“Nos esperamos unos días porque ése era el primer viaje de mis hijos los solteros” 




EL FINAL DE MI VIDA Y DE 4 DE MIS HIJOS

 

Ana Cristina Núñez Carranza

Hoy, a las cuatro de la mañana, me despertó el cantar de un gallo que estaba a un lado del pretil de mi casa. Aún estaba oscuro el cielo, pero bien estrellado. Me desperté, me levanté y me dispuse a encender la fogata para preparar el desayuno y enviar a mi esposo al trabajo. Él estaba cansado, después de una larga jornada del día de ayer, así que decidí no molestar y cuidadosamente comencé con mi labor. Lavé el nixtamal muy duro, hasta dejarlo blanquito, para que las tortillas tengan un buen sabor; después de lavarlo lo molí a mano, traté de que todo fuera sin hacer tanto ruido, pero mi gato se asomaba por la puerta al mirarme trabajando en la cocina, esperando que le lanzara algo para desayunar, se me acerca y tira unas ollas que tenía a un lado del molino y, sin decirme nada, me dio los buenos días.

Se empezó aclarar el día, me asomé para afuera para traer más leña y las gallinas persiguiéndome, pidiéndome desayuno, traté de regresar rápido, les di comida y me dirigí hacia el corral donde se encontraban mis cerditos. Cuando les di de comer a los cerdos, los caballos relinchaban a un lado, todo se me juntó, era una mañana muy ocupada, traté de hacer todo rápido para regresar y darle desayuno a mi esposo, ya que él se levanta después de mí;  y también escuché sus ruidos en el cuarto. Entré a la cocina y puse un sartén, con la base toda hollinada por las cenizas diarias de las fogatas, le puse un poco de manteca de cerdo y le aventé tres huevos encima, como sea, ya era hora de desayunar y todos comenzaron a levantarse: Balbina, Antonia, Juan, Valentín, Francisco, Nabor, Ceferino, tenían hambre… y las tortillas comenzaron a salir del comal. Así que todo estaba listo para hablarles que vinieran a desayunar. Agarré un poco de agua fresca de la olla y, en un cazo, y la puse a calentar en las brasas para que se calentara más rápido y poderle ofrecer un café a José Ángel mi esposo.

Hoy va a ser un día muy ocupado, pues falta menos de una semana para la boda de uno de mis hijos, Nabor; así que todo está muy próximo. Los hijos que ya están casados son 8, pero aunque estén grandes todos son mi prioridad. Tuve 21 hijos, pero 4 de ellos murieron al nacer, y hace 2 años sepulté a una niña y un niño que se me murieron de sarampión, tenían 3 y 4 años. Me casé muy joven, a los 17, así que Dios me bendijo con bastantes hijos, y como los tuve año tras año, apenas tenía 48 años, y ya conocí a 8 nietos. Por cierto, mis hijos más pequeños están a punto de despertar para venirse a desayunar, así que me apuraré para alcanzarme y darme tiempo para todo. Mi hija menor de siete años, se levanta apurada para ayudarme, ella se acomide en todo, yo le digo que está de acomedida porque aún no puede, porque si pudiera otra cosa fuera. Mi otra hija de 16 años, Antonia, me ayuda bastante. Mis otros muchachitos, ellos están siempre a la orden de lo que diga su papá, así que su papá los manda por las vacas, a campear se ha dicho, todos se iban a trabajar, terminando de desayunar mi esposo y a prepararle sus cosas para el trabajo; ya Antonia continuó preparando las tortillas y yo hice un guiso.

Así que fue rápido nuestro lonche. Comenzamos a acomodar las cosas para irnos a Cosalá, donde sería la boda de mi hijo, todo esto para ayudarle con los preparativos. Al día siguiente sería el viaje, así que me tocaba prepararme y preparar a mis hijos y a mi esposo.

Al regresar del trabajo, todos los hombres se dieron cuenta de qué las maletas y todo estaba listo para madrugar el día de mañana; así que esa tarde pasamos comentando sobre cómo sería el viaje, ya que sólo teníamos 3 bestias y en eso teníamos que acomodar el equipaje, los niños más chiquitos y acomodar las maneras de turnarnos los grandes; todo esto para poder llegar hasta Cósala. Y se hace todo el día de camino desde antes que empiece aclarar para poder llegar al oscurecer.

Nos fuimos a recostar y, después de unas horas, ya estaba despierta: los nervios por el viaje se habían apoderado de mí, no podía dormir pensando en cómo sería que podríamos llevar las cosas y a los niños. Ahora me había despertado a las tres de la mañana para poder levantar a los niños, y que todos estuviéramos listos antes de las cinco para emprender el viaje y que no nos diera tanto tiempo el sol. Con quejas de los más chiquitos y con emoción de los más grandes, nos levantamos y comenzamos acomodar todo. Mi hijo de 18 años, Juan, fue y trajo a los 2 caballos y el macho para que José Ángel y Nabor los ensillaran y los comenzáramos a cargar.

