¿Por qué ahora no podemos mirar ni hablar con la autoridad con que lo hacían los padres con nosotros?                                              

                                           Los adolescentes de hoy

DE CARA A LA REALIDAD

José Manuel Frías Sarmiento
José Ignacio Barreras Salcedo

¿Cuántas veces hemos escuchado comentarios, entre compañeros y familiares, sobre la difícil situación que afrontamos con nuestros hijos mayores de quince años? Ahora que se han desarrollado y son adolescentes es diferente su comportamiento, su visión, su entorno y las realidades en las que viven. Son muchas cosas las que enfrentan sin tener bases firmes y seguras sobre las cuales apoyar sus razonamientos y decisiones juveniles. Pero también los adultos, sus padres, no hallamos la manera adecuada de tratarlos, no encontramos argumentos para que entiendan nuestras explicaciones, ni encontramos, tampoco, la manera de persuadirlos de la importancia y necesidad de acatar los consejos y sugerencias que les brindamos a cada paso que dan. 

Por eso cuando preguntamos a nuestros amigos ¿qué piensan de los adolescentes de hoy? se dibuja en sus rostros una expresión asombro y de inquietud. Respiran profundo y responden que no se explican las actitudes de los muchachos; se quejan de la falta de comunicación y de que las conversaciones inician y concluyen sin llegar a una conclusión, o a un acuerdo amigable que estreche los lazos familiares y disipe los obstáculos que, día con día, se erigen entre padres e hijos. Y se preguntan a sí mismos, como en busca de una respuesta ¿acaso son otros tiempos o somos otras personas? ¿Por qué no podemos platicar con ellos como cuando eran pequeños? ¿Por qué no hacen caso como lo hacían entonces? ¿Por qué se enojan tanto con nosotros? 

Y es que al dialogar con los hijos adolescentes sentimos que se han transformado, que habitan un mundo diferente al que nosotros intentamos proporcionarles y en el cual deseamos que vivan, siempre con el apoyo de nosotros. Pero no es así, ellos quieren libertad y espacios propios, sin la presencia de adultos que los vigilen y reprendan o cuestionen lo que hacen o dejan de hacer. Se creen superhombres o supermujeres, como los héroes que los divirtieron en su apenas rebasada etapa de la niñez; se sienten grandes y buscan en los gimnasios la musculatura que fortalezca su cuerpo y resalte en la ropa entallada que llame la atención del sexo opuesto. Lo malo es que muchos de los adolescentes, por dedicar tiempo al gimnasio y a escoger y lucir su ropa, se olvidan de cultivar su inteligencia y fortalecer los valores que propicien buenas relaciones con su familia y con las personas que les rodean, aunque sean menores o mayores que ellos. 

Pareciera que, si no se es de su edad, no se es digno de atención o de charlar con ellos. Y eso es malo, porque sus padres y sus hermanos y abuelitos los necesitamos y anhelamos su presencia y la charla que de chicos sostuvimos con ellos. Junto a la belleza y firmeza de su cuerpo deben, también, desarrollar la inteligencia que les permita avizorar y preparar las posibilidades de un futuro en el que puedan tomar con tino y prudencia las decisiones más importantes de su vida futura

Pero el futuro para ellos, que son tan jóvenes, les parece muy lejano. Piensan que el mundo se les acaba y hay que divertirse ahora, porque después se les habrá pasado el tiempo. Y a lo mejor tienen razón, pues ya ven cómo vivimos los adultos, llenos de strees y de angustia por el trabajo y los problemas familiares. Por eso cuando les reconvenimos y les damos un consejo, nos contestan ¡cómo eres anticuado, hoy son otros tiempos! Marcan una barrera entre ellos y nosotros: ellos se alzan como el presente sin un futuro claro y orientado y nosotros, somos el pasado que los detiene en sus ansias de vivir la vida apresurada y audaz. 

Celebramos su audacia, pero quisiéramos que la encaminaran por senderos del estudio y la reflexión de los problemas sociales y científicos que afronta la humanidad. Porque al recorrer las calles de la ciudad y las carreteras y caminos vecinales, vemos cruces y pequeñas capillitas que nos muestran las consecuencias de las audacias mal encaminadas de jóvenes que, obnubilados por el alcohol y las drogas, estrellaron sus cuerpos y acabaron con sus vidas cuando apenas empezaban a vivir. 

