“¿Cuándo lo voy a entender? ¿Y entender qué?, me preguntaba a veces"


LA LIBERTAD DE ESCRIBIR
(Los primeros Cien del Blog)


Andrea Berrelleza


Como que ser alumna (o) de él, es algo así como un ritual de iniciación en la UPES. No todos, pero la mayoría hemos experimentado sus inofensivos sermones en el primer semestre. Como dije, no todos han sido sus víctimas en ese primer semestre, quizás pudieron haberlo sido después… o quizás no les ha tocado serlo. Pensarán varios que es una suerte no haber pasado por su proceso de pulido, pero lo que no saben es que ser víctimas de él, es satisfactoriamente más enriquecedor que sólo que verlo pasar desapercibido por la explanada y no conocerlo.

Pero si aquellos que programan los horarios no quieren que los alumnos lo conozcan y no lo asignan como asesor de una materia, hay una opción que les permitirá esclavizarse a él voluntariamente: su taller. Imparte un taller los viernes, cada semestre. Así que ése es un medio perfecto para verlo cara a cara. Se apellida Frías y así lo conoce la raza, y haberlo conocido, fue de las mejores vivencias que me dejó la Universidad.

Aunque en las primeras sesiones de clase se mostró serio y estricto –así me lo habían pintado antes, que era un tipo estricto, exigente–, después pudimos ver su verdadera forma de maestro… ¡y quedé sorprendida! Me acuerdo que su clase era mi preferida, no sabía mucho por qué, sólo sabía que era su clase la que esperaba durante toda la semana, pero ahora puedo ver claramente que era por la libertad que sentía para hacer mis tareas, aunque en ese momento no lo entendía y no la ejercía. Me divertía y al mismo tiempo aprendía de él. 

Una vez, en un trabajo de exposición que él nos dejó, nos preguntó esa mañana que si quién iba 200% preparada para exponer; mis compañeras, todas, estaban calladas, o sea, si preguntaba quiénes íbamos un doscientos por ciento preparadas, quería decir que teníamos que ir con todo muy asegurado. Lo primero que pensé fue “¡ah! psicología barata”: ¡obviamente lo dijo así porque él quería saber quién iba a aventarse a pasar al frente a exponer con esa sutil amenaza! “¡Nosotras!”, levanté la mano, habiendo convencido previamente a mis temerosas compañeras para exponer primero nosotras; y sí, fuimos las primeras en pasar; me acuerdo que hasta brinqué porque se me habían olvidado unas cosas; no me importó, lo que importó era que, a pesar de lo que nos dijo, habíamos decidido pasar al frente sin saber a qué titán estábamos enfrentando.

Nos habló del famoso Taller de Redacción que él impartía, y siempre hizo labor de convencimiento con nosotras para que alguna entrara. Así que decidí entrar a su taller todo el primer año, los dos primeros semestres.

Ahí empecé a conocerlo; seguía siendo el mismo maestro que había conocido en clases, aunque todos pensaban o sentían que era diferente en el taller y en la clase. Realmente no, él era siempre el mismo maestro. Me gustaba ir los viernes al taller, esperaba con ansias a que llegara el fin de semana; aunque ningún texto mío nunca me gustó mucho, sólo uno que otro, pero casi ninguno, no me sentía tan competente.

Hubo algo que llamó mucho mi atención, algo que él dijo. Dijo que había alumnos que agarraban el rollo, que unos no tardaban mucho en agarrarlo, otros sí entendían como a la mitad de la carrera, y otros que nunca lo agarraban y se graduaban de la licenciatura sin haber agarrado el rollo nunca. ¿Qué quería decir con eso? No sabía, no entendía a qué se refería diciendo que agarráramos el rollo. Muchas veces me pasé tardes completas pensando en qué era ese rollo. “¿Cuándo lo voy a entender? ¿Y entender qué?”, me preguntaba a veces.

