"¿Qué estará pensando el güey, sentadote allá atrás sin que nadie lo conozca?" 

L A L O
José Manuel Frías Sarmiento

Y ahí estás, inquieto, mirando a la gente que abarrota el auditorio del Centro de Ciencias. Ese auditorio que te parece más grande que la casa de los dueños del campo algodonero del Rosarito; aquella casona blanca en la que se arrinconaron cuando el ciclón se llevó los cartones que les servían de techo y pared. Allá también había mucha gente ¿recuerdas?, pero no eran como éstos que te miran impacientes, aquéllos eran campesinos recolectores de algodón; iguales que tu familia. Aquéllos también miraban con impaciencia, pero su vista se clavaba en el poco dinero que les daban por los grandes y pesados costales retacados de algodón en greña que apenas arrastraban una y otra vez, por los terregosos surcos de la plantación.

Éstos no son así. Recorres con la mirada el auditorio y no encuentras ninguna cara parecida a aquéllas. Aquí hay puros batos que se creen intelectuales; allá no, allá los intelectuales se hubieran muerto de hambre. No hubieran aguantado ni una semana jalando el costal y arrancando motas de algodón comezoniento. Allá había que sacar la tarea para juntar la raya del sábado, de otra manera te aguantabas las ganas del cortadillo y la pepsi que luego envidiabas en otros compañeros. Allá no pensabas el mundo como lo explicas ahora en este lugar tan limpio y oloroso, lleno de luces y de gente que te aplaude cuando le cuentas que hace muchos años, como cien más o menos, las calles de Culiacán una noche se iluminaron tanto que parecía de día. Hasta la respiración se les corta escuchándote hablar de las cincuenta bombillas que, en las noches de luna llena, se apagaban de acuerdo con el contrato firmado por el H. Ayuntamiento y la Compañía de Luz y Hielo de Culiacán.

En eso piensas, cuando en la fila de atrás alguien se levanta y te hace señas, pero luego es obligado a sentarse por una edecán que le aconseja esperar hasta el final de tu conferencia, mientras le entrega una tarjeta. Sigues hablándole a un público cautivo que te escucha con atención mientras conversan entre sí o apuntan con premura los datos que lees imperturbable. Al menos así pareces. Pero no es así, sólo tú sabes el güevo que te cuesta participar con estos afamados historiadores, de tanto prestigio local y tan pocas páginas escritas. No estás ni madre de a gusto, y menos desde que al fondo del auditorio, en la última fila, ese compa que se paró pidiéndote la palabra se te asemejó al Raulillo de la Chela.

Ya, ya sabes que no puede ser. El Raulillo ni en sueños se ha parado en un auditorio como éste, ni piensas que se pare. Sin embargo, se parece un chingo. Y ese parecido como que te saca de onda y hace que se te quiera quebrar la voz.

¡Pinche Raulillo...! ¿Y si deveras estuviera aquí? Se te hace muy cabrón que haya dejado en su casa las hieleras del camarón nomás por venir a verte. ¿Quién le diría de tu conferencia? A lo mejor tu amá o el cabrón del Ricardo; sí, ése tiene que haber ido con el cuento a la Díaz Ordaz. Pero de todas maneras ¿qué chingados hace el Raulillo aquí, pues, por qué no se va a vender los camarones que se han de estar aguadiando en la camioneta de don Rami por el pinche calor?

Ni modo que no haya trabajado; seguro que se vino temprano a la Carta Blanca para vender hasta las once y arrancar luego para este auditorio que el bato ni conocía. ¿Qué machín se ha de ver la camioneta azul, toda cuachalota y destartalada, entre los carros más o menos de todos estos intelectuales que te miran medio idos, como pensando: “y ora, este güey qué trai, cómo está eso de que muchas colonias viven el atraso que, según el gobierno, Culiacán ya rebasó! Si está hablando de Luz eléctrica pos el mismo se mata solo, a poco no sabe que la mayoría de la ciudad está electrificada”. Pero no, no es eso de lo que tú quisieras hablarles. No es eso lo que te agüita. ¿Cómo podrías explicarles que el Raulillo debería de estar aquí, junto contigo, dictando esta conferencia; compartiendo la angustia y la satisfacción de pararte frente a otros en este lugar tan chingón para el desarrollo y el debate intelectual?

