“Al leerla, sentí que un escalofrió recorría de nuevo mi piel y la maldita risa comenzó a escucharse de nuevo”
LA NIÑA DEL VESTIDO BLANCO
David Arnoldo García Pérez
¡Demonios!, qué ha pasado, cuánta oscuridad, no alcanzo a ver nada a mi
alrededor, no entiendo que ha pasado ni siquiera sé en qué lugar estoy; siento
un frío horrible que recorre mi piel, aunque no corre el viento, pareciera como
si estuviera dentro de mí y siento un mareo espantoso, como el día siguiente a
una resaca.
A pesar de que no alcanzo a ver ni una simple luz voy a caminar, por más
que quiera no me puedo quedar parado aquí; por lo que puedo sentir en los pies
parece que camino sobre arena, no entiendo porque estoy descalzo; a lo lejos
escucho el aullido de los perros, ¡es horrible!, pareciera como si le temieran
a algo, pero no entiendo a qué.
Luego de caminar por un tiempo, no sé cuánto, me comencé a sentir cansado,
a lo lejos se miraba una luz, no alcanzaba a distinguir aquel lugar, pero
decidí correr y al llegar quedé impactado, era la casa en el campo en la cual pasé
los veranos de mi infancia; pero no entiendo como terminé aquí, la última vez
que visité esta casa fue para el funeral de mi bisabuela y, desde entonces,
nunca he regresado.
De momento, no supe por qué no había regresado a ese lugar, aunque siendo
honesto siempre me causaba temor; sin duda alguna los días que podía pasar ahí
eran hermosos, recorrer el campo y en la tarde recostarme a la orilla del lago
no tenía precio; pero todo cambiaba cuando caía la noche, como nos
encontrábamos a kilómetros de la ciudad no se lograban ver las luces de ésta,
aparte no había alumbrado en las calles, y eso me daba un gran miedo porque
cuando me asomaba por la ventana de mi cuarto, no se miraba nada a mi
alrededor, la única luz que podían ver mis ojos eran las de las velas que encendía
porque me daba miedo dormir.
Me encontraba en un dilema, luego de que se me vinieron a la mente los
recuerdos tenía que tomar una decisión: entrar a la casa o quedarme afuera y
esperar la salida del sol; nunca había tomado una decisión tan difícil: me daba
miedo quedarme afuera, pero me aterrorizaba entrar. A pesar de ello, sabía que
estaría más seguro dentro.
Giré lentamente la manija de la puerta, se sentía helada, como si la hubiesen
sacado de algún congelador; al dar un paso dentro de la casa la puerta se
cerró, ¡diablos! Las luces se fueron de nuevo, en ese momento me entró un
desespero que casi comienzo a llorar. No podía moverme, no sabía qué hacer. De
pronto, a un costado, se encendió una vela sobre un candelabro pequeño, cuando
lo tomé recordé que ese candelabro de plata me lo había regalado mi abuelo en
mi cumpleaños y una noche desapareció, por más que lo busqué nunca lo encontré.
De nuevo tenía luz, pero no sabía qué hacer. Conocía muy bien la casa y
cada una de las habitaciones, unas me daban más miedo que otras, pero en esta
ocasión tendría que entrar a todas, necesitaba comprender qué sucedía en este
lugar o, por lo menos, saber cómo llegué hasta ahí; decidí comenzar por la habitación
de mi bisabuela, ésta era el lugar que mejores recuerdos me traía y sabía que
en ese sitio sería capaz de sentir un miserable gramo de paz por un segundo.
Una vez que entré, me encaminé hasta su cama, sobre ella había un álbum de
fotografías bastante empolvado el cual decidí hojear por un segundo, La primera
foto que encontré fue una con mi querida vieja el día de mi cumpleaños, sin
duda ese fue un día muy hermoso; seguí mirando las fotografías y había
bastantes de familiares que no conocía; de pronto, a como avanzaba en cada una
de aquellas páginas empolvadas, los rostros de aquellas viejas imágenes
comenzaban a desaparecer. De inmediato regresé a mi fotografía y mi rostro
tampoco estaba, podía ver como el pie de ésta se comenzaba a poner de un color
rojo espantoso como si pareciese sangre, en ese instante comencé a temblar al
ver lo que pasaba y aventé lejos de mí aquel viejo libro.
