“Mi compadre siguió haciendo su rutina, madrugar al trabajo y pistear los días sábados hasta la madrugada, o a veces llegar amanecido nada más a dormir”






¡AY SERÁ MÁS ADELANTE!



Alfredo Zañudo Mariscal

 

Llegué a la casa, como es costumbre hacerlo los fines de semana. Después de los saludos de rigor, pregunté si mi compadre estaba descansando, pues generalmente se va de parranda el sábado, y otro día reposa la cruda acostado y mirando películas en la televisión. Nada más se levanta para ir al baño. Por eso, mi comadre, a manera de broma, dice que está en la cuarentena. Pero esta vez mi mamá se adelantó con la respuesta y contesta: “No’mbre, todavía está tomando, no se ha acostado, y lo que es peor, ahora, si le queda dinero empieza a tomar desde el jueves”.

Mi comadre dice que no tiene lucha, pero lo bueno es que, en cuanto raya, primero le da para el gasto de la semana y, como ella también trabaja, con el sueldo de los dos, ay medio la van pasando o viviendo la vida, con carencias y limitaciones.

Recuerdo que, cuando emparentamos, a veces me tocaba tomarme unas cervezas. Él siempre comentaba que primero aseguraba la comida de la familia y lo que sobraba se lo tomaba. “Compadre, le decía, el dinero nunca sobra, siempre hay alguna necesidad que solventar en la casa, desde objetos personales a cuestiones materiales”. Pero él decía que no, que tenían lo básico para irla pasando.

Con el paso del tiempo, me solicitó un pedazo del solar para construir dos cuartos. Se lo regalé pues ya tenían una niña y vivían con mi madre. Ella se daba cuenta de sus actitudes machistas, por ejemplo, aquella vez que le dijo a la comadre que si no se enseñaba a hacer tortillas de harina la iba a cambiar por otra. Mi hermana se soltó llorando y mi mamá, a manera de consuelo, le dijo, “como eres tonta mujer, no vale la pena, no le hagas caso al hombre”.

Mi comadre siempre fue una mujer sumisa que acató siempre las disposiciones del marido. Pero, ante las precarias condiciones que estaban viviendo, tuvo la necesidad de irse a trabajar. De esa manera terminaron los dos cuartos y posteriormente los baños, pegados a la casa.

El tiempo siguió si curso y ella cumpliendo con sus deberes como ama de casa, levantándose temprano para echar el lonche, preparar el café y vaciarlo en el termo y soportar de vez en cuando algún regaño del compadre. Después alistaba a las niñas para mandarlas a la escuela y posteriormente irse a trabajar. Los fines de semana se venían a Culiacán a surtir la despensa a la Plaza Ley. Este negocio era el lugar idóneo para hacer las compras porque a un lado estaba la Central Camionera y posteriormente surgió la ruta de minibuses Culiacán, Culiacancito, a un costado de la Plaza.

¡Y cómo no he de recordar estos viajes a Culiacán para comprar el mandado! Un servidor vivió en carne propia esta odisea. Al llegar a la Plaza Ley, primero aseguraba el cartón huevero, de esos que traen 360 huevos, para acomodar la mercancía y luego amarrarlo con mecate tipo rafia. Después venía el sacrificio de subirlo a los hombros para poder llegar a la Central Camionera y tomar el camión para llegar a nuestro destino final. Pero esto es otra historia, como dijo la nana Goya.

Mi compadre siguió haciendo su rutina, madrugar al trabajo y pistear los días sábados hasta la madrugada, o a veces llegar amanecido nada más a dormir. En ocasiones que coincidíamos, cuando iba a visitar a mi mamá él me miraba y me hacía señas para que lo acompañara. Lo saludaba y siempre me ofrecía un bote. A veces me lo tomaba, en otras ocasiones no se lo aceptaba. En las pláticas siempre surgía y hasta la fecha todavía sigue haciéndome el siguiente comentario: “Yo a usted compadre lo quiero mucho y nunca lo voy a cambiar”.

En una ocasión les cayó una plaga de ratas. Mi compadre llevó un frasco con veneno, el cual le untaba a pedazos de queso y así exterminaron a las ratas. El frasco lo guardó y el tiempo siguió su curso. Una mañana mi compadre se levantó muy temprano como de costumbre para hacer el lonche. Al mover la estufa y agacharse a recoger la pimienta, sus manos toparon con un frasco. Lo recogió, lo examinó y trató de recordar para qué era ese líquido y qué uso le habían dado. Entonces vino a su mente el exterminio de las ratas. Se quedó un poco estática, tratando de ordenar sus ideas para empezar a hacer el desayuno.