Me desesperaba porque había compañeros que escribían cosas tan buenas, que sentía que lo que yo escribía era para irse directo a la basura; pensaba que esos compañeros ya habían agarrado el rollo, ya sabían qué debían hacer y cómo. Y yo me sentía tan tonta que hubo un par de veces que no quise ir al taller, sin embargo, nunca falté, siempre estuve ahí.

Luego, cuando escuchaba a mi maestro decir que otros y otras alumnas habían hecho tal cosa, que habían escrito tal texto que había estado excelente, me frustraba porque no sabía si yo podría llegar a ser alguien de quien él pudiera decir ese tipo de cosas que me parecían halagadoras que ahora entiendo que se trataba de ser reconocida por él. Era algo como una especie de meta eso de buscar que él hablara así de mí, que él me reconociera, y sentía que no podía lograrlo porque todavía no agarraba el rollo. Mucho tiempo maquiné eso que él decía, queriendo averiguar qué era lo que tenía que hacer, qué era lo que tenía que escribir, decir o pensar. Y, aunque no era algo que me quitaba el sueño, sí me frustraba y me dejaba dándole vueltas una y otra vez, sin llegar a una conclusión.

También, lo escuché decir distintas veces acerca de la libertad de escribir lo que queramos, que muchas veces no tenemos esa libertad de decir las cosas que queremos y como queremos, tampoco entendía muy bien de qué se trataba eso o a qué se refería, pensé que yo sí tenía esa libertad, por lo tanto, me era absurdo escuchar eso.

En el taller, aprendí muchas cosas. Quisiera poder enlistar todos los aprendizajes que me dejó, pero no podría porque no las recuerdo, pero sé que las tengo aprendidas, salen a la luz cuando les necesito. No podría dar una explicación tan precisa de cómo es una sesión del taller, de cómo es una clase de Frías, sólo sé que puedo decir que son las mejores. Me gustaba mucho ir a escuchar lo que los demás tenían para decir y me encantaba escucharlos a todos. 

Yo podía hacer un juicio de cada texto que leían, pero jamás dije nada, nunca me sentí con la libertad de decirles a mis compañeros qué pensaba de sus textos, no porque no me sintiera capaz de hacerlo, sino porque no sabía cómo expresarlo, sólo podía expresar si algo me gustaba mucho, pero cuando me tocaba escuchar un texto muy bueno, como dije, sentía que yo no podía hacer las cosas bien y que me faltaba todavía bastante por aprender. 

Iba a aprender, a pesar de que él siempre nos repitiera que solamente íbamos por la constancia del taller, yo estaba segura que la constancia era lo último que me importaba. Decidí entrar al taller porque lo necesitaba. ¿Qué podría esperar de un taller de redacción? ¿Qué iba a aprender? No tenía idea de nada, ni porque el nombre lo decía todo, no tenía idea de qué podría ir a hacer a ese taller. Fue por eso que entré, porque quise aventurarme en algo que no conocía y que, posiblemente, iba a gustarme. Total, si no me gusta, lo dejo y ya. Iba con mi mente en blanco; nomás nos había dicho que lleváramos un texto de lo que sea. Me acuerdo de esa primera sesión: había muchas de mis compañeras de clase y otras cuantas que eran de otros salones. Empecé a escuchar los textos de las demás y sentí el mío pisoteado. Pero no me dejé llevar por eso, digo, quizá podía hacer uno mejor para la siguiente sesión. Y así fui yéndome sesión tras sesión, escribiendo texto tras texto, desechándolos; como dije, no me gustaban, porque me pasaba el tiempo comparándome con los demás. Finalizó el semestre. Después, volví a entrar, ahora sí la armo… ¡Tampoco! Sentía que me faltaban cosas, sentía que no hacía las cosas bien. Otro semestre que no iba por la constancia, sino a encontrar qué estaba haciéndome falta. Ese segundo semestre, ésa fue mi meta: encontrar qué me faltaba.

