. “Son relatos como éste los que marcan la mente y los corazones, a mí, por lo menos me marcó hasta el día de hoy”
LA TÍA ALTA
Julio César Soto Moreno
Algunos de los
recuerdos que se te quedan grabados durante tu infancia, son desde mi punto de
vista aquellos que pasaste con algún adulto mayor, puede ser abuelita(o), o
tíos de esos que ya están viejitos; la experiencia de vida que se cargan a
cuestas pareciera que encorva sus cansados cuerpos, las líneas o arrugas en sus
caras son marcas del inexorable paso del tiempo y de los duros aprendizajes que
con el correr del tiempo, han marcado una indeleble marca en su frágil piel.
Pero dicha
experiencia, vivencias, aprendizajes y hasta el sufrimiento se mezclan para
crear a los mejores relatores de fantásticas y embelesadoras historias de las
que te puedas siquiera imaginar; de esas historias que te dejan con la boca
abierta por sus fabulosas tramas que te tienen al pendiente del más mínimo
detalle. Pues una de esas personas me relató una mini historia que nunca he
podido olvidar.
Su nombre era Alta
Gracia, recuerdo que cuando escuchaba que en mi casa decían vamos a ver a tu
tía Alta -así le decíamos de cariño-, yo me imaginaba a una señora muy muy alta
y, ¡oh sorpresa!, era una persona menudita bajita, al ser yo un niño me
asombraba el que una persona mayor estuviera un poco más alta que yo; creo que tendría
menos de ocho años que es la fecha de los cuales tengo este recuerdo, cuando
convivía con ella; tenía su cara muy arrugadita, largos y pronunciados surcos
se dibujaban por todo su rostro, no había un solo lugar que no los tuviera. Y,
para mi sorpresa, mi tía Alta tenía bigote y barba, obviamente muy escaso, pero
se me hacía algo sorprendente pues nunca había visto a una mujer que los
tuviera, pero a mí no me molestaba; tenía un cabello largo casi hasta la
cintura, unas canas que a mí me parecían como hilos plateados brillosos, los
cuales todos los días entrelazaba en una gruesa trenza que se realizaba desde
temprano, sentada al borde de su cama, y su frágil cuerpo encorvado cual
cansada rama de árbol; siempre, encima de sus vestidos, se ponía un delantal
donde traía su dinerito en una bolsita de cuero, un peine brilloso café de
hueso de vaca y sus cigarritos; mi tía Alta tenía un andar despacio y cansado apoyada siempre por
un palo de escoba que le servía de bastón.
Vivía a unas
cuatro casas de la mía, era una casita de vecindad, chiquita, sólo dos cuartos,
en uno estaba la sala, comedor y su cama, en el otro estaba su cocinita y un
pequeño lavadero con pila de cemento; así que todos los días la visitaba, al
llegar la saludaba y ella con una sonrisa me respondía, a veces acariciaba mis
mejillas y, una vez hecho esto, me pedía que le ayudara con unos pequeños
favores; primero me daba un cuchillo, tosco, pesado y sin filo que tenía encima
del trastero y me decía: -allá en el altar que está a un lado de mi cama, te
traes todos los vasos de veladora que están apagados y les sacas los restos que
tienen y lo tiras en este botecito, luego pones los vasos en el trastero para
lavarlos y utilizarlos después. Enseguida, de su delantal, sacaba una cajetilla
de cigarros “Alas”, tomaba uno y me decía: -prende un cerillo y luego con el
cerillo prendes el cigarro, así lo hacía y se lo daba y se lo fumaba, (yo creo
que por eso no me gusta el cigarro pues se me hacía un olor muy desagradable y
pues sin querer yo también respiraba ese humo).
Cierta tarde,
cuando estaba ayudándole con las tareas del día, la acompañé al cuarto de la
cocina y en el piso estaba un sapo muerto, mi tía, al verlo, le habló al sapo y
le dijo (¡sí!, al sapo le estaba hablando), -tengo varios días escuchándote
cantar y te dije que te salieras, te busqué para sacarte al patio pero te
“escondites” bien y te dije que te ibas a morir de hambre, pero no me “hicites”
caso, ya “vites”, ya te “morites” de hambre, eso te pasó por burro y
desentendido. Yo me quedé como ustedes, con cara de asombro, (hablaba con los
animales), pero al final, volviendo de mi asombro por tal proeza de hablar con
el sapo, lo agarré y lo eché en el bote de la basura y lo saqué al patio. Una
vez que lo hice, mi tía Alta estaba contemplando el patio, donde tenía
plantados, limones, guayabas y otras plantas que estaban muy bonitas, y yo le
preguntaba que porque estaban tan bonitas y ella me decía, - es que la tierra
que tengo es buena…-
-Pero, te voy a
contar algo, mira la tierra y dime qué ves. Yo, extrañado, le dije, ¡ay, tía
Alta!, pues veo tierra como siempre la he visto, café y a veces un poco como
negra, con piedras y peñascos duros. Pero te voy a contar lo que mi abuelita me
decía a mí acerca de la tierra y que la abuelita de ella le contaba: decían que
hace muchos, pero muchos años, la tierra no era como la conocemos hoy, decían
que la tierra era blanca, tan blanca como la nieve, brillaba tanto de día con
el sol, como de noche alumbrada por la luna, (yo estaba con la boca abierta,
sorprendido por sus palabras imaginando tal espectáculo); que era una tierra
suave al tacto, casi casi como el talco en polvo, que tenía muy pocas piedras.
Se podían ver hasta tan lejos como lo permitiera tu vista, solamente se tapaban
por los cerros grandes que también se veían blancos. Pero después de un tiempo
empezó a haber más gente en el mundo y tantísima gente empezó a ensuciarla.
-La gente de
“endenantes” y nosotros también “juimos” la que la pusimos de este color porque
todos los días la pisamos, la escupimos, la meamos, la cagamos, tiramos basura
y otras tantas porquerías y por eso es que hoy esta así de ese color, quién
sabe ustedes, cuando estén grandes, como van a dejar la tierra para sus hijos y
sus nietos, ya nunca la van a ver como a mí me la platicaron, yo no la alcancé
a ver y creo que ya “naiden” la va a volver a ver “ansina” como me la
platicaron.
Gran aprendizaje
me dejó mi tía Alta. Son relatos como éste los que marcan la mente y los
corazones, a mí, por lo menos me marcó hasta el día de hoy, ya que lo recuerdo
como si la estuviera escuchando, son de esos aprendizajes que los atesoras,
pues son experiencias pasadas de generación a generación, contadas por alguien
que te quiere, que se toma el tiempo de contarte sus vivencias, de tomarte en
cuenta y enseñarte a amar a la tierra, a la naturaleza, de considerar a todo
ser vivo; en fin, historias que se pueden seguir transmitiendo para que sus
recuerdos permanezcan.
Comentarios
Estimado Julio, estos relatos personales son trozos de vida que debemos de compartir para recordar a las personas y las acciones que marcan la cultura de los pueblos. Son estos micro relatos los que sustentan la Literatura popular de las Narraciones que nos constituyen en el lenguaje del pueblo que da consistencia a las sociedades de hoy que parecen no hallar el rumbo para convivir en armonía. Leernos y escribirnos sería una linda manera de volver a encontrarnos.
Gracias y felicitaciones por tu texto. José Manuel Frías Sarmiento
Saludos estimado Julio
Saludos.