Sin embargo, al preparar el café volvió a su mente ese frasco con un líquido color ambarino y entonces empezó a reflexionar. ¿Si le hecho un poco al café se notará?

¿Tendrá el mismo efecto el veneno en las personas? ¿Y si nada más se le imposibilita alguna parte su cuerpo? No, no puedo dejar sin padre a mis hijos, Dios me libre de tan negros pensamientos, dijo para sus adentros, al mismo tiempo que hacía la señal de la cruz y volvió a guardar el frasco.

El tiempo siguió su curso y la familia de la comadre siguió creciendo, llegaron a tener 3 hijas y un varón. La primera se les casó pronto, cuando trabajaba como instructora comunitaria del Conafe, la segunda vivió muchos años con ellos, siempre apoyando en la economía familiar. El único varón está siguiendo los pasos del compadre. Hace poco así amanecido se llevó a la familia de paseo por Altata, con todos los riesgos que esto implica. Recuerdo cuando el Fredy estaba muy joven, también le causó algunos sufrimientos a mi comadre, aunados con penurias económicas, debido a que le contrató un plan de telefonía celular. Pero el chavo se la pasaba hable y hable y llegó a rebasar el límite de tiempo, de tal manera que a mi comadre le cobraban miles de pesos. Y ahí va la pobre mujer a endeudarse con la Coppel y con Electra para pagar la deuda. Esta situación, aunada al nulo apoyo económico del compadre, hizo que a su mente llegara otra vez la imagen del frasquito con veneno. Sin embargo, nada más fue una imagen fugaz, de esas que sólo duran fracciones de segundo, la cual revirtió con este pensamiento interior: “hay será más adelante”.       

En otra ocasión al joven y le dio por casarse con una muchacha muy colmilluda o muy correteada como dicen en el rancho. La familia trató de disuadirlo, pero él se amachó y hubo casamiento por la iglesia. Al poco tiempo la joven se lo llevó a Chihuahua a vivir con los suegros. Pues no duró ni el año allá cuando se pelearon y él optó por regresarse al pueblo. Ahí está la pobre de mi comadre enviándole el dinero del pasaje. A manera de broma una vez comenté en la casa de mi madre que lo único bueno en el casamiento del Fredy es que éste había conocido Chihuahua.

La hija más chica de los compadres es la que salió buena para el estudio, ya es licenciada y es quien siempre se les pone al frente al compadre y a su hermano tratando de que estos corrijan o reorienten el rumbo. Además, ha apoyado bastante en la familia pues de la sala, cocina y comedor que tenían años sin techar, gracias a ella ya están en obra negra.

Mi comadre sigue cumpliendo con las labores de la casa y sigue atendiendo a mi compadre, porque dice que, a pesar del vicio, nunca deja de trabajar y además ha cambiado mucho en lo que respecta a sus actitudes machistas. Además, ya no tiene el compromiso de hijos que atender. Ella tiene muchas ganas de seguir saliendo adelante en esta vida. Sobre todo, porque ya le falta un año para pensionarse y el patrón le sugirió que investigara para ver cuánto tenía que aumentarle en el pago del Seguro Social, para que llegue a tener una pensión digna.

Del frasquito ya ni se acuerda, porque su contenido ya caducó. Además, ahora se arrepiente de estos negros pensamientos porque, como me dijo al principio de este escrito: “el compadre no tiene lucha, y de algún mal nos hemos de morir”.   

 

 


Comentarios

Estimado maestro Alfredo, estos relatos muestran la vida cotidiana en muchos hogares y las opciones que se manejan o se imaginan para encontrarles solución; la picaresca es una forma literaria de abordar los conflictos existenciales y las peripecias diarias de la vida, con un toque de humor, como el que Usted imprime a su relato.

Felicitaciones, su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Muy divertido su relato compañero Zañudo, interesantes esas cosas que suceden en la cotidianidad de las familias. Le prometo que ahorita llegando a mi casa voy a revisar los frascos de la alacena, no vaya a ser que haya por ahí alguno con veneno para las ratas.
Un abrazo desde Los Mochis con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca
Marcelo Tolosa dijo…
Jajaja! Muy buen relato estimado maestro Alfredo. Con ese humor especial que brinca de esas ciertas situaciones como las que menciona aqui. Le mando un saludo.

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