En medio de la desesperación y al no entender lo que pasaba, sentía como se
aceleraba mi corazón, estaba a punto de soltar el llanto cuando aquel viejo
libro se volvió a abrir como si nada. Mi rostro se puso pálido, como si hubiese
muerto y no sabía qué hacer; recordé que desde que era pequeño nunca me había
quedado con la duda de nada, por más complicada que fuera la situación, y me
encaminé hasta el libro; al tomarlo apareció la fotografía de una niña con un
vestido blanco; mi lógica no lograba procesar como de pronto había aparecido
esta foto, pero al igual que las demás tampoco se lograba ver su rostro, sólo
que en ésta era diferente, pareciese como si lo hubieran quemado.
Por unos instantes observé aquella vieja fotografía y es escuché unas risas
espantosas. Se me fue la sangre a los talones y dejé de pensar que estaba solo
en aquel viejo lugar. Las risas se oían cada vez más fuertes y mis oídos no
soportaban escucharlas. Parecían como si fueran de una niña. El sonido era espeluznante.
Parecía que me estallaría la cabeza. De pronto ¡zas!, la puerta se había
cerrado y mi vela se apagó.
Ahora sí, el desespero se apoderó de mí. No entendía que rayos pasaba. Mi
vela se había apagado y, aparte, había escuchado esa maldita risa que empeoró
la situación. No sabía cuánto tiempo llevaba en este lugar, pero estaba seguro
que era bastante. La oscuridad se apoderó del lugar y no lograba ver ni
siquiera las estrellas en el cielo cuando me asomaba por la ventana.
El espantoso sonido que escuché fue tan fuerte que no distinguí si había
sido dentro de la habitación o fuera, ¡salí corriendo y azoté tan fuerte la
puerta que podía que quien hizo aquel ruido logró escucharlo; una vez fuera mi
vela se volvió a encender, parecía como si hubiese algo en medio de la casa que
ocasionaba que se encendiera y se apagara.
De nuevo tenía luz y también otro motivo para salir corriendo de ese lugar;
estaba en el centro de la casa y había cuatro puertas a mi alrededor, la que
estaba a mi espalda era por la que había entrado y no logré abrir de nuevo, era
como si la hubieran sellado; la que tenía a mi derecha, era la habitación de la
que había salido corriendo; Sólo me quedaban dos, una de ellas daba hacia la
cocina y de ahí hacia la salida de la casa; y la otra, iba a una horrible recámara
a la que nunca me gustaba entrar. Caminé hacia enfrente y no logré abrir esa puerta,
por más que empujé, todo fue en vano.
No quedaba más que intentar abrir la otra, tomé la perilla y la sentí tan
caliente que quemó mi mano y la dejo marcada; dolía como si hubiese agarrado
algo directamente del fuego, para atenuar el dolor, arranqué una parte de mi
camisa y cubrí la herida, era lo más que podía hacer para calmar esa horrible
sensación; y de pronto, la puerta se abrió lentamente.
Una vez dentro de la habitación, me encontré con cuatro camas bien tendidas
y frente a mí un espejo en la pared, era tan grande que podía verme de pies a
cabeza; tenía un marco tan bonito que me acerqué para verlo, le adornaban
hermosos detalles y relucía cuando lo tocaba la luz de mi vela, como si fuera
de oro; me miré en él para ver cómo lucia, llevaba mi atuendo preferido, mi
camisa de mezclilla que, por cierto, ya le hacía falta un pedazo y mi pantalón
azul marino bien fajado como siempre; pero me faltaban mis zapatos negros,
nunca salía a ningún lado sin ellos, en lo que dejé de ver mis pies e iba a
levantar la cara, el espejo se fue tornando de color negro, como si la
oscuridad se hubiera apoderado de él y con espanto me aparté de él.
Ahora era el maldito espejo, parecía como si este lugar o lo que estuviera
apoderado de él, estuviera en mi contra; pero no me asustó del todo, más bien
me generó un escalofrío, pero nada comparado con lo que ya me había pasado;
decidí ver qué había en la habitación y a un lado de las camas miré un buró que,
para ser preciso, no era muy grande y sólo tenía un cajón; éste se encontraba
cerrado, pero cuando lo movía parecía como si tuviera algo adentro, la
cerradura no parecía muy complicada y pensé que podía abrirla con mi navaja, no
era experto en robos, pero sabía que no era imposible ver lo que había dentro.
