“Ya no tiene esa expresión amarga, más bien, es una expresión como malvada, de ambición… como si codiciara algo que ni él sabe qué es”







ELIOT, MI POBRE Y QUERIDO ELIOT

 

Dania Adilene Gutiérrez Moreno

 

¡Ay, Eliot, mi pobre y querido Eliot! Haría lo que fuera para salvarte de tus fobias y de lo que te hace enojar. Siempre que me pongo a divagar en mi cabeza, te encuentro a ti entre todas las cosas empolvadas que ahí tengo; recuerdo tu cara de niño, aquellos ojos verdes, ojos de kiwi, como te decía mi mamá; tu cabello negro, como a lo que más le temo; y tu pequeña sonrisa de travesura sin solución.

Nos conocimos en la fiesta de tu papá, cuando cumplía treinta años. Mi mamá era su compañera de trabajo, digamos que fue una casualidad, como dice mi abuelo, si mamá se hubiera casado con un doctor no necesitaría mover un dedo, pero como no fue así tuvo que trabajar en la inmobiliaria con tu papá. Me alegro de que mi papá no fuera un doctor, porque así jamás te hubiera conocido. Recuerdo tu patio lleno de juguetes enormes, carros, bicicletas, tus columpios, no conocía a nadie y estaba en la resbaladilla y tú te acercaste, me miraste, sonreíste y dijiste que le metiéramos la cara en el pastel a tu papá. Fue increíble. Desde entonces, siempre jugábamos en todos lados, especialmente en la tiendita de tu abuela, que era enorme, tenía muchos pasillos y escondites, la pobre mujer ya no sabía si gritar o llorar, no nos aguantaba, pero nos amaba.

Recuerdo el día que todo cambio. Estábamos allí en la tiendita, aburridos; incluso nos subimos arriba de los perros de la casa de tu abue y jugamos a los vaqueros, pero los perros no aguantaron mucho, tenían lo mismo que tu abuela de edad y si lo multiplicas por seis, digamos que eran momias vivientes esos perros. Nos sentamos en el patio de cemento a descansar, tú te quedaste dormido con la lengua de fuera, parecías muerto, así que con un gis que traía en la bolsa de mi vestido, te dibujé alas de ángel porque en realidad parecías uno. Tronó el cielo, señal de que vendría una lluvia. ¡Y que lluvia fue eterna para mí! Cuando te mojaste, te levantaste y me dijiste: –Carmina, ya sé dónde está mi alcancía, ¡vamos a mi casa y nos compraremos muchos dulces! ¡Vamos, ándale!

Me tomó de la mano y salimos corriendo a toda prisa hacia su casa, bajo los árboles de la banqueta se sentía el aire helado de la tormenta que venía. Él corría muy rápido, más que yo, sólo podía ver su espalda delante de mí. Estábamos cerca de su casa. Cuando ya íbamos a entrar por la puerta me detuve para quitarme los zapatos, tenía lodo en ellos. La mamá de Eliot estaba allí y me ofreció un vaso de agua. Eliot ya había entrado y su mamá dijo: –¡Ay, este niño tan inquieto, mira, te daré otro vaso con agua al tiempo, vienes de correr y helada te puede hacer daño! Yo esperé en la entrada el vaso. Justo cuando la mamá de Eliot lo puso en mi mano, Eliot salió disparado, y todo lo rápido que iba se volvió lento, miré su paso andar libremente, miré como el viento movía su cabello y como un carro detenía su rápida velocidad, y vi como de golpe todo se rebobinó, sentí mi cuerpo ajeno a mí y dejé caer el vaso sobre mi pie, incrustándose los vidrios en él, ardía mi pie, mis ojos seguían repitiendo la horrible escena; no sabía si lloraba por el dolor físico o el dolor de ver a Eliot inconsciente. Su mamá corrió y saco casi a machetazos al conductor del auto, el hombre se miró amable y subió a Eliot inconsciente, su mamá le gritó a su hermano Joaquín, quien al verme sangrar también me subió al carro.

