“Antes teníamos otras formas de divertirnos y no había tiempo de aburrirnos. Ahora, si no tienen el celular en la mano la mayoría de su tiempo libre andan todos amuinados”









PAREN BIEN LA OREJA, PLEBES


 

Alfredo Zañudo Mariscal

 

Presten atención a lo que les decir, pinches huercos. Escuchen a su tata, bola de chilpayates que no vivieron esos tiempos en que no existían los méndigos celulares que los tienen todos pasguatos. Nosotros jugábamos con los trompos, pero de madera, no como esos de plástico que venden ahora. También jugábamos a las canicas de diferentes maneras. Con este juego era seguro que seguido se rompieran los pantalones de las rodillas. Por eso era mejor jugar con la ropa más chiruda que se tuviera. También había un juego llamado la cuartita que se jugaba golpeando una moneda en la pared, tratando de ubicarse cerca de la que estaba en el suelo, y si la alcanzábamos midiendo con la cuarta de tus manos, tú ganabas el juego. Si quedaba lejos de tu cuarta, el compañero levantaba su moneda, le pegaba a la pared tratando de que cayera cerca de la tuya. También era muy divertido jugar por las noches al bote robado, las cebollitas y la chinchilegua. Entonces sí chiroteábamos bastante y éramos muy felices. Eran muchas formas de divertirse, que se pasaba el tiempo sin sentirlo. Eso sí, cuando mi amá pegaba el grito para que ya nos fuéramos a la casa salíamos hecho la mocha, porque si te tardabas era pela segura.

Otra cosa que hacía, plebes, conforme fui creciendo, era cuidar las vacas de mi nana Lencha durante los periodos vacacionales. Pero ser vaquero, así bien plebe, no era cosa fácil. Tenía que ponerme bien trucha cuando cuidaba las vacas cerca de la vía o de la carretera, sobre todo, por la pinta y la motilona. Pinches vacas, nomás me descuidaba tantito y agarraban camino pa donde fuera. Por eso les digo, plebes, antes teníamos otras formas de divertirnos y no había tiempo de aburrirnos. Ahora, si no tienen el celular en la mano la mayoría de su tiempo libre andan todos amuinados. Por ejemplo, tú, Carlitos, que caminas buenos tramos como zombi buscando los famosos poquemones. Estás joven y tienes un cuerpazo dioquis porque no le inteliges a nada. Lo bueno es que sigues estudiando y no eres vago sin oficio ni beneficio. Pero debes de ponerte bien trucha para que llegues a terminar la carrera, luego luego ponerte a trabajar para que ayudes a tu madre, quien todo el tiempo se está partiendo el lomo para que a ti y a la Quira no les falte nada.

 Porque eso sí, yo nunca dejé de estudiar, aun cuando la situación económica estaba muy difícil en la casa, porque su bisabuelo ya no vivía con nosotros. N’ombre, escuincles, ustedes tienen el zarzo bajito para todo, por ejemplo, en las comidas. Me cai de a madre que ahora mis hijas les pregunten ¿qué quieren desayunar? En mis tiempos, el desayuno era el huevo a diario o frijoles y párenle de contar. Por eso, para poder aportar algo para la comedera, me gustaba mucho, cuando tenía tiempo libre, salir a las huertas que estaban dentro de las parcelas y llevar mangos, aguacates, ciruelas y guayabas a la casa. ¿Qué si no me daba miedo? ¿Qué si iba a robar la fruta? N’ombre, que miedo me iba a dar. Además, siempre entraba a las huertas que estaban solas, nunca las cuidaban. Pero de esas andanzas tengo dos recuerdos muy presentes. Estábamos Toño la Guica y yo, juntando los mangos cuando nomás en lo cortito, escuchamos una voz que nos dijo: “desde cuando tienen huerta cabrones”. Era don Benigno, el dueño. Lo que hicimos fue correr pa’ la parcela con los mangos que traíamos en las manos. Nos aventó unas pedradas que nos pasaron rozando la chompa, pero no pasó de ahí el susto. En otra ocasión, estaba cortando aguacates en la huerta del Profe Quiroz. Como son árboles muy viejos y están muy altos, me subí con gancho para tumbarlos, pero, de pronto, tronó el brazo en que estaba parado y ay les vengo pa abajo pegando en otros brazos. Lo bueno es que pude agarrarme de uno de ellos antes de llegar al suelo. Eso sí, quedé todo mayugado y con raspones en algunas partes del cuerpo. Aparte, sufrí tremenda regañada que me dio mi amá, que si no me dio una pela fue porque les di lástima por las condiciones en que llegué a la casa. Esa huerta todavía la visito porque nunca la han cuidado y, aunque ya quedan pocos árboles, está temporada fui y llené una cubeta de mango corriente ya poposague, con el que su nana hizo un dulce muy sabroso.