Esa angustia y aquella satisfacción que de niños compartieron al vender el último kilo de camarones que cargaban en las cubetas por toda la Morelos, por la Ejidal, por el Nuevo Culiacán, para terminar sentados en las Cañadas, en el cruce de la Internacional con la prolongación de la Orozco, ahí donde termina y empieza la Sexta. Sentados en las cubetas vacías platicaban tomándose una coca y mirándose a los ojos, con la risa en los labios y el cuerpo relajado.

¡Pinche Raulillo..., cuánta distancia en tan pocos años! ¿Qué estará pensando el güey, sentadote allá atrás sin que nadie lo conozca? En el solazo que se chinga al camarón había de pensar, y no estar oyendo pendejadas que no entiende, ¡y aunque las entendiera, pa' que le sirven, pues! No te lo imaginas platicándole al Chinto tu rollo acerca de la instalación de la Culiacán Electric Company, y de las transas de los Escovar con el Ayuntamiento de aquellos años para llevar electricidad a las casas de los pudientes del porfirismo culiacanense. ¡Qué le podrá contar, cómo le explicará esto que ni tú sabes cómo lo estás diciendo? Cómo se lo explique te vale madre y te tiene sin cuidado, lo que sí te preocupa es la manera, el tono en que se lo diga; de seguro ese par de cabrones se la van a curar de lo lindo de ti.

Pero también puede que piensen que te crees mucho, pues. Puede que digan que se te han subido los estudios regionales de la historia sinaloense, y que por eso ni los invitas a tus conferencias: ya viste lo que te dijeron aquella vez que el Presidente Municipal te invitó a desayunar al restaurante del Hotel San Luis. Y no es que en aquella ocasión sí los hayas invitado, ¡cómo, pues, si el que pagaba era el ayuntamiento de Culiacán! No, esa vez se dieron cuenta porque el cartero llevó a tu casa el diploma por tu participación en un evento de historiadores, junto con la invitación del Presidente de Culiacán. 

Y ahí estaba la Chela cuando tu amá lo recibió. Ésta se espantó cuando miró el sobre con membrete del H. Ayuntamiento: “ya valimos madre”, hubiera dicho si no fuera más educada que tú, pero luego le volvió el alma al cuerpo y hasta el pecho se le hinchó cuando agarró aire pa' presumirle a la Chela aquella invitación y felicitación del Presidente Municipal de Culiacán. No'mbre, hubieras visto la cara de la Chela! Ya sé que tu amá te lo contó, pero no es lo mismo; ¡si de por sí es corta de palabras, ora emocionada como estaba cuando, en la noche que llegaste, ni de cenar te daba por enseñarte los papeles y contarte lo que había dicho la Chela!

Tú andabas con otro rollo, por eso ni le pusiste atención. Pero ahora que piensas en el Raulillo escuchándote hablar entre tanto intelectual y en este auditorio tan elegante, como que te empieza a caer el veinte. Y con ese veinte se te quiere borrar la cinta de este pinche discurso que tú creías tan bonito y bien elaborado. Y sí lo es, pero no para el Raulillo, quien de seguro ha de estar encabronado por las babosadas que le dijiste el otro día que te pidió una fería. Ahí sí que la regaste pa' que veas, y gacho. Porque como le dijo la Chela a tu amá: “es que son chingaderas doña Rosa, mi pobre flaco se quedó bien agüitado cuando el Eduardo no le quiso prestar dinero”. "Y no es por el dinero amá, me dijo casi llorando, sino por cómo me mando a la chingada, qué le costaba al cabrón del Lalo decirme que no traía feria o de plano que no me la quería prestar porque la ocupa ahora que su vieja está por parir, y que los dos están por recibirse de esa pinche maestría de historia quién sabe qué. No, el recabrón me tenía que decir que si quería feria me metiera a la escuela, que por eso andaba de jodido, por haberle sacateado a la prepa. Y cuando le golletea las caguamas, entonces sí no le importa al Eduardo que mi pobre flaco no haya estudiado, ¿no?".