Al abrirlo hallé una carta, el sobre estaba en mal estado como si tuviera moho,
pero alcanzaba a leer algo en la parte de enfrente que decía “Mi última carta”.
Cuando saqué la hoja del sobre estaba en perfecto estado y tenía un mensaje
escrito en color rojo, como si la tinta se le hubiese escurrido, y decía: “Ya
no hay esperanza”. ¿Qué sentido tenía esto? Pensé que la había escrito una persona que a
punto de morir; sin embargo, no sabía si era de un hombre o de una mujer, y mucho
menos para quien era, ya que no tenía ningún dato.
Me puse a pensar en cómo la carta pudo llegar ahí y en cuánto tiempo hacía
de ello. El lugar parecía abandonado por mucho tiempo, pero no tenía caso
seguir pensando en eso, tenía mucho que hacer y era mejor salir corriendo de ahí.
Iba hacia la salida, cuando me percaté que el espejo había vuelto a la normalidad,
me acerqué y ya no se miraba una sola parte oscura; de pronto, miré cómo se
extendía una silueta de color negro, no era muy grande, era pequeña como de un
niño, y solamente la podía ver en el espejo; me causaba una horrible sensación
el ver que los bordes de ésta no eran lisos, como si no tuviera una forma
específica. Decidí tocar el reflejo en el espejo, éste era tan gélido que, al tocarlo
y sentiré el frío recorrer mi piel, aparté mi mano y ¡tras!, el espejo se rompió
en mil pedazos.
Pensé en salir corriendo de la habitación y ¡zas! la puerta se cerró de
golpe- ¡Qué mierda pasaba con este lugar, trataba de volverme loco o buscaba
una manera de atormentarme psicológicamente? Sabía que la figura que había
visto en el espejo no era un producto de mi imaginación, aunque deseaba que así
fuera; se veía tan real como para pensar que pudiera estar alucinando, aunque
la situación ameritaba que ya no supiera qué pensar.
Estaba en la parte central de la casa, me faltaba sólo una puerta por
entrar, pero estaba cerrada, me sentía agobiado y cansado, la situación me
estaba matando, me senté un segundo a descansar en una silla mecedora que había
en la sala, era tan cómoda que el cansancio me ganó y me quedé dormido.
Cuánto tiempo logré conciliar el sueño, no lo sé; por lo menos pude
descansar un segundo, pero me despertó el aullido de los perros, esta vez era
más fuerte, como si los estuvieran torturando. ¡era horrible! No sé qué será
capaz de provocar esto, pero pensando bien luego de todo lo que ha sucedido,
más bien quien lo estará ocasionando. Me percaté de que la puerta que dirigía
hacia la cocina estaba abierta, como si fuera una trampa o una mala jugada;
pero pues era mi esperanza para salir de la casa.
Caminé hacia allá, escuchaba como el piso de madera rechinaba cuando mis
pies lo tocaban; esta parte de la casa era bastante amplia, estaba la cocina y un
gran comedor, el cual no recuerdo que se hubiera llenado alguna vez. Este lugar
estaba decorado con cuadros y trofeos de mi bisabuelo, pero lo que siempre atrajo
mi atención desde pequeño era la gran escopeta que tenía colgada en uno de los
marcos; se me vino a la mente como él la usaba para cazar uno que otro animal y,
aunque nunca pude usarla, entendí como se utilizaba.
El arma se miraba intacta, como si nunca se hubiera usado, y como estaba
decidido a salir de ese lugar me parecía una idea perfecta el tomarla; no sabía
qué podía encontrarme afuera y me sería de gran utilidad por si las cosas se
complicaban. La tomé, estaba cargada, pero no parecía de más tomar unos cuantos
cartuchos, por si las cosas se complicaban luego de tomarlos, colgué el arma en
mi espalda y me decidí a salir.