¿Sus vidas terminarían así, de manera tan abrupta y brutal, por culpa sólo de su ignorancia y falta de reflexión? ¿O nosotros, los mayores, sus padres, profesores y adultos en general, debemos de asumir la responsabilidad y acusar la culpabilidad de no hallar maneras de conversar con ellos, y conseguir que nos permitan estar a su lado en momentos de angustia y desesperación? ¿En qué pensarían esos adolescentes al momento de morir? ¿A quién recordarían y dedicarían sus últimos pensamientos? ¡Ojalá y haya sido a sus padres, pues ellos hubieran deseado con todo el corazón haber estado a su lado! O un poquito antes, para haberlos protegido y persuadirlos de renunciar a la peligrosa acción que iban a emprender y que, a la postre, les quitó la vida o les amputó su cuerpo o dañó su mente y relación familiar y social. Pero ellos no habrían aceptado el consejo, ni hubieran tomado la precaución que se les hubiera pedido.

Y ahí reside el problema, en encontrar la solución más viable en estas difíciles situaciones a las que la vida de padre nos enfrenta día con día. Y, sobre todo, ¿cuál es nuestra visión de la realidad que viven los adolescentes hoy en día? ¿Cuáles son los niveles de tolerancia y de comprensión con que pretendemos controlar el curso de sus vidas? Y aquí no queda más que reflexionar, con mucho tiempo y con mucho cuidado y atención, acerca del comportamiento y desarrollo de nuestros hijos, y de las actitudes que asumimos cuando piensan y actúan de manera distinta a como queremos que lo hagan. 

Ni son otros tiempos ni somos otras personas. Somos los mismos, pero con la responsabilidad y la imperiosa necesidad de comprendernos para apoyar sus decisiones, y esclarecer las dudas que nos angustian en relación con lo que hacen y dejan de hacer nuestros hijos. Porque aquí, en la situación de relacionarnos con los adolescentes, hasta los consejos y sugerencias de los cursos de atención al desarrollo del adolescente sirven de poco, cuando la premura de nuestras actividades nos aleja de la importancia de escuchar y acompañar a nuestra familia en el crecimiento de los hijos que, luego, si no estuvimos con ellos, nos alejarán de sus momentos de gozo o de tristeza e incertidumbre. Y es que nos debe de quedar claro que, por muchas técnicas que se inventen y desarrollen, no hay escuelas para aprender a ser padres y, menos, para interactuar con adolescentes. La única escuela posible es la familia y a ella debemos de asistir el mayor tiempo, ponerle el cien por ciento de atención y realizar todas las tareas que sean necesarias.

En este sentido, vale recordar que, en los viejos tiempos, nuestros padres con una simple mirada, con un tono de voz más fuerte o con una inflexión diferente nos hacían obedecer. Y es que, como decíamos entonces, a buen entendedor, pocas palabras. ¿Por qué ahora no podemos mirar ni hablar con la autoridad con que lo hacían los padres con nosotros? ¿Por qué nuestros hijos no entienden ni las miradas, ni los gestos, ni los rollos con los que reprochamos sus actitudes y su diferente comprensión del mundo y de la forma como lo conciben?

¿Será que ahora, a diferencia de la juventud que nos tocó vivir, existen mayores centros de distracción, como las computadoras, los celulares inteligentes, la internet, los cibercafés o cualquier otro espacio que los aleje de la conversación con su familia? En todos estos lugares y en estos instrumentos los jóvenes entran a páginas electrónicas en los que miran lo que quieren y hablan de lo que les da la gana, lo cual no sería malo si buscaran y hablaran de temas que les desarrollaran su inteligencia y valores personales; pero lo que hacen, en realidad, es chatear de manera absurda y vulgar con entes imaginarios de los que no conocen nombres, domicilios ni ocupaciones reales. Son seres virtuales con los que se comunican a placer. ¿Será por eso que con nosotros personas, de carne y hueso, con sentimientos y pensamientos presentes y relacionados con su vida, no pueden platicar con la libertad que lo hacen con sus amigos cibernéticos?

