"Al final lo importante es eso, los momentos vividos"

ASÍ ME INCULCARON EL DÍA DE MUERTOS


Miguel Ángel Castelo Vega


Finales del año 84, el fresco ya se sentía al pardear y al amanecer, el cantar de los gallos se podía escuchar en todo el pueblo, la oscuridad de la madrugada era incomparable, no podías ver absolutamente nada, la cachimba apenas y cumplía su función, brindar un poco de luz para poder cambiarte, el abrazo frío del aire se sentía por todo el cuerpo puesto que entraba por los orificios de la casa de retaque, todo estaba listo con anticipación para el esperado día de muertos.

Antes de iniciar con la travesía, era mediados de octubre cuando empezaba el proceso y realización de las coronas, como siempre, mi madre preparándose y no darle tiempo al tiempo para después andar a las carreras, no podía faltar a esa cita que como cada año hacia a su pueblo natal a visitar a mi abuelo, sin duda el camino era largo, pero valía la pena, hacer esa travesía para llevar unas veladoras y coronas. Ya listos todos los materiales se empezaba a cortar alambres para forrarlos con papel china de diferentes colores, el darle vueltas y vueltas hasta formar una flor, poco a poco se podía ver como el catre y la cama de lías estaban llenos de papeles multicolores, engrudo, escarcha, entre otros, ya tenía forma el proceso tan laborioso que se realizaba año con año.

Los últimos días del mes de octubre podía sentirse acercarse más y más la fecha puesto que el pueblo se congregaba en la plazuela para iniciar con la limpieza del panteón, tumbar la maleza, abrir los caminos y dejar visible la carretera de terracería, ya para el día primero de noviembre se veía un poco de gente transitar por las calles con sus ramos de flores artificiales, algunos otros llevaban sus propias flores las cuales cortaban del jardín de su casa, en ese entonces no existían los globos de helio, ni con lucecitas ni nada de eso, todo era, made in del rancho, puesto que cada quién se preocupaba por hacer sus flores; podía ver en especial las mujeres caminar con la cubeta de agua con el yagual en la cabeza, sin derramar una gota de agua, ¡créanme estaba muy lejos el panteón!, pero el mantener limpia la tumba de su angelito bien merecía la caminada, por las noches como de costumbre podías observar todas las casas rodeadas de veladoras de cebo, era algo espectacular poder asomarte por la calle y ver cómo todas las casas se encontraban alumbradas, era una experiencia única, los viejos decían que era para que los angelitos encontraran el camino a la luz y no se perdieran y se fueran para otro lado, después de ver el espectáculo ese ya se acercaba la hora de dormir, se aproximaba un viaje largo, de mucho caminar y poco comer.

Era de madrugada, sinceramente no recuerdo ni qué hora podía ser, sólo sabía que el sueño era mucho y el frío mucho más, sobretodo en los pies, puesto que los huaraches de vaqueta no cubrían mucho a menos que te pusieras calcetines, pero esos sólo eran para los que tenían zapatos, a la hora que me despertaba mi madre era un silencio completo apenas y podían escucharse unos cuantos ladrar de perros a lo lejos, los validos de algunas vacas, pero era todo, teníamos que estar listos puesto que el camión de don Rosendo pasaría muy temprano y ese era nuestro primer camión, ya con todo listo, cuatro coronas, dos ramos de flores, ocho veladoras de vaso y alrededor de veinte de esas de cebo, y no podían faltar los cerillos marca la central, mi madre de broma decía ¡creo!, cuidado con prender los cerillos, ve lo que le paso a esa señora, se le quemaron las manos y se las tuvieron que cortar, ¡santo remedio para no hacer travesuras con los cerillos!, de pronto se escuchó a lo lejos la tranvía, ya con todo listo, ¡vámonos chato me decía mi madre!, tropezando con algunas piedras puesto que todavía andaba amodorrado, llegamos al punto donde esperaríamos para abordar, ya arriba el movimiento del camión sin duda era un arrullo y pues no podía resistirme hasta quedar dormido por un buen rato, llegamos al crucero de la Cruz, por la carretera México 15, en el municipio de Elota, ahí tendríamos que esperar ya sea el camión que corría a san Ignacio o un raite que nos dejara en el crucero de Elota (pueblo), para después caminar alrededor de cinco kilómetros y poder llegar al otro punto para ver si alguien nos daba una aventón, pocas veces sucedía, iniciaba la caminata por el camino de terracería, caminar, caminar y caminar, se me hacía eterno llegar al pueblo de Ensenada, descansar un poco y seguirle otro tramo más, en ocasiones pasaba algún conocido de mi madre y nos daban un aventón, ya sea en burro o caballo al pueblo siguiente, el Paredón Colorado, Elota, de ahí ya estábamos un poco más cerca del destino, diez kilómetros cuando mucho, relativamente cerca cuando vas en carro, pero  para alguien de siete u ocho años era bastante, solamente faltaba cruzar el río Elota para llegar al pueblo querido de mi madre, en la travesía, iniciaba contándome las historias de lo que hacía de joven para divertirse, el andar trepada en los árboles, el jugar apuestas a ver quién iba al panteón de noche, el montar burros, entre otras tantas cosas, que no sé dónde guarda tanta información pero sobretodo tantos detalles.

