“La ternura me pide quedarme con la simpática viñeta del pastorcito con su morral cruzado en el pecho”
EL JUÁREZ DE MIS RECUERDOS
José Manuel Frías Sarmiento
Para empezar a escribir, pido permiso primero: voy a contar un relato de la manera en que puedo
Ustedes han de
perdonar que parodie los primeros versos del famoso corrido Benjamín Argumedo, escrito por Graciela
Olmos. No es mi intención fusilar la composición, utilizo la frase nada más
para marcar el tono de mi relato sobre algunos aspectos relevantes de la vida y
obra de Benito Pablo Juárez García, expresidente de México y “Benemérito de la
Patria”, tal y como fue nombrado en tiempos del Presidente Sebastián Lerdo de
Tejada en 1873; aunque sea más conocido como “Benemérito de las Américas”, en
virtud del honor que el Congreso de Colombia le otorgó, por su valiosa y
heroica participación como defensor de la libertad de los mexicanos ante el
feroz acoso del imperio francés, quien nos quiso intimidar y sojuzgar con el
más poderoso ejército invasor de su época.
No es cosa fácil
hablar de Don Benito Juárez a la manera en que lo hace la historiadora Josefina
Zoraida Vázquez y Vera, en su libro Juárez,
el republicano, escrito en colaboración del Colegio de México, la Comisión
Nacional de Libros de Textos Gratuitos y la Secretaría de Educación Pública. Si
de por sí, ya todos sacamos a colación algunas frases de Benito Juárez, después
de la distribución de los veintisiete millones de ejemplares de ese libro en
todas las escuelas del país, conoceremos un poco más de la obra de este ilustre
mexicano, cuyo pensamiento el Congreso de la Unión propuso honrar al designar
al año 2006 como “Año del bicentenario del natalicio del Benemérito de las
Américas. Don Benito Juárez García”.
A diferencia de
Zoraida Vázquez quien, de manera clara y sencilla, muestra la vida del prócer
mexicano, apoyada en su larga trayectoria como investigadora nacional, yo me
concretaré a contar un relato alimentado por lo que mis profesores me contaron acerca
de la vida del indígena pastorcito que a, fuerza de voluntad y de largos años
de estudio, logró ser no sólo Presidente de su país, sino ejemplo internacional
de la asunción de un cargo conferido por el pueblo, ante las peores
circunstancias que un hombre y una nación pueden afrontar.
Una actitud, como
la de Don Benito Juárez, ante la arrogancia del poder usurpador, no pudo ser
más que congruente con la fuerza y el cariño que los mexicanos sentían por las
libertades individuales y sociales, tras largos siglos de opresión a los que la
España los había sometido. Pero, para mayor simbolismo, como Cuauhtémoc ante
Cortés, Benito Juárez, indígena de pura cepa, se opuso a las pretensiones de un
austriaco de ojos azules y de rubia cabellera, al que traidores como Miguel
Miramón, Tomás Mejía y Juan José Nepomuceno Almonte, el mismísimo hijo de José
María Morelos y Pavón, quisieron imponer como Emperador de México. ¿Sí se
acuerdan de esa historia que nos contaban los profesores en la primaria,
verdad? Espero que sí, porque de ahí parten los conocimientos previos de los
que ahora dispongo para armar este relato. No tengo otros. No soy historiador,
ni soy profesor de educación básica, pero sí escuché con atención a mi padre y
a mis profesores cuando hablaban sobre la vida de los héroes que nos dieron patria
y libertad.
Por eso me
interesa contar este relato sobre Don Benito Juárez, un mexicano de talla
universal al que muchos religiosos aborrecieron por quitarles privilegios, al
separar las funciones de la iglesia con las propias de la naciente República Mexicana.
Quiero hablar a la usanza de los que cuentan lo que oyeron y leyeron, sin más
reflexión que el recuerdo y las impresiones que éstas causan en la memoria
recuperada. Aunque no la haya, como dice García Márquez, vivido para contarla,
quiero, al menos, repetirla para comprenderla.
Me atrae la figura
de Don Benito Juárez. Me jala con fuerza la veneración que todos manifiestan a
su acción y a sus palabras, repetidas en toda ocasión. ¿A poco no hemos dicho y
escuchado muchas veces: “Entre los individuos, como entre las naciones, el
respeto al derecho ajeno es la paz” ¡Qué fuerza en la expresión, cuán
irrefutable el apotegma zapoteca, convertido en axioma universal! ‘El respeto
al derecho ajeno es la paz’ es un verbo tan vigente hoy como en aquel lejano
año de 1867 en el que lo pronunció Don Benito Juárez. Un verbo que nos enseña
la importancia de las relaciones humanas basadas en la convivencia armónica,
para que los países construyan su futuro de la manera que más convenga a sus
habitantes, sin interferencias de gobiernos extranjeros. Esa frase, pronunciada
en un memorable discurso que ponía punto final a la aventura francesa en
nuestro país, nos habla de la reciedumbre de un personaje que no toleró, bajo
ninguna excusa, la intromisión de un estado extranjero en los designios que
solamente los mexicanos tenían derecho a imaginar. Nos habla, también, de la
clara inteligencia de un hombre que, tras una cruenta lucha por liberar a su
patria, enunciaba lo que para él era la mejor manera de conseguir la paz,
‘entre los individuos, como entre las naciones’.
