“El que anda por buen camino / No debe andar preocupado / pero Ramiro y Fortino / la carga se habían robado”






EL CARGAMENTO

 

                                                                                   

José Manuel Frías Sarmiento

 

Lento, con ademanes pausados, descansó la metralleta en el asiento aterciopelado del Mustang en que se encontraba. Tomó un cigarrillo. Parecía que el mundo le era ajeno. Que todo estuviera centrado en la somnolencia que le invadía. Su compañero no hablaba. Tan callado como él, no mostraba ninguna tensión. La rutina los volvió de piedra. Lo anormal era lógico y congruente.

Fortino tiró la colilla por la ventana semiabierta del automóvil que desde temprano estacionara frente a la mueblería Unión.

No era raro. Nadie prestaba atención. Cualquiera que los mirara suponía su profesión: narcotraficantes o judiciales. Difícil diferenciar entre unos y otros. Tal vez las dos cosas.

En el estereo se escuchaba un corrido: "Culiacán, capital sinaloense,/ convirtiéndose en el mismo infierno/ fue testigo de tantas masacres/ muchos hombres la vida perdieron"...

Cecilio dormitaba con el sombrero panamá echado sobre los ojos. Su mano derecha empuñaba una 45 especial pavoneada, misma que era su orgullo. Bonito regalo de cumpleaños. Su compañero Fortino era amigo deveras: "Tenga compadre, la tartamuda que me ha sacado de broncas, llevándose por delante veinte o treinta "mayos", ya ni me acuerdo.

Era buena. Nunca fallaba. Se podía uno confiar en ella y lo sacaba del aprieto. "Gracias compadre no sé cómo agradecérselo. Le juro que seré, con ella tan fregón como usté".

Tres años antes se conocieron. Casualidad que Fortino bautizara el chamaco de La Martha, su mujer, el mismito día que llegó del Norte. Traía dólares. Contrató un mariachi y mandó por unos 20 cartones de "cartitas". Así se hicieron compadres: "Lo que usté quiera compadre, nomás pidalo y ya sabe; su compa no se raja, ni aunque le rompan la madre. Mire, por ésta".

Desde entonces hicieron negocios juntos. Se fueron a Santiago de los Caballeros a rayar la amapola. Volvieron con buena "feria". Cada temporada se iban y regresaban con más, pero luego se acababa y "pos compadre, es una chinga 'tar yendo tan lejos y jodiéndose pa'otros; sería bueno chingarnos un viaje pa'nosotros no".

Lo discutieron largo rato. Cuando abandonaron "Los Jacales" lo tenían decidido. Había que empezar el negocio.

Una noche esperaron a dos judiciales amigos suyos afuera del bar El Quijote; hasta que salieron cayéndose de borrachos, más los judiciales que ellos.

Pos ora sí carnales, aí nos vidrios.

"Quiúbole, cómo que ya se van, si la noche apenas empieza".

Pos sí, pero tenemos un jalecito y pos, hay que chingarle pa’ sacar la feria, ¿qué no?".

"No, pos sí. Lástima que no sépamos que onda, si nos pos les ayudábamos".

“Pos órale, si se animan, vénganse y chance y les toque algo.”

Se fueron juntos, pero en vez de hacer el jale, arrancaron para la colonia Cinco de Mayo por el rumbo de la loma donde están las oficinas del canal 3: Allí, Cecilio le dijo a Fortino

-Párese compa, tengo ganas de miar.

Cuando bajaron del carro, Fortino y Cecilio balacearon a los judiciales y, después de robarles el dinero, las armas y las credenciales. Rociaron los cuerpos con gasolina y les prendieron fuego. El automóvil se lo llevó Cecilio, seguido por Fortino, hasta el dique Mariquita. Allí lo echaron al agua y regresaron a Culiacán, ya casi para amanecer, en el Mustang que manejaba Fortino.

A partir de esa noche la suerte les sonrió, hicieron retenes en todas partes, escudados en las falsas credenciales. En los caminos, en cantinas y en diferentes lugares, despojaron a mucha gente de sus pertenencias: dinero, alhajas y hasta los carros. Las víctimas ni protestaban. Hipnotizadas por los oscuros ojos de las metralletas, no reparaban que las fotografías de las credenciales no correspondían a quienes los encañonaban. Además, ¿quién se fija en una foto cuando tienen dos "cuernos de chivo" apuntando a su pecho? ¿Quién?