Y eso sí está gacho, pinche Lalo, porque, el coraje de una madre aparte, ¿a poco no tiene razón la Chela? Y la tiene por varias razones, cabrón, pero la más importante es que el Raulillo ha sido tu amigo desde que los dos cayeron en la colonia, allá por los setenta, cuando no había ni  agua entubada, ni esta pinche luz eléctrica de la que le hablas a estos batos que se creen muy muy, pero que salieron de donde mismo que tú y de donde el Raulillo no ha podido salir ni saldrá, según parece, ¡ya ves pa’ donde agarraron el Rami y el Crucillo cuando el primero se tituló de ingeniero y el otro de contador, pues!, ¿no arrancaron más pa’ allá para el monte, donde estaban repartiendo solares? Entonces no es la escuela la que te sacó de ahí, cabrón.

La escuela te ayudó, pero te ayudaron más las pistiadas con el director de la Facultad de Historia, quien te fue llevando de la mano hasta tenerte aquí, en el auditorio del Centro de Ciencias de Sinaloa, tirando barra con el pasado y los inicios de la luz eléctrica en Culiacán. Y si aquellas pistiadas te trajeron hasta la maestría y te han llevado a conferencias en Hermosillo y en la Ciudad de México, a nivel nacional, también es cierto que el Raulillo te calmó la sed de varias crudas, cuanta vez le caíste a su casa con los labios cenizos y la panza echando lumbre. Entonces sí que le entrabas con ganas a los camarones en aguachile preparados por don Rami, ¿no?, entonces sí te parecían chistosas las pendejadas que platicaban echándose caguama tras caguama y escuchando al Gallo Elizalde y al Chalino Sánchez antes que lo mataran. Y de eso hace más de cuatro años, antes que estudiaras la maestría, publicaras en revistas y desayunaras con el presidente municipal. Antes que te creyeras intelectual, pues.

Pero pa' aquella raza de la Díaz Ordaz tú nunca has sido ni serás intelectual, güey; pa'la raza sigues siendo el Eduardo, o el Lalo como te dice el Raulillo. Por eso es que es tu amigo el bato, porque te alivianaba en las crudas y te prestaba una feria (que por cierto nunca le pagabas), y porque, además, te aguanta la lujuria (hasta la fecha) que te traes con su carnala, que aquí entre nos ¡'ta rebuena, verdá¡, pero ni modo carnal, ya estás casado y, aparte, pos es hija de la Chela y de don Rami, los únicos que hacen fuerte a tu jefa cuando se queda sola en esa casona, que en la noche hasta da miedo caminar por ella. Hasta a ti se te arruga cuando te quedas solo en esa pinche casa, cuantimás a ella que's rete miedosa. Pero ese miedo no es como éste que 'orita sientes, pensando en las cosas que diría el Raulillo si la edecán no lo sentara a cada rato pidiéndole con dulzura que se espere a que termines, que se calme, que se sosiegue; pues; bendita mujer, que hace cumplir tan bien el protocolo de este Centro de Ciencias. ¡por Dios que si estuviera más cerca, y si se dejara, claro, le darías el besote más grande que nadie en su corta y edecamable vida le ha dado ni le dará!