¡Cuánta falta nos
hacen, ahora, mexicanos de tan alta estirpe! Gobernantes, puros y patriotas,
que no se dobleguen ante el oropel del dinero ni sucumban a las presiones
internacionales. Mexicanos orgullosos de su raza y de los más altos valores que
los grupos étnicos saben enaltecer con cada uno de sus actos. Así lo hizo
Benito Juárez en los momentos más cruciales de su vida, de su presidencia y de
su propio país. No puedo privilegiar ninguno de los tres escenarios
mencionados, pues en los tres, Juárez fue siempre el Hombre, el Estadista y el
Mexicano, que mis profesores me contaron en las escuelas rurales en los que
abrí ventanas a mundos que aún dejan huellas en mi formación.
En esas escuelas
rurales no había multimedia ni computadoras conectadas a la red de internet. No
teníamos ni siquiera una biblioteca. Mi primera escuela constaba de un solo
salón, en el que nos apretujábamos, en tres dobles hileras, una treintena de
chiquillos respetuosos de sus profesores y atentos a lo que éstos les contaran
o los pusieran a hacer. Ahí escuché hablar por vez primera de un niño zapoteca
que, a la edad de trece años, salió de San Pablo Guelatao para ir a la ciudad
de Oaxaca en la que un sacerdote español, al que Benito llamó padrino, lo
introdujo en el maravilloso mundo del conocimiento escrito al enseñarlo a leer
y escribir. Pero lo que más me asombró saber en aquella pequeña escuela rural
federal “Naciones Unidas”, fue que Benito Juárez, no sólo era muy pobre, sino
que hasta los casi catorce años aprendió el idioma español, al tiempo que
aprendía a leer bajo la protección de su benefactor Antonio Salanueva.
De ahí en
adelante, nos contaba el profesor José Navia Hernández, Benito Juárez no cesó
un instante en su afán por aprender y participar de manera institucional en la
vida política, jurídica y educativa de su estado y de su país. Todos sabemos,
yo lo sé desde que lo escuché, primero de José Navia, y después de Rosendo
Noriega, maestro en la escuela rural “Niños Héroes de Chapultepec”, que Don
Benito Juárez se desempeñó como regidor, diputado y gobernador en su natal
estado de Oaxaca, como preparación necesaria para la difícil tarea que
afrontaría como Presidente de la Nación. ¿Se dan cuenta cómo se forman los
caracteres de los gobernantes de verdad? Y cómo, al margen de predeterminismos
genéticos o sociales, una persona puede equipararse y sobrepasar, incluso, a quienes,
por su linaje, dinero y poderío militar, se sienten con derecho de avasallar
voluntades y territorios independientes y soberanos.
La imagen de Don
Benito Juárez que, desde mis años de primaria, tengo siempre presente se
desdobla en dos: la primera, es la de un niño vestido de manta blanca, con
huaraches de correas y un sombrero circular de palma en la cabeza; un pequeño
indígena lleno de felicidad que toca su flauta de carrizo, mientras apacienta
un rebaño de ovejas en las suaves y verdes colinas de un bucólico paisaje digno
de ser pintado por José María Velasco. La segunda imagen, es la de un estadista
de recia figura, mirada penetrante y gesto adusto. Es la figura de un
Presidente, honrando el puesto que el pueblo le confirió para que lo
representara y lo defendiera en cualquier situación, por difícil que ésta
fuera. Quizá por eso, Benito Juárez jamás demeritó la investidura presidencial,
ni siquiera en su vestir. Durante los tres años que Maximiliano de Habsburgo
ocupó la sede tradicional del Poder Ejecutivo, Don Benito Juárez nunca dejó de
usar su traje de levita y su sombrero de copa alta y negra. Su figura, grave y
enhiesta, simbolizaba la Soberanía Nacional, materializada en la Presidencia
itinerante que Juárez representaba. Él sostenía la dignidad de la Institución
Presidencial, mientras que el pueblo mexicano luchaba por desterrar al
usurpador que, con ayuda de traidores conservadores, se ostentaba como
Maximiliano I, Emperador de México.
Ésas dos imágenes
mantengo en la memoria: la de un pequeño zapoteca que no conoce más allá de los
linderos de San Pablo Guelatao, pueblito de veinte familias, al que apenas
llegan barruntos de la lucha por la independencia librada por criollos,
indígenas y mestizos que ya no toleran el yugo de la corona española. La otra
imagen es muy diferente: ya no es el niño que pide a su tío lo lleve a la
ciudad de Oaxaca para aprender el idioma castellano. Esta imagen es la de un
hombre con amplia cultura, que habla en zapoteco y en español, a la par que lee
con claridad textos escritos en latín, inglés y en francés.
