y qué bueno que ya estás, otra vez, de vuelta.
José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Así es estimada María. Encontrando las palabras adecuadas para expresar voy leyendo el comentario del Master Frias y concuerdo perfectamente. Descripcion con lujo de detalles y dialogo que inmediatamente identificamos. Excelente texto. Le mando un saludo.
María Porcella dijo…
Muchas gracias, estimados Frías y Marcelo. Me da un gusto igual al de "El Frías" de compartir este relato que no me gusta leer porque tengo la costumbre de querer corregir y aquí ya impreso no puedo. Algunos errores son del corrector, pero otros me los tengo que atribuir; lo importante es que personas como ustedes esas "pequeñas cosas" no detienen su capacidad de entender mis letras e imaginar las cosas de la cotidianidad que tanto nos enseña de la vida y sus historias. Como esta donde al compartirles la historia del encuentro con Don Carlos, él nos comparte de la historia de su tío en Las Coloradas y con el Presidente Caballero. Muchas gracias por sus palabras que inundan mi corazón de gozo de estar en el mundo de las letras.
Estimada Madrid que bueno que estás de nuevo. Excelente relato.

Saludos
Anónimo dijo…
Hola Maria un gusto leerle, no mas que me dejo empicada con su texto, y claro de ver lo bonito a que está a un lado de nosotros. sin duda alguna tiene la manera exacta de platicar su hermosa charla y aunque el señor le expresó hermosos detayes de una vida de un pasado no deja de pensar en lo que no podemos encontrar en el camino.
María Porcella dijo…
Muchas gracias por sus comentarios, querid@s colegas. La vida nos cuenta muchas historias, hay que estar dispuesto a socializar para enterarnos. María Luisa, tenemos pendiente un café. Fuerte abrazo.

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