“Nadie en este mundo lo sabe. Ni me interesa que se sepa. ¡Al diablo!”
SECRETO
Héctor
Armando Morán Villarreal
Por muchos años he
guardado un secreto. Estoy seguro de que el final de mi vida se aproxima, la
sombra de la muerte se cierne sobre mí. Me persigue a todas partes, no sé cuánto
tiempo podré soportar este acoso del inframundo, la muerte reclama mi paso a la
otra vida; a la vida en el más allá, un lugar invisible, habitado por almas
invisibles; libres todas de cualquier atadura propia de un cuerpo carnal, éstos
últimos, tristemente destinados por igual a la putrefacción.
No crea usted, estimado
lector o lectora, que he perdido la cordura; por el contrario, nunca me sentí
más lúcido. Le aseguro no padecer alguna enfermedad quijotesca, soy una persona
común y corriente. Salvo que, a mi edad, se me ha concedido el don -quizá para
otros maldición- de percibir la cercanía del final de mi vida. Tal y como un
muro delimita las fronteras entre un país y otro, yo sé dónde terminará mi vida
y dónde he de iniciar una nueva. La muerte es real, se percibe como las ráfagas
del viento en el rostro, como los soplidos húmedos de una mujer dirigidos a tu
nuca, cuando abrazas su cuerpo desnudo al hacer el amor; tan real, como la
caricia que enerva los bellos corporales. Durante la niñez y adolescencia jamás
pude percibirle, es más, recuerdo el momento en que llegué a pensar que no
moriría nunca. No podía estar más equivocado, qué pensamiento tan estúpido.
En fin, este escrito no
es para dejar testimonio sobre mi vida y mis encuentros con la muerte. Poco me
importa compartir lo que me pasa, además, nadie estaría dispuesto a creerme.
Hasta el gato que sube a mi regazo por las mañanas a maullar lastimeramente,
implorando por alimento, me creería si le contase lo que me ocurre. En más de
una ocasión, he experimentado la tentación a decírselo, pero además de no
creerme, jamás lo entendería. Ni siquiera yo puedo entenderlo completamente. Nadie en este mundo lo sabe. Ni me
interesa que se sepa. ¡Al diablo!
¡He derramado la tinta sobre
el papel! ¡Maldita sea! Lo juro, he sentido una mano fría posada por sobre mi
hombro. Vivo solo, sé que no es posible semejante locura. ¡Es la muerte! no
tengo la menor duda, me ha pasado otras veces, pero siempre consigue
sorprenderme. Esta vez, la sorpresa provocó que derramara un poco de tinta,
nada grave. Su acoso me fastidia cuando derramo comida o café hirviente sobre
mis piernas.
No me queda mucho tiempo,
me tragaré el temor. Sin rodeos, voy a narrar una historia que jamás me dejó
dormir tranquilo, ha pasado mucho tiempo, a veces creo que jamás ocurrió y
debió tratarse de algún sueño bastante real. Nunca me atreví a contárselo a
nadie. Más el peso de silenciar este secreto lastima, ha llegado el momento en
que lo expulse. Soy el más longevo de mi hogar, viví la muerte de mi esposa y
mis tres hijos. Deambulo la mayor parte del tiempo ebrio por los rincones de mi
casa, jamás disfruté de lujos, mi hogar son solo paredes de lámina corroídas, y
como techo, me cubren haces de palma, que, indulgentes, permiten el paso del
agua durante las lluvias del verano. En ocasiones, cuando la muerte me fastidia
demasiado, camino hasta mi bote agujerado e inservible, donde antes, solía cargar
kilos y kilos de pescados. Mi abuelo era pescador, mi padre fue un pescador, y
yo, por supuesto, no tenía más opción, fui un pescador. Me tumbo por el suelo
de esa vieja lancha, herramienta de trabajo heredada por generaciones, donde
seguramente todos mis ancestros debieron descansar alguna vez, y miro el cielo
estrellado por horas, hasta quedarme dormido acurrucado por el rumor salado de
la marea.
Mi esposa jamás lo supo,
ninguno de mis hijos, solo yo. Y si por alguna razón, alguien encontrara esta
hoja manchada con tita y leyera mi secreto, ya lo dije, no espero que me crean.
Sé que va contra toda lógica y despedazaría el método científico en instantes.