Fue el viaje más largo de toda mi vida. Sentía como latía mi pie, me dolía mucho. Eliot todo torcido lleno de sangre, sin abrir sus ojitos, su mamá lloraba y le suplicaba a Dios porque no muriera, se lo suplicaba como en un poema. Cuando llegamos al hospital nos separamos yo y Eliot, a mí me cosieron la herida, dieciséis puntadas para ser exactos. Mamá llegó corriendo, sudando preocupada, cuando me miró dio un respiro y me dijo: -¿Qué paso con Eliot, pensé que a ambos los habían atropellado? –Mamá, él no despertó, había mucha sangre. Mi madre se puso amarilla, por no decir transparente, ella le tenía mucho cariño, era amiga de su papá y de su mamá, se podría decir que la única familia que la quería por ser la mujer de abolengo que no siguió los pasos de su familia. Y quería mucho a Eliot. Me hizo la señal con los dedos de que esperara y salió. A los veinte minutos la vi entrar mucho peor de como salió. Se sentó en silencio y sólo intercambiamos miradas, hasta que el doctor habló con ella, al parecer podía irme. Ella me bajó con cuidado y tomó mi mano. Yo rengueé un poco pues aún estaba delicado mi pie. Ella bajó la mirada con lágrimas y me dijo: –Carmina, no voy a mentirte, sé que tú eres muy fuerte, Eliot está muy grave, al parecer su vida ahora será muy diferente, se lesionó la espalda y la cabeza, ya no podrán jugar como antes, tendrás que ser muy paciente con él y entenderlo. –¿Mamá, Eliot ya no va caminar? –Sí caminará, pero con mucho, mucho esfuerzo, tendrá que tomar terapias, pero no se sabe en realidad qué sucederá. ¡Prométeme que lo entenderás! Asentí con un movimiento de cabeza y guardé silencio todo el camino a casa, no podía imaginar cómo sería su vida ahora, cómo podría hablar con él de nuevo, qué sentirá ahora, eran tantas ideas en mi cabeza, y la más importante ¿Qué lo hizo salir corriendo así?

Los dos primeros dos años fueron los más difíciles, siempre lo iba a visitar, platicábamos sobre lo que hacíamos, él recibía terapias casi a diario, eso era todo en su vida. Conforme pasaba el tiempo se le miraba más amargado, ya no podía visitarlo con el mismo entusiasmo, sólo me escuchaba y su mente andaba en todos lados. En esa época tenía mucho tiempo libre, así que lo malgastaba en la casa sin hacer nada, así que decidí inscribirme en una academia de ballet, estaba algo lejos, pero desde el primer momento que entré en ella, me sentí como revivida; cada paso firme, fuerte, hermoso. Desde ese día siempre llegaba a ver a Eliot y le contaba todo. –¡Eliot, es que, si pudieras ir conmigo, es un salón enorme, de color hueso con dorado, unas ventanas enormes y hay espejos por todos lados, el suelo es tan brilloso mis compañeras son muy buenas! ¡Adoro el ballet! –¡Cállate, por Dios Santo! ¿Cómo crees que me siento cuando hablas de todo lo que tú puedes hacer y yo no? –Pero pensé que te gustaba oírme, era la idea, una charla. –Sí, pero yo jamás puedo contar nada más que sólo me la paso en terapias, esperando el día que pueda moverme; sabes, a veces pienso en ese día, si no hubiera ido a jugar contigo, no estaría así, es más, si no te viera conocido todo sería mejor. –Cómo puedes decir eso, eres mi mejor amigo Eliot. –Carmina, vete y ya no vuelvas, cuando te necesite, créeme, yo mismo te buscaré, pero por mientras no vengas. Fueron las palabras más duras en toda mi vida, no tuve tiempo ni de mandarlo al infierno, sólo desvié la mirada, tomé mi maleta de ballet y me fui.

Eliot, a sus doce años, tenía la amargura de un señor de sesenta, caminé hacia la casa lentamente, cené, me bañé y me fui a mi cuarto. Lloré toda la noche. Todos los días esperaba una llamada de mi mejor amigo. Jamás llamó. En Año Nuevo fuimos a visitarlo, ni siquiera habló conmigo, fue como un saludo por educación. Después, los siguientes años, prefería no ir, ya no quería ni verlo; pero aún bullía por mi cabeza la pregunta de toda mi vida ¿Por qué Eliot salió corriendo? Aunque ya no importa tanto, él piensa que es mi culpa. Aún así, seguía esperando sus llamadas, preguntaba por él y me preocupaba que me odiara, cuando yo lo quería tanto. A veces, es mejor dejar que las personas hagan lo que sientan, aun a costa de los demás, aun a costa de mí. Pasó otro año, tras otro, hasta cumplir los dieciocho, él fue a una escuela distinta a la mía, ya ni siquiera sabía cómo era su rostro. Después de dieciocho años de ballet, un pequeño pero molesto accidente hizo la diferencia, ese día estaba cortando las plantas junto con mamá, en la rejilla del patio está una enredadera, y en ella había un pequeño nido, al parecer, la mamá ya no volvió y quise subir para bajar a los pajaritos, pero una mala pisada me hizo caer de espalda al suelo, podía sentir cada vertebra gritar, ni siquiera pude levantarme, y con ayuda de una vecina, me subieron al carro de mamá. Pensaba que sería cuestión de unas pomadas, pero no, el daño fue tal que me operaron, después de eso al fin creí que acabaría todo, pero esto apenas iba comenzando, necesitaría ir a natación de por vida, al menos una vez por semana, qué vergüenza, ni siquiera sé nadar, ahora tendré que aprender con todos los niños que de seguro asisten a las piscinas. Me la pasé enojada casi un mes. Se me hacia una completa exageración, pero cuando los dolores fueron insoportables, tuve que ir, la verdad el lugar no estaba mal, era una piscina cerrada, había varias albercas, me aterraba ver como todos los niños corrían de un lugar a otro en ese piso resbaloso, ¡no saben lo que una caída así te obliga a hacer!