De nuevo la puerta estaba cerrada, tenía que tener cuidado, no me quería
llevar de nuevo una sorpresa al tocar la perilla, tomé lentamente la manija
cuando de pronto ésta se abrió por una fría corriente de aire que se sintió
dentro de la habitación. ¿Cómo había corrido tanto aire? Como todo lo que
pasaba en el lugar, tampoco lo entendí, pero aproveché la situación para salir
corriendo.
Una vez más me encontraba fuera de la casa, ¿para donde debía ir? Seguro
que si cruzaba el lago sería una oportunidad para poder escapar, me parecía una
idea no tan descabellada comparado con todo lo que me había pasado y me dirigí
de inmediato hacia allá; en eso me acorde del viejo establo, podía pasar y ver
si hubiese un caballo que me sirviera para llegar más rápido al lago y fui a ese
lugar.
Cuando llegué, no podía creer lo que mis ojos veía, todos estaban muertos, como
si los hubieran matado con bastante odio porque se miraban sus intestinos de
fuera y una inmensa mancha de sangre rodeaba el lugar. Era repugnante, no podía
imaginar como pudiera existir alguien o algo capaz de realizar tal atrocidad;
en eso, escuché como alguien corría detrás de mí, tomé la escopeta y me di la
vuelta. No había nadie. Me volvió el desespero al saber que estaba al aire
libre y de que podía ser atacado por lo que hubiera pasado. De nuevo, observé a
los caballos para tratar de pensar qué o quién los había asesinado; y así saber
más a fondo a qué peligro me enfrentaba.
Me acerqué hacia uno de los pobres animales para ver las heridas, eran muy
grandes, incluso se podía ver dentro del animal, cuando hice esto no podía
creer lo que mis ojos estaban mirando, parecía una fotografía, metí la mano
dentro del animal, podía sentir como la sangre aún seguía caliente, aún no
había coagulado, eso quería decir que no llevaba mucho muerto, observe la
imagen y quedé impactado: era la fotografía de la niña que había observado en
el álbum de la abuela, ¡Cómo demonios había llegado hasta allí! Ahora sí dejé
de buscar un orden lógico a lo que me pasaba, y enfrenté que estaba viviendo
una pesadilla.
¿Cómo era capaz de estarme pasando todo esto? por más que me pellizqué no
estaba soñando, era real. En ese instante, decidí salir corriendo hacia el
lago, luego de que mis ojos presenciaron tan atroz escena sabía que si no
llegaba hasta ahí podía ser mi fin.
Luego de caminar varios kilómetros entre los enormes sembradíos, llegué al
lago; mi esperanza para salvarme estaba frente a mí, sólo que le había pasado
algo extraño a este lugar: estaba congelado, en mi vida me había tocado
presenciar eso, pero a pesar de ello estaba decidido a cruzar; pisé el hielo
con mis pies descalzos, era una sensación espantosa pero no podía correr, al
hacerlo estaba más que seguro provocaría que se rompiera el hielo.
Caminé despacio, me encontraba a la mitad de aquel camino, escuchaba ruidos
debajo de mí, como si le estuviesen pegando al hielo; pero éste no se rompía,
me incliné hasta llegar al suelo y acerqué mi vela para ver, cuándo, de pronto,
unas oscuras manos se ven reflejadas en el hielo y al golpearlo sonó espantoso,
¡mierda! comencé a gritar como loco del susto, me había cagado del miedo y esto
me desorientó por completo; en ello escucho aullar de nuevo a los perros, como
si aquel ruido los hubiera atraído o mi inmenso grito.
¡Vienen hacia mí!, comencé a correr por la inmensa capa de hielo y me di
cuenta que no se rompía, del desespero que tenía por salir de ahí me resbalé,
eso bastó para que los perros llegaran hasta mí; eran horribles, tenían un
color tan oscuro como aquel lugar y en sus ojos podía ver cómo les escurrían
sangre; parecía que era mi fin, me puse lentamente de pie y en lo que hacía
esto tomé la escopeta, le volé la cabeza de un disparo al perro que tenía enfrente
y el ruido distrajo a los demás. Aproveché la oportunidad para salir corriendo.