Procedimos a prepararnos para cruzar el caudaloso río, con corrientes muy fuertes y más para un pequeño, nos detuvimos el borde mientras mi madre me decía, voy a cruzar las cosas, ¡no te muevas de aquí!, inició caminando lentamente levantando las coronas para que no se mojaran, el ver como cruzaba se me hizo eterno, pensé que no regresaría, sin pensar, caminé y me introduje a la fuerte corriente lentamente, sabía nadar muy bien y pensé, no pasa nada sé nadar, por lo tanto puedo cruzar, pero la corriente hídrica nada la detiene, menos un chamaco de escasos 30 kilos cuando mucho, mientras veía como mi madre no llegaba a la orilla con el primer viaje, seguí caminando, empecé a sentir como la corriente movía mis pies, se me dificultaba poder apoyarlos, aun así seguía avanzando lentamente, de pronto el agua empezó a llegarme arriba de la cintura, ¡sentí miedo!, sólo recuerdo el ¡amá me lleva!, pude ver en su cara el miedo, sí, por primera vez pude ver el miedo de esa mujer tan valiente que en ocasiones fajada a su cintura portaba una pistola, el agua me arrastró como cualquier rama sin control, empecé a nadar hacia la orilla mientras la veía venir por la corriente a toda prisa, salimos juntos unos cuantos metros más adelante, y claro después del susto, una regañada, pasamos ese momento, sequé mis ropas al sol al igual que ella y emprendimos el camino rumbo a su Acatitán, su pueblo natal, pero para poder llegar había que caminar por una subida súper inclinada, con la mayoría de tierra suelta la cual se dificultaba en demasía, después de caminar por más de 30 minutos, logramos llegar a un lugar parejo, y seguir caminando un poco más, llegar al pueblo para posteriormente irnos al panteón el cual estaba a un poco más de tres kilómetros.

La bienvenida no se hacía esperar, podía escuchar cómo de las casas le gritaban con aquél gusto a mi madre quien hacía muchos años había salido de ahí, pero era seguro que cada día de muertos ahí la verían, no faltaba quien la invitara a comer, por ese lado siempre teníamos donde llegar y comer una tortilla calientita, con frijoles y claro una taza de café, después de un momento de descanso y de haber desayunado, iniciábamos con el último tramo de camino, con coronas y flores en mano, partimos por el polvoriento camino, por fin llegamos, mientras los ayales, y las chachalacas nos daban la bienvenida, al entrar se sentía algo raro en el pecho, cuestionándole a mi madre de esa rara sensación me decía, es tu abuelo que te está dando un abrazo, los saludos de las demás personas que se encontraban no se hacían esperar, aquél gusto que se les notaba en sus rostros al encontrarse después de años de no verse.