Los primeros días sólo aprendí a flotar, no podía nadar en lo profundo porque en realidad mi piscina era más pequeña, y siempre me indicaban ejercicios de hora y media. Cuando me iba del lugar me era imposible no ver el agua en otras partes, y recordaba que en una ocasión cuando era pequeña mamá me llevó a un parque temático, nos metimos a una alberca de olas, fue tan horrible pues me estaba ahogando, nadie lo notaba porque había un grupo tocando en vivo; de no ser por un muchacho que me sacó de los puros cabellos quien sabe que hubiera pasado. Desde entonces odio las albercas, más si son hondas. Había un muchacho, más o menos de mi edad, que nadaba en la alberca más profunda, se tiraba muy bien los clavados, sólo había algo que odiaba de él, siempre molestaba a los niños, los metía a fuerzas con él y los pobres, como pollitos inexpertos, movían sus manos queriendo sujetarse del agua, ¡cómo puede haber gente tan pesada! Cada semana era lo mismo, hasta que, en el segundo mes, me toco tenerlo a un lado en la alberca de ejercicios, algo en él me parecía tan familiar, esos ojos verdes, el cabello negro… ¡Por Dios, no, no puede ser… Eliot está enfermo, el jamás nadaría con tanta agilidad…tan sólo se le parece! Era alto, como de un metro con ochenta, blanco como la leche y pesado como el plomo. No le presté atención del todo, pero fue a la tercera ocasión que confirmé mis dudas; siempre yo me iba primero que él, pero esta vez llegó tarde y terminamos casi al mismo tiempo, su instructor se fue y él de una maleta sacó una especie de chaleco, pero más delgado, como si fueran cuerdas unidas. –¿Me las pondrías? Es que padezco de problemas de columna. ¡Sentí mis ojos agigantarse, su rostro, su risa su todo, era el! No me reconoció y recobré la cordura. –Claro, por qué no. Estaba tan cerca de él y no me conoció, creo que olvidó todo. –Listo, ya quedó, hasta luego. Le di la espalda y caminé un poco, cuando me dijo: –Carmina, aún tienes la cicatriz del pie, parece un gusano, se ve chistosa. Tragué saliva y seguí caminado, ¿qué más podía hacer? Me cambié para ir a tomar un autobús, seguía escuchando su voz en mi cabeza. A lo mejor aluciné por tantos años con su frialdad. Pero ahora estoy segura de que lo que siempre he sentido por Eliot es amor y no amistad: el no abandonar su fantasma, el recordarle siempre, tanto tiempo esperando algo de él qué más puede ser. Por eso me dolió tanto aquellas palabras tan hirientes que me dijo. No las quería de él, porque de él sí me dolían y mucho. Pasaron dos semanas y no iba a la piscina, tenía miedo, nervios, angustia de verlo, es curioso cómo se recuperó. Lo fuerte que es. Ya no tiene esa expresión amarga, más bien, es una expresión como malvada, de ambición… como si codiciara algo que ni él sabe qué es.


Comentarios


Dania, la magia de la Literatura es que construye realidades en los que prima la ficción; y convierte en ficción lo que los sentidos nos presentan. Todo es posible bajo el influjo del amor y de la amistad que, a veces, muchas más de las que deseamos, se trastoca y se tiñe de dolor.

Como siempre, te felicito y admiro tu genio creativo para escribir relatos interesantes y bien armados. José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Muy bien, Dania. Una vez mas nos muestras tu musculo creativo y prolífico. Excelente relato. Siempre nos das una sorpresa al final, pero esta si no me la esperaba. Saludos.

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