Así que cuando los amigos nos responden con incertidumbre y angustiosa confusión, que sus hijos se pasan horas en las computadoras, mirando páginas XXX; cuando nos dicen que los muchachos prefieren irse al antro más popular a consumir cervezas al dos X uno y en los que las muchachas no pagan cóver, pues son el gancho para atraer a los varones, los entendemos un poco mejor, porque a nosotros también nos sucede lo mismo. 

Y todo eso lo sabemos o lo intuimos, aunque haya algunos que se hacen de la vista gorda y prefieren engañarse con la astucia desplegada por los muchachos y las muchachas, cuando quieren conseguir permiso o cuando mienten con descaro para salir a donde ellos encuentran la diversión; diversión que, cada vez, está más lejos de nosotros y del hogar familiar, ese hogar al que recurren siempre que las cosas no les salen como sus ímpetus les hicieron creer que saldrían. Y es que en varios lugares frecuentados por los adolescentes de hoy, pululan, además de ellos, muchos delincuentes y traficantes de drogas que no escatiman esfuerzos ni dinero para atraerlos al consumo de estupefacientes o para incitarlos a cometer algún delito, grande o pequeño, pero delito a fin de cuentas. 

También, los propios jóvenes, con el total descuido de sus padres, acuden a las fiestas armados como para sentirse más hombres o para intimidar y apantallar a quienes por precaución no se atreven a portar una pistola en la cintura o en la guantera del automóvil. Y al consumo de las drogas y el alcohol, muchas veces adulterado, las armas las sienten como más fáciles de manejar y de presumir; sienten que las pueden sacar sin peligro y, al hacerlo, no falta que se les salga un tiro y dañen a uno de sus propios amigos. O que, al calor de una discusión, la diriman con un simple pero mortal disparo. O que, en el menor de los peligros, los paren en un retén policiaco y los lleven detenidos por portación ilegal de armas de fuego. Y ahí las astucias se desbaratan y los padres tenemos que acudir en auxilio de quienes se sintieron demasiado libres y demasiado fuertes como para no escuchar los consejos y sugerencias de los adultos.

Por eso es que en las charlas con compadres, amigos y familiares con hijos adolescentes, siempre salen a relucir los temas de los lugares a los que asisten, las bebidas que consumen, las amistades que tienen, la música que escuchan, la velocidad a la que conducen los autos que les prestan, el corte de su pelo, la manera de peinarse, los tatuajes que acostumbran, las perforaciones de orejas, labios y ombligos para lucir aretes y argollas, propias de malvivientes y no de jóvenes educados y preocupados por labrarse un porvenir exitoso y productivo. Hasta la ropa se torna un conflicto, pues mientras unas se desnudan medio cuerpo, de las costillas a la cadera; otros compran pantalones tres o cinco tallas mayores que la de ellos, para que casi se les caigan y el tiro les quede a medio muslo, con lo que al alzar la camisa se les mira media trusa o medio boxer. Otros y otras, en cambio, exageran su atuendo y parecen narquillos de rancho avecindados en la ciudad. Todo con el fin de apantallar a sus amistades y sentirse lo que no son en realidad, pero que a fuerza de usarlos y de comportarse de esa manera, terminan por asumir esos valores como buenos y necesarios en sus ansias juveniles de ser alguien en el medio en el que se desenvuelven, lejos de sus padres y de quienes les dicen que pongan atención en lo que hacen y dejan de hacer; porque todo tendrá consecuencias en su presente y en su futuro.

Así que, hoy y de cara a la realidad en que vivimos, la pregunta no es nada más qué les espera a nuestros adolescentes, sino ¿qué nos espera a nosotros que no los comprendemos ni los sabemos orientar por el rumbo que consideramos correcto? ¿Qué debemos de hacer para entablar comunicación con ellos y ganar la confianza y credibilidad como para que nos escuchen y les agrade estar a nuestro lado? Esa es la pregunta fundamental y eso es lo que debemos de analizar y de comentar los adultos, antes de enojarnos con los jóvenes y de violentarlos con gritos destemplados que, lo único que logran, es alejarlos más y más de nosotros. Pues, finalmente, siempre acudiremos a su lado cuando nos necesiten, en los lugares que estén y con las amistades que anden. Hagan lo que hagan y nos quieran o no, son nuestra familia y es nuestro deber y obligación apoyarlos. Así que más vale que nos apuremos y tratemos de entenderlos, ahora y no cuando sea demasiado tarde.