La ternura me pide
quedarme con la simpática viñeta del pastorcito con su morral cruzado en el
pecho; la admiración me exalta el retrato del Estadista vestido de negro, con
su libro de leyes en la mano, o con las dos, asiendo el asta para ondear el
Lábaro Patrio, en alusión a los aires de libertad que limpiaron a la nación del
oprobio de una insultante monarquía francesa.
Este Juárez
Presidencial, de sobrio desempeño institucional, es, también, el Juárez amoroso
de sus hijos y de su esposa que los atiende y se preocupa por ellos, durante
los ataques y la persecución de que fue objeto por parte de sus enemigos; pero
es, al mismo tiempo, el Juárez que, en periodos de relativa paz, estableció un
sistema de instrucción pública para propiciar un mejor futuro a millones de
compatriotas, empobrecidos por las constantes luchas contra opositores internos
y contra potencias extranjeras que nos querían avasallar.
Pareciera que hay
muchos Juárez: el político, en sus cargos de regidor, diputado, gobernador y
Presidente de la República; el jurista, como Juez de primera instancia,
Secretario del Tribunal Superior de Justicia y Presidente de la Corte de
Justicia; el Académico, como catedrático de Derecho Canónico y Rector del Instituto
de Ciencias y Artes e Oaxaca. Pero entre todos ellos destaca, con firmeza
irrebatible, el Juárez que lucha por los ideales de la Nación, el Juárez que
persigue la restauración de la República y la consolidación de las libertades
más sentidas del pueblo mexicano, a través de las Leyes de Reforma.
Con ese Juárez me
quedo, porque fue el que me mostraron mis profesores en sus clases, en los
libros que me hicieron leer y en los actos que, de este gran hombre, me
hicieron analizar.
Me quedo con esa
figura señera de Don Benito Juárez, porque fue la que me enseñaron mis
profesores allá en mis escuelas rurales. Una figura que, con el tiempo y basado
en aquellos primeros relatos, aprendí a reconstruir y a enaltecer al calor de
lecturas y de reflexiones posteriores.
Me quedo con esa
imagen, porque ése es el Juárez de mis recuerdos; y ésta, es la historia que yo
les quería contar.
Comentarios
Estimados lectores, lo que les presento ahora no es un estudio historiográfico, es tan sólo viñetas de mi niñez que afloran en mis recuerdos llenos de nostalgia, para recordar a Juárez en la voz de quienes, por ellos, lo conocí: mi Padre y dos de mis maestros, en El Aguaje, primero; y después en La Campana, dos pequeños ranchitos en los que nací y crecí, cuando era un niño, como lo dice García Márquez: 'Feliz e indocumentado'.
Espero les guste leerlo, aunque sea bien poco lo que les cuente
José Manuel Frías Sarmiento
Por supuesto! Gracias por la recordada. Don Benito Juárez, gran personaje en la historia de México. La enseñanza/aprendizaje den mi niñez escolar está a través de la canción "Don Benito Juárez" que sigo cantando. Un gran impulsor del cambio en sociedad, por una justicia, por libertad... "El derecho ajeno es la Paz". Cuanta profundidad me lleva dicha frase.
Gracias por tan placentero texto.
Saludos
María Luisa Álvarez
Casi hermano FRIAS muy interesante su lectura del Sr. Juárez ,personaje que para mí es el más gran mexicano que la patria a parido el m mfue quien nos dio identidad como mexicanos lucho y sufrió por tener un país libre el cual por desgracia ,muchos políticos aún no han entndido y se dedican solo a robar sin consideración . Desgraciadamente así es , como extraños a los autentico Juárez
Sucede muchas veces que se nos olvida como mexicanos quién fue Juárez: que fue tanta la popularidad y la trascendencia que alcanzó a nivel universal, que hasta Mussolini fue llamado Benito, aunque nada tuvieran qué ver en cuanto a ideologías.
Lo interesante de la historia también es cómo ésta habita en la memoria de cada uno y cómo, motivados esta vez por sus palabras, se mueve algo en esos recuerdos que también a los lectores nos permite hacer un recuento de lo que conocemos o, mínimo, de lo que creemos recordar conocer.
Gracias por compartirnos sus viñetas.
Saludos.
Tambien, interesantes relatos que quiera o no, nos ayuda para recordar la historia y seguir queriendo aprender por la manera interesante que la han venido narrando en estos textos.
Y sobretodo su frase famosa que todo mundo recordamos , pero mas me acuerdo, porque mi papa siempre la decia pero con una modificacion comica :"El respeto al derecho ajeno, es la conservacion de los dientes"
Le mando un saludo estimado amigo Jose Manuel.