Conforme pasaban los días, iba a aprendiendo muchas, muchas cosas, datos, personas, obras literarias, autores, canciones, películas, teatro; era algo así como que estaba llenándome la cabeza de novedades. Pero ¿y mis textos? Ésos no me convencían para nada. 

Frías nunca me dijo qué necesitaba, qué me faltaba, en dónde podía mejorar y cómo. Y yo tampoco nunca le pregunté y tampoco nunca le dije que no me sentía bien con lo que yo escribía. A esas alturas, había entendido que era algo que yo sola debía encontrar y yo sola debía mejorarlo. Se terminó ese segundo semestre y con él, el taller. Obtuve mi segunda constancia que sólo la metí allá en un rincón del clóset y me senté frente a la computadora a leer todo lo que había hecho y no me gustó.

Para el siguiente semestre ya no quise entrar al taller de él, quería conocer otras nuevas cosas. Además, mis escritos no eran muy buenos, así que lo dejé por la paz… lo dejé en la escuela para su taller. Pero en mi casa, yo seguí escribiendo, no podía detenerme. Para mí, escribir siempre ha sido algo imprescindible, siempre he sentido esa necesidad de sacarlo todo y qué mejor que por medio de las palabras escritas. Había dejado de ir al taller y de escribir para mi maestro, pero no dejé de escribir para mí. Y todavía seguía preguntándome: ¿qué era lo que Frías quería que entendiéramos? ¿Lo entendí? ¿Agarré el rollo o sigo igual? No sabía y ya no me importaba mucho tener o no una respuesta.

Aunque ya no me daba clases y ya no estaba en el taller, yo seguía viendo, de vez en cuando, a ese maestro tan diferente al resto. A veces, lo veía caminar por la explanada de la escuela o cuando estaba sentado platicando con alguien más en los desayunadores de concreto y me daba por acercarme a saludarlo, pues ya se había convertido en algo así como mi amigo. Platicábamos mucho y de muchas cosas, pero nunca le dije que yo seguí escribiendo.

Después de haber sido alumna de otros maestros y maestras de la universidad, pude entender lo que él quería decir acerca de la libertad de escribir: una vez, hice unos controles de lectura para otra maestra utilizando el estilo con el que hacía las tareas para Frías, y al verlo revisado, vi que había una observación que, no recuerdo qué decía exactamente, pero tildaba mi trabajo como uno fuera de lugar, algo así como que le faltaba seriedad y ahí entendí que sólo con él podía darme el lujo de escribir como yo quería y lo que yo quería. Fue cuando entendí que me sentía libre de escribir porque tenía una computadora en casa con la que podía expresarme, además de un diario en el que me daba el lujo de escribir lo que fuera, pero no era libre realmente porque nadie leía ninguno de esos textos y no serían tampoco aceptados por una comunidad –mucho menos académica– tan fácilmente, porque todos nos dicen exactamente qué escribir y cómo hacerlo y los míos no cumplían con absolutamente ningún requisito para ser siquiera leídos por una vaca sagrada.

Una noche de ésas en las que se me ocurre una idea a las dos de la mañana y no la dejo hasta dejar parte de ella escrita, escribí un texto de una amiga muy peculiar que tenía. Después de terminar la cuartilla, quedé satisfecha y, al fin, pude ir a dormir. ¿Qué hago con esto? ¡Ah, ya sé! Voy a ir a leerlo al taller, a ver si el profe me da chance. Lo guardé y, el siguiente viernes, aunque yo ya no estaba en el taller desde hacía casi un año, abrí la puerta con brusquedad y le pregunté a Frías si podía leer mi texto. Al terminar, por algún comentario que hizo, supe que le había gustado. Ese día, cuando regresé a mi casa, busqué mis textos viejos –los pocos que había logrado rescatar del año anterior– y empecé a leerlos. Leí, también, los que hice posteriormente al taller. Parece que ya agarré el rollo… ¿de verdad lo había hecho?