Comentarios

Hola, ahora les compartimos un texto escrito a dos manos, entre el Dr. José Ignacio Barreras y su servidor.
Es un texto que salió de las pláticas, de las miradas a los jóvenes y a sus forma de vivir.
Y entonces, charlando, escribimos estas reflexiones, que no son más que el puro pensamiento escrito de sentimientos y preocupaciones que muchos tenemos en la vida,
Saludos y Bienvenido el Dr. Barreras, un Nuevo Escritor en est Blog
Daniela Luna dijo…
Muy buen texto Dr. Barreras y Profesor Frías, me gusto mucho la verdad me sentí identificada con algunas cosas jajaja y me llego, pero de eso se trata al escribir, que llegue y que se sienta.
Les mando un cordial saludo.
Dany, pues vamos bien entonces, si logramos que ustedes los jóvenes nos lean y sientan que algunas palabras les llegan.
Luego se pondrán a escribir y ustedes con sus palabras le llegarán a otros lectores.
Saludos
Annel Ochoa dijo…
¡Woaw!sorprendente texto, llena de situaciones que hoy los jóvenes vivimos día con día. Me gustó mucho en lo personal,saludos a los 2 colaboradores.
Annel, qué bueno que te gustó el texto y que lo relacionas con la realidad.
Eso es lo que deseamos en este Blog, Relatos que hable de la realidad, a como la miran los autores y los lectores.
Saludos, espero tu relato
Felicidades por el texto maestro Frías y Dr. Barreras. Quienes somos padres de hijos ya mayores sentimos esa preocupación ante la falta una comunicación constante con ellos, que permita prepararlos para enfrentar algunas situaciones tan adversas que se les presentan en la vida.
Este escrito me hizo recordar las veces que le dije a mi hijo mayor que conduciera con precaución y hacía caso omiso. Hasta que se vio involucrado en un terrible accidente fue cuando comprendió que su padre tenía razón. Saludos cordiales.
Amigo Zañudo, los textos de este Blog, ya sean cuentos, relatos o artículos de opinión, anhelan conectarse con el sentimiento y con los pensamientos de los lectores, por eso es que abordamos situaciones que les permitan identificarse o identificar a otros en los relatos que publicamos. Eso Usted lo sabe bien, al ser parte de este Colectivo.
Saludos
Basa dijo…
Felicidades a mi hermano Dr. Barreras y al Maestro Frías Sarmiento por este Blog lleno de tantas verdades bien para nosotros como padres y para nuestros hijos adolescentes
J. Manuel Ortíz z dijo…
Felicidades Dr. J. I. Barreras y profesor J. Frías. En esta vida las instancias de los adolescentes son así, como padres tenemos muchas observaciones y correcciones que hacer como mucho cuidado y tacto, tiempos de cambios y saberlos superar para que los adolescentes sean positivos y buena perspectiva en esta vida de influencias de todo tipo y cambios. En estos cuentos despertares de sentimientos generales, un abrazo compadre por estos escritos en conjunto del profesor.
LEA-V dijo…
Felicidades al Dr. Barreras y al maestro/amigo Frías.

Desde luego que es un texto llegador respecto al trato, interacción, comunicación y entendimiento con los adolescentes.

La Adolescencia, por lo regular NO LE COMPRENDEMOS, por eso los choques que se dan entre padres e hijos de esas edades. Dicen los neurocientíficos, que el Cerebro Adolescente está en una constante evolución y cambio. Que existe un desarrollo neurológico desacoplado: en donde el sistema vinculado con las emociones, los placeres, los desafíos, ya está en desarrollo pleno y que las áreas y sistemas vinculadas al respeto, a la convivencia, a la autorregulación, a la planificación, a la disciplina, a los buenos comportamientos sociales: es lo ÚLTIMO QUE TERMINA EN MADURAR en el Cerebro Adolescente (corteza prefrontal del cerebro). Por eso lo valioso de las pautas regulatorias del exterior, que por lo regular establecen padres de familia y maestros. Esas, con fuertes dosis de comprensión, tenemos que activarlas siempre.

Estamos aprendiendo.

Finalmente un texto que sugiero leer.

Entradas más populares de este blog