Tú sigues hablando de las bombillas de quién sabe cuántas bujías de intensidad que se atravesaban en los cruceros de las calles, colgadas quién sabe de qué modo; sigues hablando de las chingas que se arrimaban los técnicos de aquellas compañías para componer los desperfectos de las máquinas mientras llegaban las piezas de repuesto; les cuentas de las casas acopechadas por las noches, con sus foquitos brillando a media luz y apagándose a cada rato, porque les cortaban la corriente o de plano se fundían. Y es que fueron los primeros focos, las primeras compañías y la primera luz eléctrica que hubo en Culiacán, aclaras. Lo dices casi de memoria, sin mirar las hojas de tu carpeta, al cabo que ya lo sabes; pero también porque la carcoma no te deja pensar con claridad. Porque tus ojos, aunque clavados en esta raza, están metidos en el recuerdo de aquellas veces que'l Raulillo te prestó la camioneta pa' ir a los bailes o pa' llevar morritas a la salida de Culiacán, allá por 'onde se pone el sol. Te acuerdas y te aguitas cabrón, se te enchilan los ojos, como si quisieras llorar, pero te muerdes el otro güevo y te aguantas pa' que 'sta raza no se dé cuenta de la bronca en la que ese pinche bato, que ni siquiera sabes si es el Raulillo, te ha venido a meter.

Escuchas boruca y no sabes ni qué onda. De repente el auditorio se te hace presente, hay un chingo de gente parada, todos aplauden y se estiran mientras el maestro de ceremonias comenta lo interesante que ha sido tu conferencia, te felicita, en nombre del Centro de Ciencias, por esta colaboración de la Facultad de Historia y de la Universidad Autónoma de Sinaloa en el enriquecimiento cultural de la entidad. Pero eso a ti te vale madre ¡si ni siquiera hay feria de por medio!, lo que quisieras es salir de'ste pinche auditorio pa' alcanzar a aquel bato pelo chino que va saliendo en chinga revuelto entre la gente que se acerca a saludarte, A ti qué te importan los saludos ni las felicitaciones de'stos cabrones intelectuales que, como siempre, nomás 'tan estorbando el paso. Esos saludos que se los den al director de la facultad, o si quieren que se los den al pinche rector de la UAS; a ti nomás que te dejen salir, que te abran paso antes de que te encabrones y le partas su madre a alguno de'stos intelectuales en tu prisa por saber si ese flaco de playera azul rayada es o no es el Raulillo.

Casi le gritas cuando se te pierde; lo buscas con los ojos mientras te abrazan felicitándote, hasta la edecán se te ha perdido: ella te podría decir qué chingados quería ese bato, y a lo mejor hasta apuntó su nombre en la tarjeta que le dio. Pero con esta gente no tienes pa' cuando salir; hasta tu vieja te abraza y te dice que qué bien estuviste, que mejor que'l Poncho y que'l Brito, que casi tan bien como ella. Pinche Mayra, si supiera la bronca que te traes no se adornaría tanto y hasta te ayudaría a salir, o ya de perdis te alcanzaría al Raulillo para decirle que no sea güey, que te espere pa' echarse unas caguamas lejos de´stos intelectuales aplaudidores y estorbosos. Pero no, en vez de´so aquí están de tapacaminos como los otros que, después de todo, no lo hacen con mala leche ¿no? Hasta tú lo has hecho, cabrón; y si no fuera por ese bato pelo chino playera azul rayada, hasta contento anduvieras pavoneándote de aquí pa'llá apapachando a cuanto cabrón se te acercara. Pero eso no te calienta en este momento; orita quisieras sacudírtelos de encima, correr hasta el estacionamiento alcanzar la camioneta y gritarle al Raulillo: ¡páaarate cabrón... Regresa flaco jijuelachingada... ¡No te vayas sin lavar las hieleras y echarle hielo al camarón, qué no vez que luego se apestan, guey...!