Había cambiado mucho en todo. Mis escritos nuevos eran muy diferentes a los viejos, y no sé cómo, pero me di cuenta que había agarrado el rollo. Todo fue sin darme cuenta, pasó tan desapercibidamente, que no sé cuándo fue, no supe en qué momento había entendido eso. Fui creciendo gracias, en gran parte, a él y no estaba consciente de ello, hasta ese día que hice una revisión de todo el material nuevo que había hecho y el viejo que ya tenía. Y sin saber, entendí el significado de lo que nos decía en el primer año, aunque ahora no puedo darle una explicación con palabras, se trata más de sentirlo. Y fue mi profe Frías el que me ayudó sin querer queriendo.

Ahora, después de haber egresado de la UPES hace más de tres años, aunque mi ritmo de vida ha cambiado, he tratado de mantener el contacto con él y así seguir compartiendo lo nuevo que tengo por decir. Por eso, es un honor para mí ser compartida en un blog administrado por él, es como seguir asistiendo al Taller de Redacción del que fui parte y seguir nutriéndome de mis compañeros, colegas y superiores que también sienten esa inquietud por expresar por medio de las palabras escritas.

Y es por la libertad de escribir que este blog nos otorga por la que me gustaría exhortar a quienes ya escriben a seguir haciéndolo, y a quienes no, a que se den la oportunidad de hacerlo, pues considero éste como un espacio de expresión libre que podemos verlo como una sopa de letras, pero letras bien redactadas, con ideas bien concretas y bien expuestas que pueden servir de inspiración para la creación de otras nuevas.

Cien textos son ya los que han sido publicados en este blog, son cien ideas a las que se les dedicó tiempo y coco para ser redactadas, quizá no son cien autores distintos, pero los que seamos, sabemos lo apasionante que es escribir y más cuando tenemos en mente la idea de compartir nuestros textos con más personas; y aunque cien suena a poco, habrá que ir a leer uno a uno y confirmar que es poco, porque poco aquí es el papel y la tinta que tenemos, y muchas son las ideas que están en gestación, las que están en proceso de desarrollo y las que están por surgir.

Debo admitir que, desde que lo conocí, le tengo una tremenda admiración porque pude aprender tantísimo de él, le estoy muy sinceramente agradecida, me siento muy honrada por haber sido su alumna en más de una ocasión y en más de un sentido. Se volvió mi sensei y mi amigo. Así que, ¡adelante, Frías! que todavía tengo muchos textos míos que tienen que leer.


Comentarios


Estimada Andrea, llegaste más tarde que los demás al Blog y eres de las primeras en mandar tu testimonio por estos Cien Relatos Publicados. Siempre fuiste una excelente escritora y por eso, aunque entonces no lo sabías, te exigía mucho más que a los demás. 

En el Taller descubriste tu talento y luego lo desarrollaste, nada más y nada menos. Luego la UPES publicó tu primer libro; y el primero y único que le ha publicado a una alumna o alumno, ya sea de Licenciatura o de posgrado. Eso nos habla de tu talento.

Después y antes publicaste en El Redactor, comentaste un libro y luego llegaste a nuestro Blog con la frescura de tu escritura y con la belleza literaria de tus palabras.

Y ahora estamos juntos festejando los Primeros Cien Textos de un Blog que surgió de la Pandemia y se nutrió con los relatos de todos los que creyeron que era una buena causa que apoyar y alimentar.

Por eso les agradezco, a ti y a todos los blogueros de estos Cuentos y Relatos la colaboración para hacer más grande la escritura en Sinaloa y,  con ello, ampliar el espectro cultural educativo.