En uno de los caballos, colocamos las maletas, el morral con el lonche para el día y algunos encargos que le llevaba a mis parientes, como carne seca porque habíamos matado un venado días atrás y unos córicos que había hecho, también en una servilleta. un poco vieja ya, coloqué algunas gordas de horno a la que me gusta ponerles queso por dentro; eran para llevarle a la familia de mi futura nuera.

Dieron las cuatro de la mañana cuando comenzamos a caminar. Emprendimos el camino, con ayuda de Dios llegaríamos a las cinco de la tarde; así que comenzamos a caminar, los más chiquitos a caballo. Estos caminos tan angostos y con muchas batallas por los lados cuando aún es oscuro, es un poco difícil, aunque no quieras, llegas todo arañado; después de una hora, se empezó a ver la claridad del día, los niños empezaron a ponerse más despiertos ya que iban muy cansados y entre dormidos por lo temprano que era.

A lo lejos, se miró un sombrero blanco que se empezó a acercar. era don Joaquín, del rancho vecino que, con un bastón en la mano y un morral en el hombro, iba caminando rumbo a su trabajo; le echamos grito para darle el saludo de los buenos días y nos contestó de la misma forma, nos preguntó que hacía dónde nos dirigíamos y, con mucha felicidad, le dijimos que para la boda de nuestro hijo Nabor. En ese momento, aprovechamos para invitarle, y muy contento nos dio las gracias, se despidió y continuó con su camino y nosotros con el nuestro.

Poco a poco, se empezaron a ver los rayos del sol y los niños empezaron a decir que ya les daba hambre, y todos comenzaron a pensar en la comida, pero yo hacía como que no los escuchaba porque sólo había lonche para dos comidas, así que decidí esperar un poco más para poder dar el desayuno. Después de un rato y con la insistencia de los niños de querer comer, le pedí a mi esposo que nos detuviéramos para hacer una pequeña fogata y calentar los taquitos de huevo y carne seca. Con unas barañas que se encontraban a la orilla del camino en un bordo, hicimos una fogata y nos sentamos a descansar un rato. Ahí desayunamos y el sol comenzó a calentar, así que emprendimos nuevamente el camino. Después de un par de horas, llegamos a uno de los ranchos vecinos, no entramos al rancho sólo cruzamos por la orilla para no entretenernos. Continuamos caminando, era mediodía y el sol calentaba fuerte, los niños iban enfadados y yo cansada; las horas se nos fueron volando, como íbamos platicando y recordando anécdotas, ni cuenta nos dimos de la hora de comer, poco a poco pasó el tiempo y el camino se iba haciendo más corto cuando, de repente, a lo lejos, se observaban las casitas del pueblo; llegamos cansados y con mucha hambre al pequeño hotel del pueblo que estaba en el centro. Ahí le dimos de beber agua a las bestias y comimos todos.

Pasaron dos días y yo ayudando a María, la novia, pero el tiempo se me acababa, para alístarme yo, y comprarles un pantalón y una camisa a mis hijos varones y sus vestidos para mis hijas solteras y la niña.

Se llegó el día de la boda y pues todo tenía que estar listo, así que fue un día muy bonito, vi a mi hijo Nabor muy feliz y yo una mamá feliz por ese momento, feliz por él. Pasó el día y decidimos regresar, pero cómo fue tan pesado el viaje caminado, de regreso planeamos volver en avión, pero nos esperamos unos días porque ése era el primer viaje de mis hijos los solteros. Nabor se fue a Culiacán por un par de días a comprarle ropa y cosas a María y de ahí viajó al rancho en avión.