La suerte seguía sonriéndoles. Algunos se animaron a denunciarlos a las autoridades. Pero éstas no quisieron o no pudieron dar con ellos: ¿Complacencia o incompetencia? ¿las dos cosas? No se sabe. Ellos continuaron con su vida de violaciones, asaltos y asesinatos.

Hasta que Don Gervasio los mandó llamar. Rico agricultor y ganadero, Don Gervasio ocultaba bajo su aspecto impecable y enérgico la verdadera actividad que generaba la fortuna que poseía. Se vino de Otatillos cuando consideró peligroso seguir trabajando allá, tan solo, exponiéndose a que sus mismos matones y guaruras lo asesinaran. Dejó a su cuñado encargado de los plantíos de amapola y marihuana y, aposentado en Culiacán, compró terrenos de riego, ganado y maquinaria, fundando un hermoso rancho agrícola con extensos sembradíos de cártamo, trigo, maíz y frijol soya en el valle agrícola del Municipio.

Pronto fue conocido y respetado. Agricultores, comerciantes y ganaderos lo invitaban a sus fiestas y reuniones. Alternó con importantes funcionarios públicos y en más de alguna ocasión le cosquilleó la idea de participar en política, aunque fuera como senador.

Cada fin de semana salía de su residencia, ubicada en la colonia Chapultepec, para volar del aeropuerto, en su avioneta particular, hasta la pista construida exprofeso en su rancho. Allá tenía una grande y hermosa finca de dos plantas con varias recámaras, amplios corredores, comedor, salones de baile, de cine, billar, caballerizas, hangar y alberca con trampolín y chapoteadero. ¡Y no lo creerán, pero hasta biblioteca tenía!

También, pero sólo cada tres meses, se trasladaba a Otatillos a supervisar la siembra de marihuana y amapola. Tenía que ir a ordenar y dar indicaciones personalmente, pues en asuntos del narco no es bueno fiarse ni de los parientes.

Hombre tan poderoso, Don Gervasio tenía que descansar su seguridad en un impresionante ejército de pistoleros: todos ellos desalmados, fríos y certeros en su oficio. Pero todos tenían una condición: ser leales hasta la muerte. Así como deben ser, y como a cada rato les decía para que no lo, olvidaran y supieran a qué atenerse: - a mí los culeros y maricas me sirven pa’ pura chingada-. Los reclutaba de cualquier corporación, cárcel o cantina. Lo mismo eran ex-policías que judiciales en servicio, asesinos libres o presidiarios a quienes ayudaba a fugarse. Los bajaba de la sierra o los subía al monte pa’ que se foguearan en todos lados; pues en todas partes los necesitaba. En su capacidad y entrega apoyaba su imperio y su dominio en las rutas de la droga y en el abasto de las ciudades fronterizas. Y eran eficaces. A su modo y en su trabajo, la gente de Don Gervasio era de lo mejor en la sierra y en la costa: llevaban trailers con mota, bajaban avionetas con ladrillos de polvo o manejaban camionetas con latas de manteca embarazadas de goma.

Y como Don Gervasio tenía billetes para comprar a los pistoleros más certero y confiables, un día viernes 28 de enero, ¡qué fecha tan memorable, verdad!, ordenó al Flaco, su cuñado y administrador de su rancho El Paredón de Calomato, que fuera por Cecilio y Fortino y se los trajera a su casa de la Chapule. Así fue como a los compadres la oportunidad les cayó del cielo. Y entonces empezaron a ganar lana de la buena; pues en un dos por tres, se convirtieron en los mejores gatilleros del grupo de pistoleros de Don Gervasio. Pa’ los jales arriesgados ellos eran los más dispuestos a entrarle y eran, también, los más rápidos y efectivos; los más audaces y astutos. Por eso Don Gervasio les agarró cariño y con el cariño, les dio su confianza. Fortino y Ramiro se dejaban querer y correspondían a Don Gervasio con halagos y con la muerte ocasional de alguno que al Patrón le hiciera sombra en sus negocios, como aquel que Barbarino matara y llevara como regalo de cumpleaños a su jefe. Y ya ven, pues, lo que dice el corrido: en este negocio en el que anda tanta gente, “no te fies de los halagos, ni siquiera de parientes”. Pero, a lo mejor, Don Gervasio no escuchó nunca ese corrido.