¡Gracias y Felicitaciones por estos Primeros Cien!
Hola, Andrea.
Me encantó tu relato, escribes muy bien, que bueno que siempre confiaste en ti ante las inseguridades y nunca dejaste de escribir.
Yo estoy en el 5to semestre de Pedagogía, y siempre he tenido el deseo de escribir o al menos intentarlo, pero al final siento que no es lo mío, y bueno, me desanimo un poco, me identifique mucho contigo en tus inicios escribiendo, pero tu relato me alienta y me anima de alguna manera al ver como tú pudiste crecer y ahora tienes resultados muy satisfactorios.
¡Gracias por estas palabras!
Gabriela B dijo…
Andreaaa que gustazo leerte nuevamente, se que todo lo que dices es tan real pues tuve la oportunidad de ser espectadora y admiradora de tu talento. Felicidades y nunca dejes de hacer lo que amas. Muchas felicidades Profe Frías por su extraordinario empeño en seguir estimulando y apoyando a todos y cada uno de los amantes de darle cuerpo y forma a sus pensamientos, sueños, dolores, fantasías y sin sabores, a todos aquellos que, como dice Andrea, agarran el rollo y hacen de la escritura una puerta hacia la libertad. Un abrazo a la distancia, de una de sus tan afortunadas víctimas del taller de redacción libre y creativa!!!
LEA-V dijo…
ANDREA, simple y llanamente, es un bello texto con el que celebras los 100 textos del blog. Es un breve viaje a tu interior, en donde las provocaciones de Frías, al final fueron acomodándose a tu espíritu de grandeza. A tu espíritu de Libertaria en las letras. De nuevo, muy bello texto. Felicidades.
Mayra Zazueta dijo…
Andrea al leer tu texto reflexiono en dos vertientes: la influencia del maestro sobre los alumnos y las decisiones que toma el alumno ante los escenarios que se le presentan, admiro tu tesonería el no abdicar al primer obstáculo si no todo lo contrario, lo convertiste en un reto que superaste con mucho y hace que te sientas ante las palabras del gran maestro Frías que " agarraste el rollo" FELICIDADES para ti y al maestro Frías!!
Unknown dijo…
Andrea, me encantó tu relato. No sólo por el hecho de que escribes bien, sino porque me identifico con cada oración que escribiste. He estado en ese lugar, en ese estado mental. Intentando descifrar "que quiere decir profe con eso". Es curioso, pero hace apenas tres días empezaron a tener sentido muchas de las frases, argumentos y explicaciones del profesor Frías. Ahora soy egresada, pero sin temor a equivocarme puedo decir que el "Taller de redacción libre y creativa" y el profesor Frías me han sido parte importante de mi formación como profesional y como persona.
Anónimo dijo…
Dr.Renato Quintero A .
Andrea te quiero felicitar por la forma en que agarraste el rollo porque escribes tan claro , transparente y sencilla que cualquier persona entienden lo que quieres expresar y claro teniendo un maestro como es el master frias que se puede esperar estaré al pendiente de tus próximas entregas yo seré un ferviente lector tuyo, me encanto tu estilo .por lo que me despido con un fuerte abrazo hasta la próxima .

ATTE. Dr Renato Quintero A.
Anónimo dijo…
Muchísimas gracias, Yolani, Gabriela, Dr. LEA-V, Mayra, Dr. Quintero, por haberme dedicado un cachito de su tiempo, que es lo más preciado que tenemos.

Creo que una de las cosas más importantes para escribir, es la sinceridad, y ese es un aprendizaje que me dejó el Taller de Redacción impartido por el sensei Frías; creo que sincerarnos mediante la escritura genera una conexión un poco más íntima con el lector, y muchas veces, aunque nunca nos hayamos visto de frente (escritores y lectores), sentimos que nos conocemos, nos identificamos porque al final, son vivencias y sentimientos reales que cualquiera podemos experimentar.

Gracias, maestro Frías porque siempre confió en mí y confía en sus alumnos, y ésa es una cualidad docente que siempre le voy a reconocer, el maestro que confía en sus alumnos, eso es lo que, para mí, lo convierte en un titán.

Saludos a todos. Espero leerlos pronto.

Su amiga, Andrea Berrelleza.

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