También había otras frutas silvestres que me tocó cortar. Aunque ésas me las comía en ese momento porque no eran muchas. Me refiero a las nanchis, las pitayas, los nacidos, las moras y las manzanitas. A lo que sí le entraba poco era a las tunas silvestres porque tienen muchos alguates y era una friega pelarlas. Lo que sí llevaba pa’ la casa eran los guamúchiles y las aguamas. Esta fruta, si se comen varias, así crudas, se les escalda la lengua. Por eso es mejor tatemarlas o cocerlas con piloncillo. A su abuela Chepina le encantan las aguamas. Hace poco fui a visitarla y me preguntó que si no había visto esta fruta en las salidas que todavía hago de vez en cuando. Pero ahora ya nada de esas plantas existen en las afueras del pueblo. Todas se acabaron. Pero qué van a saber ustedes de esas frutas. Con batallas se comen algunas que venden en los supermercados. Eso sí, a las chucherías que venden en la tienda le entran con muchas ganas, ¡cómo si les hicieran mucho provecho!    

En mis tiempos de joven, había otra actividad con la que también me tocó ganar dinero para apoyar el sustento familiar, y es que fue una época de bonanza en el ejido Culiacancito, era la siembra de frijol soya. Después de la trilla, me tocó salir a rastrojear este producto y luego venderlo. Actualmente todavía hay familias que se dedican a la rastrojeada, pero de maíz y de frijol mayocoba.

Entonces plebes, antes no había forma de aburrirse, siempre había algo que hacer. Sobre todo, para quienes vivíamos en el campo o en las rancherías. También hay otra actividad que todavía disfruto mucho cuando llego a realizarla. Miren, chilpayates, en mis tiempos, cuando estaba joven, me encantaba ir a la pesca y a la caza de animales como conejos y palomas. Nos juntábamos una plebada de la Colonia de Los Locos. Así le llamaban antes a ese barrio del pueblo, porque cuentan que varias personas se volvieron locas porque les hacían brujería. Dice mi mujer que a su papá le tocó quitarle el mecate del cuello a una señora que llamaban La Chayona, que la querían ahorcar porque dizque era bruja. También me contó mi compadre Andrés, que en las noches hacían guardias en una casa donde vivía una muchacha que estaba embrujaba y que gritaba muy feo ¡Ay viene! ¡Ay viene! Entonces, armados de machetes, hachas, cuchillos y palos, le tiraban golpes a cualquier sombra o animal que se miraba cerca de esa casa. Pero lo más sorprendente o, más bien, misterioso de esto, es una vez que iba a trabajar a la parcela de mi tata Toño, allá por los rumbos de La Soledad, se encontraron con Don Isidro, un viejito que vivía solo en el monte, acompañado de sus burros que siempre cargaba de leña pa venderla en el pueblo.

A mi compadre se le hizo extraño que llevara un brazo vendado. Pero lo que lo dejó todo pazguato y peló tremendo ojones es que le dijera: uno de los Zañudo me macheteó anoche mihijito. Mi compadre se quedó todo paniqueado. Y es que Juan, El Garrochas, dijo que había macheteado un gran perro negro, pero que se le había pelado pal monte. Y así como éstas, hay otras historias de la Colonia relacionadas con brujas. Por ejemplo, se decía de unas mujeres que cuando iban a la leña, en plena luz del día se convertían en serpientes. Pero eso es harina de otro costal.

Pos volviendo al tema de la pesca, nos íbamos pal dren, con la tarraya y anzuelos Toño la Guica, Layo el Chivero, Diego el Peluches, su hermano Juan que le decían la Macanuda y Bartolo el Torito. Por cierto, el apodo que yo tenía era de Paco. La mayoría de las veces nos íbamos a pie, pisando los bordos de las regaderas de las parcelas. Cuando teníamos suerte de conseguir bicicletas prestadas, nos íbamos por la orilla del lateral llamado 25 y de ahí bajábamos al dren por un camino de terracería.

Vieran qué bonito se sentía cuando relingábamos la tarraya. Había que meterse al agua para arrastrarla, después la ahorillábamos y cercábamos donde había matorrales. Después dejábamos caer el plomo, para después sacarla repleta de bagres y mojarras. También salían otros peces, pero en menor cantidad llamados robalos de agua dulce, chupapiedras y otro muy feo de color negro, pero que tenía la carne bien blanca y blandita llamados viejas. Eso sí, algo obligado que debía hacer era meter el pie en las cuevas que había dentro del agua, porque ahí se escondían los bagres. Ingaturroña, que chulada de cauques con tremendas tenazotas salían en ese tiempo. También tenías que cuidarte y espantar a las culebras que buscaban su alimento. Había una cosa que sí me daba miedito, era que me llegara a morder una tortuga porque también salían algunas en la tarraya. Dicen que si te muerden no te sueltan hasta que oyen llorar un burro. Entonces, es mejor creerlo que averiguarlo.