Por más rápido que iba no los podía perder, observé a mi alrededor para
saber a dónde me dirigía y estaba regresando; a lo lejos podía ver una pequeña
luz y estaba seguro que era la capilla y logré llegar hasta allí. Los malditos
perros no lograron alcanzarme. Una vez en este lugar, me sentí más tranquilo,
pues sabía que el lugar estaba cerrado y no escuchaba ningún ruido a mi
alrededor.
Una vez dentro de este lugar, decidí explorar un poco en busca de una
posible respuesta, lo primero que pude observar fue un espacio donde había
fotografías de todos mis familiares que habían fallecido; pero igual que las
anteriores, no se les miraba el rostro; ahí estaba de nuevo una imagen de
aquella niña que había encontrado anteriormente, sólo que ésta se encontraba
enmarcada y en mejor estado, se podía ver como ella portaba un hermoso vestido
blanco que le llegaba hasta los pies y, curiosamente, también estaba descalza. Podía
ver que tenía un largo cabello negro, aunque tampoco se le miraba el rostro.
Algo que llamó mi atención fue por qué esa fotografía estaba enmarcada y el
resto no, era como si con ello quisieran atraer mi atención, la saqué del marco,
detrás de ella había una palabra que decía: “Regresaré”. Al leerla, sentí que un
escalofrió recorría de nuevo mi piel y la maldita risa comenzó a escucharse de
nuevo, era tan aguda y tenebrosa que
pensé en pegarme un tiro con la escopeta y así terminar con esa pesadilla.
De pronto, el silencio regresó, no se escuchaba la risa, pero el miedo había
regresado, la palabra me resultaba bastante curiosa, y en eso me di cuenta de que,
tal vez, fuera un mensaje que aquella niña quería dejar en su última carta: al
juntar las palabras decía: “Ya no hay esperanza, regresaré”. Era algo que
sonaba lógico, de alguna manera era una respuesta pero sentía que hacía falta
algo más.
Daba por hecho que si buscaba respuestas en la capilla no podía encontrar
más, pero ¿dónde? las pistas eran escasas, pero estaba seguro que en la casa
debía haber algo, tal vez ella buscaba comunicarse con alguien o simplemente
estaba molesta, ¿cómo podía saberlo? Sin duda, para poder salir de ese lugar
ella era la clave.
Decidido y con un nudo en la garganta debía regresar a la vieja casa. La
distancia de la capilla hasta allá no era mucha y si me daba prisa no tardaría
en llegar. Bastó con poner un pie fuera cuando se escucharon pasos, como si alguien
viniera hacia mí, corrí tan rápido como pude y escuchaba que venían detrás, de
nuevo sonó aquella macabra risa, parecía que no quería que regresara a la casa;
a lo lejos lograba verla, como pude con mi último aliento llegué hasta el
portal y los ruidos desaparecieron.
La puerta principal se comenzó a abrir lentamente, en eso entré, ¡zas! la
puerta se había cerrado, mi vela se había apagado, a pesar de que ésta se
encendía misteriosamente en el centro de la casa no lo hizo más. Escuchaba cómo
corrían a mi alrededor, parecía que lo hacían en círculo porque podía sentir el
viento que esto provocaba y que rozaba mí piel.
La habitación se llenó de luz, la macabra risa hizo de nuevo aparición, como
si jugara conmigo, miré a mi alrededor y no había nadie, de pronto las luces se
apagaron de nuevo, no sabía qué hacer, solamente cerré mis ojos.
Al abrirlos todo seguía oscuro, ¡ella estaba frente a mí!, era la niña de
vestido blanco, no podía verle la cara, pero su silueta me causaba terror,
sentía como el miedo se apoderaba de mí, quería gritar pero por más que trataba
no podía, sentía cómo se me apretaba la garganta, entre más la miraba más me
traumatizaba, pero no podía mirar hacia otro lado, parecía como si ella
quisiera que la viera, no podía dejar de ver como su pelo negro tapaba su cara,
su largo vestido blanco relucía tanto que parecía tocado por los rayos del sol,
no paraba de reír, parecía como si el hacerme sufrir llenara su alma. De pronto,
mi vista se comenzó a nublar y mis ojos se fueron cerrando.
Comentarios
Te felicito y espero y sigas escribiendo y publicando
José Manuel Frías Sarmiento
David García