Se llegó el día de viajar de regreso y no dormí en toda la noche, otra vez con los nervios de punta, me levanté temprano para acomodar las cosas que teníamos, y como los vuelos en avioneta salen temprano, para las 6 ya estábamos todos listos. Cómo era en diciembre, amaneció un poco neblinoso, pero pues la neblina se eleva temprano o, al menos, eso decían todos. Llegamos a la pista a las 7, con todo el equipaje listo, pero antes previo a llegar a la pista ya habían desayunado los niños y José Ángel quien me acompaño a la pista. Así que estaba todo listo para viajar al rancho, en lo personal, a mí me dan mucho miedo las alturas; así que estaba muy nerviosa, pero el piloto me tranquilizó y me dijo que no estaba corriendo el viento y que la neblina ya estaba levantando, que no me preocupara; pero de igual manera yo seguía muy tensa, mis hijos nunca habían viajado en avión, así que también estaban, nerviosos, yo les veía sus caras de miedo, pero pues era para acortar tiempo y llegar rápido también para que no nos cansáramos mucho; y como mi nuera me había dado su vestido de novia y sus cosas para llevárselas pues era más fácil más práctico. Bueno, se llegó la hora de cargar el avión, pesamos las cosas en una báscula grande de metal, y de ahí caminamos hacia donde estaba estacionada la avioneta; la neblina ya se había levantado aquí en Cósala, así que todo aparentaba estar bien. El piloto nos dijo que la carga estaba bien y que nos acomodáramos en el avión, yo iba adelante, a un lado del piloto, mis dos muchachitos, Juan de 16 y Antonia de 15, los jovencitos iban atrás y los otros dos más pequeños, Balbina de 8 años y Valentín de 10, iban más atrás en otros dos asientos que les puso el piloto cerca de la cola de la avioneta.

Ya estando todo listo, el piloto arrancó la avioneta y mi corazón empezó a latir muy fuerte, sentía mucho miedo, me empezaron a sudar las manos y me empezó un escalofrío por todo mi cuerpo, volteé a ver a mis hijos y les veía su carita de miedo también. En menos de cinco minutos ya habíamos despegado y, cuando estábamos arriba, no se quitaba de mi mente la idea de que pudiera caer la avioneta. Comenzamos a ver los cerros más altos y se veía la neblina, el piloto comentó que se iba elevar más para así poder ver y llegar a la pista. Todos esos cerros yo ya los conocía, estaban cerca del rancho, el piloto se acercó más y la neblina se empezó espesar, de repente ya no se veía nada, todo estaba gris por todos lados, el piloto comenzó a sentirse muy nervioso porque empezó hablar por radio a todos los lugares y nadie le contestó. En unos segundos ya estábamos cerca de un cerro, sólo me quedó voltear a ver a mis hijos y pedirle a Dios por ellos, me asusté mucho, todos comenzaron a gritar, mi hija más grande empezó a gritar y mi hijo Juan trataba de abrir la puerta del avión para saltar porque todos gritaban que nos íbamos a estrellar. El piloto trató de maniobrar su avioneta y en menos de un segundo vimos un pino gigante enfrente.

Es mi último recuerdo. Ése fue el final de mi vida y la de mis 4 hijos. Sé que todos morimos. Pero morir quemada con tus hijos, eso no a todos les pasa. Espero seguir en los corazones de mis otros hijos, que sean bondadosos y personas de bien. Yo acá, dónde me encuentro, tengo compañía, tengo a cuatro de ellos. Y si se preguntan qué si sufrimos, pues les diré que no tanto, sólo unos minutos. En este destino, malo y cruel, que nos depara la vida, traté de ser buena madre, buena hija y buena esposa, pero no bastó. Dios decide cómo y cuándo se termina todo.

 Que en paz descanse mi abuela Cayetana y mis cuatro tíos. Este fue su triste final, contado por mis papás, Nabor y María, los novios. Y pensar que mi papá encontró los cuerpos aun ardiendo, y con su sombrero trató de apagarlo a sus hermanos y su madre ya sin vida, acarreando agua de un arroyo cerca del accidente.


Ana Cristina Núñez Carranza 

Taller de Redacción Libre y Creativa

de la Unidad Culiacán de la UPES


Comentarios


Ana Cristina, cada vez más te consolidas como una gran narradora.

Este relato, con trazos verdaderos y rasgos de verosimilitud, es una muestra de tu avance y desarrollo en la redacción de relatos con estructura y talento literario.

Te felicito por tu narración, aunque lamento los hechos que le dieron origen

Saludos, José Manuel Frías Sarmiento
Marcelo Tolosa dijo…
Exelente! Muchas Felicidades Ana Cristina. Muy, muy buen texto. Con la calidad que desarrollaste se ve muchisimo tu avance como narradora. Te mando un saludo!
Es una excelente narración Ana cristina, porque describes perfectamente actividades que se realizan en comunidades serranas. Muchas felicidades.
Deucy dijo…
Muchas felicidades por tu texto,pero lamentable pérdida, y si dios save por que hace las cosas, saludos deucy
Ana Cristina dijo…
Muchas gracias a todos por sus comentarios profesor Frias le agradezco mucho su ayuda en este taller que ya vamos a concluir la verdad espero seguir escribiendo.
Marcelo Tolosa muchas gracias por siempre estar ahí dando tu opinión y comentando nuestros textos reciba un saludos de parte mía.
Alfredo Zañudo le agradezco mucho que notara las actividades de los pueblos serranos de agradezco. Saludos
Gracias Deucy por tu cometario cuídate mucho saludos .

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