Con la confianza, Don Gervasio, les confió las cargas más valiosas. Fortino y Ramiro comenzaron a viajar más a la frontera, primero a San Luis, Piedras Negras y Nogales; después a Mexicali y a Tijuana. Por casi dos años custodiaron viajes a la frontera, esperando con paciencia que llegara el momento de hacer el jale de su vida. Mientras, ganaban dinero y se hacían más ricos de lo que nunca fueron; pero a Ramiro y Fortino eso no les bastaba. Ellos ambicionaban más, pues por eso habían dejado los viajes de Culiacán a la sierra y de la sierra a Culiacán: para dejar de ser poquiteros y entrar a las grandes ligas y batear jonrones de quinientos kilos de la blanca o unas dos toneladas de la verde.

Y ahí los tenemos. Tranquilos, como dormidos, pero más alertas que cuando se dan un pericazo bajadito con Bucanas. ahí están, esperando que salga el camión con la carga: quinientos quilos de cocaína oculta entre los muebles. Las órdenes son que les abran camino hasta Sonorita. Ahí entregarán el polvo y otros seguirán con el paquete hasta San Diego. Eso dijo Don Gervasio, pero Ramiro y Fortino tienen otro plan. Sólo ellos saben que el trailer nunca llegará a Sonorita. Sólo ellos saben que el chofer y su ayudante van a morir después de pasar por Pericos, casi llegando a Rancho Viejo. Ahí se les acabará el corrido a los pobres choferes que anhelan ser como Fortino y Ramiro, para ganar más y comprarse una camionetona Lobo doble cabina. También empezará a escribirse el de ellos. Ése que después escucharán con cierto recelo y orgullo:

"El que anda por buen camino/ No debe andar preocupado/ pero Ramiro y Fortino,/ la carga se habían robado".

Ellos dos, Fortino y Ramiro, llevarán la carga hasta una pista clandestina, donde una avioneta los recogerá y volarán con ella hacia el extranjero, dejando con un palmo de narices al omnipotente y viejo Don Gervasio.

Todo salió como lo planearon. Cuidaron el camión hasta la altura de Terreros. Acribillaron al chofer y al ayudante, primo de él. Luego, sacaron de la cajuela del Mustang dos cadáveres más o menos igual de corpulentos que Cecilio y Fortino. Los colocaron uno ante el volante y el otro con un pie a tierra, con la puerta abierta.

Les pusieron sus cadenas, anillos, esclavas y relojes. Ametrallaron el Mustang con varias ráfagas y, después de bañarlos con gasolina, los incendiaron al igual que a los choferes del camión.

Festejando el triunfo, manejaron el camión por una brecha, monte adentro, hasta que toparon con una Ford Ranger. Cambiaron la carga a la Ford y continuaron metiéndose más en la espesura de aquella noche quieta y silenciosa. Cuarenta y cinco minutos después llegaron a una explanada; pequeña pero suficiente para que aterrizara y despegara la avioneta cuyo chofer, al mirarlos, encendió los motores.

Al poco rato Fortino, Cecilio y el piloto, después de haber subido las bolsas de plástico repletas de polvo blanco y forradas con celofán, abordaron el vehículo y enfilaron hacia nuevos horizontes. 

¿Don Gervasio? Bien. Dormido, allá en su casa de la Chapule.

 

Comentarios

Pos aquí les dejo un cuentito con sabor de antaño. Pa seguir arrempujando la mini serie de cuentos cortos en este Blog.

Saludos Su amigo, José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Tras tras tras!! Asi nomas se saco bajo la manga una historieta perrona la leyenda Frías, ahi nomas pa que saboreen, se asombren y vayan desempolvando los teclados los proximos. Jajay! Un saludo!
Felicidades maestro Frías por su texto, es muy original, la combinación de realidad e imaginación entrelazadas con la maestría escritural de usted producen textos como este. Culiacán es fuente de historias como la de estos personajes.
Un abrazo desde Los Mochis con mi afecto incrementado.
Adán Apodaca
Carlos dijo…
Muchas gracias profe por iluminarnos con su texto.

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