En ese tiempo el agua de ese dren estaba limpiecita y bien clara. No existía nada de contaminación. Por eso, el Bartolo se compró un visor, hizo un arpón con un pedazo de alambrón, sacándole punta en un lado y amarrándole una atadera en el otro. Se sambutía en el agua y al ratito salía con un cauque ensartado en el arpón. Ahora ya no se puede ir a pescar, o, más bien, no es recomendable porque ahí descarga el drenaje del Limón de los Ramos

Cuando llegábamos a pescar con anzuelo era otra cosa, poníamos de carnada lombrices de tierra, chapulines o grillos. Luego buscábamos el lugar más adecuado, por ejemplo, donde el agua corriera más calmada. Luego jondeábamos el anzuelo desde la orilla, poniéndole un plomo o tuerca en la punta pa que agarrara vuelo. Yo a veces me encaramaba en un árbol, cerca del agua y esperaba pacientemente a que picara la mojarra o el bagre.

Fueron pocas las veces que salí a la cacería, aunque no se disfrutaba tanto, porque teníamos que andar completamente en silencio. Además, siempre andábamos bien piojos por lo que el arma principal era la resortera. Ésta nomás nos servía para matar tortolitas, porque son las que descansan en las ramas más bajas de los árboles. A veces había la suerte de matar algún conejo porque lo cercábamos en los matorrales. Pero si se pelaba, olvídense que lo alcanzáramos.

La única vez que llegué a utilizar un arma fue cuando salí con el Memín, éste tenía un rifle 22 de un solo tiro. Recuerdo que nos fuimos pal dren donde pescábamos y ahí practicamos tiro al blanco con unos botes. Después nos fuimos a cazar palomas. Recuerdo que maté una de ala azul. Tal vez haya sido de pura chiripa el que le haya atinado porque estaba en un árbol muy alto. Más adelante me topé a pocos metros con un conejo. Le di un balazo en la pura barriga. Pobre, cómo lo hice sufrir, pero pues ni modo, yo andaba buscando que comer. Aunque este tipo de cacería no le hacía mucho jalón por dos razones: una es que andando en el monte nos podía picar una víbora de cascabel y ahí podías colgar los tenis. La otra es que siempre andaba temeroso de que nos encontrara una patrulla, nos quitara el rifle porque no estaba registrado y nos llevara a encerrar en el bote.

Pues bien, plebes mocosos, ésas fueron parte de las vivencias que tuvo su tata en sus tiempo de puberto y adolescente, cuando el monte, el ejido de Culiacancito y el dren con varios tipos de peces, le proveía de productos y materiales para apoyar en el sustento de la familia. No tenía tiempo ni los medios para andar de vaquetón. Además, las salidas eran un tipo de convivencia sana en la que convivíamos y aprendíamos unos de otros.

Una última cosa, cabrones. No sé si se fijaron que mencioné varias palabras que no creo sepan su significado. Se llaman regionalismos. Entonces, lo que van a hacer ahorita es investigar el significado de algunas palabras que no entendieron. Van a darle otro uso al celular. Espero que sepan utilizarlo como recurso que también les sirve para aprender y no nada más estar todo el tiempo de babiecos, como decía mi nana Lencha.

Comentarios


Estimado Maestro Alfredo, este relato es para sus nietos, pero también para los adultos que hacen posible una y otra situación de aprendizaje y de vida de los pequeños. Esta rápida charla hacia el pasado, además de ilustrar una época que ya parece muy lejana, impregna la tarde de nostalgia, con cierto dejo de tristeza, por la certeza de que mucho que ver tenemos y tuvimos en la realidad en la que ahora deambulan nuestros hijos, nietos y alumnos.

Felicitaciones por este cachito, por este trocito de vida que ya no es.

Su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Excelente mi estimado Maestro Alfredo. Un texto muy pintoresco y colorido recordando lo que serian los anos maravillosos. Aunque puede ser para sus nietos, el lenguaje usado aqui perfectamente encaja para cualquier Sinaloense y es un gusto leerla. Le mando saludos.
Muchas gracias Maestro Fría e Ingeniero Tolosa por darse un tiempo de leer este y comentarlo.
Así es, son tiempos que se recuerdan con nostalgia y que hoy, ya como persona adulta trato de vivir, algunas de estas actividades, aunque no en la misma forma. Saludos cordiales.
Maira Zañudo dijo…
Que felicidad volver a leer estás historias!

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