Bajo la sombre de una guásima, se encuentra la tumba de mi abuelo, iniciábamos limpiando las hojas y los frutos que durante el año caían, poco a poco iba agarrando forma, hasta quedar un rectángulo de uno de ancho por tres de largo aproximadamente, colocábamos las veladoras tapándolas con alguna piedra para que el aire no las apagara, mientras colocábamos las coronas en la vieja cruz de la tumba, se sentía esa tranquilidad después de haber pasado por tantas cosas el ver la tumba limpia con sus coronas y veladoras encendidas. Concluida la misión colocábamos veladoras a los parientes cercanos de mi madre, puesto que sus tumbas estaban solas, mientras comentaba pobrecita mi tía, tanto trabajar y matarse por sus hijos para que no vengan ni a ponerle una veladora, y así con varias tumbas hasta que se terminaban las veladoras.

Pasaban las horas y el sol empezaba a molestar, regresábamos con sus familiares para comer y claro por el camino a saludar a todo aquel que se encontraba, mientras le hacían la invitación a comer o a cenar, esa noche fui el centro de atención pues empezó a contar lo que nos había pasado al cruzar el río, observaba cómo vivían la escena a pesar de no haber estado presentes. El cansancio llegó, había que dormir puesto que al siguiente día tendríamos que regresarnos, y el regreso era igual de largo.

Han pasado alrededor de 35 años aproximadamente y seguimos yendo año tras año, sin importar nada, hoy los ocasos pueden verse en su rostro, sus bríos ya no son los mismos, su caminar es pausado y sus dolores constantes, sin embargo, veo en su rostro la inmensa felicidad cuando le digo, cheldón, vamos a Acatitán, su respuesta siempre es ¡sí!, pero iremos caminando, me dice que no importa, que si va, aunque no pueda caminar distancias largas. Hoy me toca llevarla de la mano, cuidando no se vaya a caer, los tiempos y las carreteras han cambiado, actualmente podemos llegar en una hora en automóvil, la bienvenida siempre está ahí, las personas han cambiado su piel y los años se les notan, pero la alegría de verla año tras año no cambia, la tumba de mi abuelo permanece limpia y seguirá mientras ella pueda, cuanto tiempo no lo sé, lo que sí sé es que, el visitar a los muertos, es revivir aquellos momentos en los cuales pasaron juntos y al final lo importante es eso, los momentos vividos.


Comentarios

Amigo Miguel Ángel, su relato nos pega en la pura Pata de Palo, porque nos remonta a un contexto que todos los que somos de rancho conocemos al dedillo. 

La travesía que describe, las actividades realizadas, el gusto de las gentes, el compartir la comida y los recuerdos de aquellos lejanos tiempos nos devuelven a una infancia que sólo con nuestra escritura los jóvenes de ahora pueden conocer.

Por eso, no desmayemos en escribir y escribamos aunque haya pocos que nos lean y más
pocos se atrevan a escribir.

Con esos pocos de los unos y de los otros, la tradición no morirá y, quizás, algún día pueda incluso florecer.

Saludos y un abrazo de su amigo, José Manuel
Marcelo Tolosa dijo…
Estimado Miguel Angel, gracias por este relato tan bonito. Sin duda me hace revivir esta tradicion mas fuerte que nunca.

No les voy a mentir, antes de empezar a leer los relatos de ahora para ponerle mas sabor al asunto me prepare unas tazas de cafe y un par de pan de muertos para disfrutar mas la lectura.

Saludos
Estimado Miguel Ángel Castelo, lo felicito por la narrativa... estás fechas nos acercan a los que viven en nuestros corazones. “Pasando a mejor vida” “al eterno deseando”, “a descansar en Paz“. Abrigamos la esperando de volverlos a ver después de.

Saludos
Estimada María Luisa, Maestro Frías y Marcelo, agradezco el tiempo invertido en leer el texto, recordar es volver a vivir dicen estas viejas palabras, pero, recordar, escribir es revivir esos momentos pasados como si fuesen el día de ayer, gracias por sus comentarios, un fuerte abrazo.
Mi estimado Miguel Ángel. Es un relato interesante porque mantienes atento al lector desde el principio hasta el final. Además de permitirme conocer, a través tu texto, otras comunidades de la geografía sinaloense, las cuales, en un futuro no lejano pienso conocer personalmente, ya que he visto en la red unos videos de Acatitán San Ignacio, que me llaman mucho la atención. Saludos cordiales.





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