Los gritos te sobresaltan, despiertas amodorrado, con la cara abotagada, el cuerpo mojado de sudor y el corazón botándote en el pecho. Ni te despabilas, cuando vuelves a oír los gritos de la Chela mentándole su madre al Raulillo que va desolotado pa'l expendio de la 18. Sueltas la carcajada y te acomodas en la hamaca, buscando la sombrita de las pingüicas y los tabachines pa' taparte el sol que te chinga la cara. Entrecierras los ojos mientras piensas que qué buen sueño te aventaste, güey. Lo malo es que nadie te lo va a creer: ni el Chinto, ni el Raulillo, y pue' que ni don Rami, van decir que son puras jaladas tuyas pa' sentirte chingón y hacerlos menos, pues. Si de por sí la Chela dice que agarras más piola que un trompo panzón, que eres bien creído, que apenas tienes un año en esa pinche escuelita de historia que ni alumnos tiene y ya te miras como más alzado... que ya ni los saludas... que te afrentas de vender camarón... que te cae gorda la gente de la colonia... que... pero eso a ti te vale madre, si no te lo quieren creer, pues no hay pedo cabrón; al fin que lo bailado y lo cantado ya nadie te lo quita. ¡Chingada madre, si así de machín fue el sueño...! ¿Te imaginas cómo será de verdad?  

Comentarios

Lalo, es un cuento que hice hace tiempo, porque no pude asistir a la Primera Conferencia de Eduardo, el Lalo, cuando éste apenas empezaba sus estudios de historia regional. La conferencia existió y el auditorio selecto estuvo.
El Raulillo es real pero no estuvo esa vez en el Centro de Ciencias, y ya no vende camarones en hieleras, ahora pueden ir a comer unos deliciosos callos y aguachiles que vende ahí cerquita del Estadio de Los Dorados, en Los Ramiros. Saludos
Muy buen escrito maestro, me gustó, de paso se antojó un aguachile.
Saludos.
Muchas gracias, supongo que es Usted Zulma. Saludos
Marcelo Tolosa dijo…
Muy bueno, muy bueno!!Como siempre , un gusto leerlo. Le mando saludos!
Estimado amigo Marcelo, como siempre, agradezco su comentario. Su lectura permanente reivindica un poco este blog al que yo creo le daremos un descanso porque a pesar de que se consignan las visitas a los relatos, casi nadie deja comentarios, lo cual indica el poco interés por la lectura. Y, mire, amigo Tolosa, la idea del blog es mover el gusto por leer y crear un Colectivo dialogante. Y como no se está logrando, pues haremos un alto hasta que la raza diga que volvamos.
Así que después de 40 relatos, dejaremos este blog por un rato.
Saludos, un abrazo y gracias por ser el único que sin publicar siempre estuvo al pie del cañón. Ya nos veremos en otro espacio que abriremos, no tenga duda.
Su amigo José Manuel Frías Sarmiento
Perla Peinado dijo…
Un texto que me hizo reír y sentir también mucha nostalgia, me acorde de los Raulillos de mi colonia, de mi tiempo, me sentí aveces como el pinche Lalo presumido, leí el texto y me lo imaginaba haciendo sus ademas y soltando las risotadas que aveces compartimos en los pasillos de la escuela. Gracias por estos regalos de cuarentena que nos esta brindando tan generosamente.
Gracias Mtra. Perla por leernos y comentar los relatos de este blog. Saludos
LEA-V dijo…
Así se tejen las vidas de los seres humanos. Qué bueno que el maestro y amigo JM El Frías Sarmiento, tiene esa capacidad de que con su escritura, puede meternos de lleno en sus personajes tan realistas que se asemejan a uno mismo.

Saludos maestro Frías.
Estimado amigo Luis Enrique, la vida es la que uno recuerda y como la recuerda para contarla, más o menos así lo escribió El Gabo. Y con Lalo, dejé libres a los recuerdos para que se mostraran como quisieran y se mimetizaran con los otros recuerdos de sus lectores. Gracias por ser uno de ellos. Su amigo, JM, El Frías

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