Pero lo juro, todo es real. Odio la literatura de ciencia ficción, odio a Supermán,
odio a Peter Pan, odio a Julio Verne, a Wells y a los hermanos Grimm. ¡Mentes
ociosas buenas para nada! ¡Nadie puede creer en sus sandeces! Tal es mi odio
por la fantasía, que juré, jamás escribir alguna narración de esta naturaleza.
Por eso, créame cuando le
digo que mi secreto, mi historia es real, auténtica, un testimonio que no
pienso entregar a la muerte. Quiero que perviva en las mentes del mundo de los
vivos, que por generaciones se hable de ella, que los niños deban aprenderla y
recitar de memoria en las escuelas.
Juro que mi alma
perseguirá a aquel infeliz que difunda o enseñe este relato como una fantasía.
Tomen enserio la advertencia. Léala con seriedad, no se ría, considere que mi
alma errante desde el inframundo lo estará observando. No haré más advertencias
al respecto, solo lo diré una vez más, por si aún no le ha quedado claro: ÉSTA
HISTORIA ES REAL…
Nota de la prensa
local:
Sábado por la mañana,
9:00 am.
Turistas japoneses
informaron a la policía sobre la presencia de un cuerpo sin vida en el interior
de una vieja vivienda, ubicada a la orilla de la playa. Médicos forenses, luego
de practicar los protocolos sanitarios y la autopsia señalada en la ley,
afirmaron que el fallecido pescador murió a consecuencia de un infarto
cardiaco.
Sin embargo, testigos que
arribaron al lugar de los hechos, sostienen que se trató de un suicidio; puesto
que, el rostro del difundo, yacía recostado por sobre una mesa junto a un
tintero y una hoja de papel, de la que se especula, debía ser la carta de
suicidio que escribió el anciano. Más dicha sospecha ha sido descartada, pues
la tinta derramada, oscureció por completo el papel; por lo que jamás se podrá
conocer el contenido de dicho mensaje, si es que, en realidad, hubo intención
de dejar alguno.
Comentarios
Héctor Armando, poco a poco empiezan a recalar los escritores perdidos de este Blog que los extraña.
¡Qué bien que retomas el llamado que hace días hiciera el Mtro. Alfredo Zañudo a quienes antes publicaban y de un de repente dejaron de hacerlo.
Por eso, por tu excelente escritura, te damos una calurosa Bienvenida
Saludos, Mtro. José Manuel Frías Sarmiento
Por otro lado Master Jose Manuel y a todos en general, opinando un poco sobre lo del Mtro Alfredo. Fijese que hay un parrafo en un libro de Stephen king que comenta sobre los escritores que tienen mucho talento pero nomas publicaron un libro, menciona el caso de Harper Lee que escribio el exitaso " To Kill A Mockingbird" o "Matar a un Ruisenior" y se pregunta que mas pudieron haber hecho que no pudieron seguir publicando y con ese talento.
A veces pareciera que aqui pasa lo mismo. Pegan un jonron y ya despues no se sabe de ellos. Esperemos se sigan inspirando en sus creaciones.
Les mando un saludo.
Lo sorprendente amigo Marcelo, no es que estos escritores peguen un Jonrón, sino que han pegado varios y algunos al hilo, uno tras otro; algunos, me parece que la situación actual les agobia; los problemas familiares, enfermedades incluidas, no les dan respiro; y, aparte, las instituciones en las que trabajan no son amigables y les exigen lo que quienes lo piden no son capaces ni de hacer ni de entender.
Entonces, entendemos que no es por desidia, sino por no manejar los tiempos y no comprender que la Literatura es un bálsamo en estas penurias emocionales en la que el méndigo virus nos ha venido a comprometer. No comprenden que leer y escribir es una salida al agobio del encierro. Y que este Blog, se creó, precisamente, para sortear las difíciles circunstancias que se previeron con anticipación.
Saludos y gracias por permanecer.
Su amigo, José Manuel
En especial, cuando justo, en la escuela secundaria donde trabajo, estamos abordando el contenido de creación poética, yo no estoy escribiendo nada. Con qué moral exijo, caramaba.
Y en efecto, las instituciones, pandemia y sus problemas, surten sus efectos sobre el estado de ánimo. Pero como bien lo dice el maestro Frías. Al terminar de escribir este cuento, y la emoción que me produjo el darle vida a este personaje, hizo que se me olvidara el covid por un rato.
La lectura y la escritura, en definitiva dan sanación al cuerpo. Saludos y un abrazo.